#encima tiene un cuerpo parecido al mío
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peaceeandcoolestvibes · 1 year ago
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Algunos son gilipollas y yo, como buena amiga, doy consejos 🫣
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katanal · 1 year ago
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a veces cierro los ojos y te recuerdo y sé por mis recuerdos y en mi silencio que sigo sintiendo lo mismo por ti pero son sentimientos congelados alrededor de decepción y dolor , realmente fue asombrosa la inocencia con la que me enamoré de ti y la pureza de mis sentimientos . Extraña sensación la más extraña que he sentido y si me enamore de ti hasta que no te conocí no súpe lo que era haberme enamorado , quizás nunca más vuelva a enamorarme . Eras tan bonito tan guapo tan seductor , Justo la imagen que mis ojos querían ver y mi sueño en vida , la química perfecta ; el sexo tántrico que no hubiera pensado tener , el mejor sexo del mundo. Tu cuerpo lo más perfecto que alguna vez he visto.. tu voz rota el sonido más armonioso crudo duro y dulce del puto mundo entero .. tus ojos el único lugar en el que me pierdo y ya no se controlarme .. tu falsedad lo único que se que es mentira y miro para otro lado eligiendo vivir engañada con tal de poderte seguir teniendo en frente y quedarme embelesada por todos tus movimientos de callejero prepotente , de adicto a los bares y a las copas cargadas de Red Bull con ballantines , la bebida que compré porque sabía que te gustaba el día que te lleve al río , un sueño cumplido , todavía recuerdo estar de pie con mi vestido coral y mi sombra de ojos dorada, como en un paraíso, en bajar la cabeza y mirarte tumbado con la cabeza apoyada en el cojín rojo que te traje . te mire y me estabas mirando mientras sonreias con orgullo en esos ojazos grandes y oscuros que tienes , con la cabeza apoyada en tu hombro detrás de ella. Tan chulo como siempre , el hombre más perfecto de todos los hombres de la tierra y estabas allí conmigo a mi lado en una cita que yo preparé solamente para ti. Me agache y me senté encima de tu cuerpo tumbado y nos besamos.. cierro los ojos y puedo sentir nuestro primer beso. Rodeados de vegetación y agua , tumbados en una manta de colores y tú apoyado en el cojín rojo que traje para ti… que significado tenía tu mirada posterior de tristeza cuando fui a meter los pies en el agua? Me giré y me mirabas triste mientras yo me reía como una niña pequeña a tú lado. Acaso sabías cómo acabarías con todo esto? Quiero decir la forma en la que destruirías todo el Dulce amor que tenia mi pecho para darte? Pensaste en ella y en que querrías que ella estuviera allí y no yo? Nunca supe tus pensamientos ni tus secretos. Solo supe que tus besos eran los besos perfectos para mi boca porque nuestros labios estaban hechos a medida , y nuestro campo energético nos ataba a como dos imanes inseparables y obsesionados por estar uno dentro del otro como cuando me hacías el amor encima de mi mirándome a los ojos y susurrándome mi amor .. como te deseé , como no deseé a nadie en mi vida desde el primer segundo que te vi entrar por esa puerta de cristal por la que nos perseguíamos durante meses a causa de nuestro vicio mutuo .. después simplemente desapareciste, guardaste silencio, no luchaste ni un mínimo para evitar que mis sueños se rompieran en mil pedazos por tu única propia culpa …. Nunca sabrás lo que siento y ojalá me olvides para siempre y yo seguiré viviendo el resto de mi vida sin hablarle a nadie de ti y haciendo como que no siento nada de lo que me arma guerras fuertes de pasión y amor y contradicción dentro del pecho
Ha pasado mucho tiempo. Nunca te busque , te dije que nunca me buscaras tú a mi, y tú desde entonces ya no estás. A veces sueño contigo y sigo sintiendo exactamente lo mismo . Desde que te bese he vuelto a besar a otros pero nadie es tu , nadie puede hacerme sentir ni siquiera algo parecido , si , debi de haberme enamorado , el amor no tiene nada que ver con la razón.. el amor es incontrolable y ante ti todo silencio y orgullo mío son falsos .. claro que no te he olvidado ni te olvidare pero lo único que tengo es hacértelo creer esperando que el pensamiento te haga sufrir de ahora en adelante porque mi amor se que tú nunca me quisiste no me hubieras querido pero claramente tampoco ya nunca me querrás .. y no hiciste absolutamente nada para que yo no sufriera tanto más que reemplazarme por cualquieras como tú
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tararira2020 · 3 years ago
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Los pianos voladores de Nadar
Christian Grecco
¿Todavía siguen cayendo los pianos del cielo al vacío, hacia el fondo de nuestras consciencias, hasta ese lugar en el que siempre terminamos viendo las contradicciones del mundo en que vivimos? ¿Todavía se estrellan contra el suelo y estallan en mil pedazos como pasaba antes, cuando los pianos que volaban siempre eran de cola y lo público siempre era público y no falsamente privado?
Así parece ser que pasa con las obras de Nadar, o Pep Domingo, artista integral del cómic nacido en 1985, en Castelló de la Plana, Valencia. O al menos así me lo parece a mí, que lo descubrí cuando no pensaba hacerlo y que no dejó de sorprenderme con las historias de sus viñetas cuando ya las tenía en mis manos y no podía dejar de leerlas. De hecho, el primer piano que vi caer y eclosionar dentro mío fue El mundo a tus pies (Astiberri, Bilbao: 2015), cómic de formato apaisado que me encontré por falsa casualidad -siempre voy buscando sorpresas- en una biblioteca pública de Badalona (lugar más que extraño de esta Europa donde vivo porque la palabra público sigue manteniendo aquel significado original por el que lucharon tantas generaciones de idealistas: un espacio abierto y ocupable por todas y todos y en el cual no hace falta mostrar ningún billete de euro o cualquier moneda del mundo para poder entrar).
Y si lo bueno de lo público es que está pensado para compartir, lo de Nadar es doblemente valioso. El tipo, sin saberlo -o quizás sí-, ha permitido, creándolo, que un ejemplar suyo aparezca en una biblioteca para contarnos tres pequeñas historias de personajes que sobreviven como pueden en una sociedad que se ha construido sobre la mentira del inquebrantable bienestar europeo o, para decirlo en otras palabras, para hacernos llegar tres historias reales de gente que aún no se resigna a ser neutral frente al presente que le toca o que no quiere ser cautamente conformista con el futuro que vendrá. Nadar desentona con la consciencia de un país que compró falsamente la ilusión de un futuro lleno de triunfos individuales mientras que fuera de sus fronteras esto era algo con lo que ni siquiera se podía soñar. Y desentona tan bien que sus viñetas no dejan escapar que la ficción capitalista del yo me salvo solo, es eso: un espectáculo de entradas muy caras, casi siempre inaccesible para la mayoría de los mortales.
El mundo a tus pies está compuesto, como decía antes, de tres historias de personajes que como en la vida misma, engloban otras: las de sus parejas, amigas y amigos, familias y otras gentes con las que ocasionalmente se rodean. El hilo común que tienen las tres es la incomodidad con el presente y sus ansias de salir del pozo moral en el cual el sistema los ha tirado. El trabajo de Carlos es del tipo ideal para aquellos que buscan optimizar ganancias a costa de una explotación laboral sostenida y monótona: precarizado, polivalente, con un sueldo ridículo, pero del que siempre hay que dar gracias por tener. Trabajar vendiendo ropa para una multinacional es lo mejor que ha encontrado un ingeniero hasta que una oportunidad estonia lo hace irse -con muchas contradicciones- del país para probar suerte en el mundo profesional en que él se formó. Algo parecido le sucede a Sara: nadie nació para ser teleoperadora y menos en las condiciones y obligaciones que hoy imponen las empresas del sector, pero aparentemente es lo que hay, o al menos así le intentan hacer creer su pareja y sus padres -incoherentemente progresistas y de izquierdas, aunque ellos no quieran reconocerlo-. El caso de David es igual de jodido. Él es el único que no estudió en la universidad, pero el mundo del trabajo y las gratificaciones personales tampoco le hacen fiestas cada día que se despierta. Ante el hartazgo de pasar por mil y una entrevistas laborales, de tener encima la presión de encontrar un trabajo que nunca aparece, termina vendiendo su cuerpo a una ricachona que en el fondo desprecia a los tipos como él. Como dicen las luchadoras por los derechos de la mujer, no hay prostitución sin prostituyentes, pero él no encuentra otra salida.
Los personajes principales de este cómic son el reflejo social de la España de la crisis que ha llegado para quedarse, aunque los de arriba hagan esfuerzos para decir lo contrario o los medios de comunicación intenten que la gente la olvide de la mejor forma que saben hacerlo: negándola y naturalizándola. Las respuestas de los personajes de Nadar a su situación no son de acción política sino de intervención reflexiva y eso le da un plus interesante al guion. Al menos abre la posibilidad de pensar qué es lo que está pasando por la cabeza de una amplia generación -o generaciones- de españoles que se ha quedado, violentamente, fuera del mundo del trabajo y también del supuesto futuro que tenían prometido. Nadar cuestiona, piensa, mete el dedo en esos territorios de la consciencia social que el sistema no quiere que se vean. Nadar tira pianos de cola por el aire. Les toca a los lectores ir a buscar los trozos.
El segundo piano que voló por delante de mis ojos es Papel estrujado (Astiberri, Bilbao: 2013). En este caso no se trató de un encuentro sino de una búsqueda pensada y orquestada por mi curiosidad de leer qué otra cosa había hecho Nadar con sus manos y su imaginación. Mi sorpresa fue aún más agradable. Trescientas noventa y cuatro páginas de una novela gráfica que es, realmente, una novela en formato cómic. Personajes logrados y posibles de identificar en lugares tan claves de la vida cotidiana como puede ser nuestra casa, el bar, la calle o la escuela. Una dinámica apasionante en el relato, con idas y vueltas entre pasado y presente que no tienen desperdicio y que nos remontan a las que podemos encontrar en una buena película de historias cruzadas. Unos dibujos y un manejo del tiempo dentro de las viñetas que es sinceramente impresionante (¿cuánto tarda un microondas en hacer unas palomitas de maíz, lo mismo acaso que el tiempo que tarda la persona que se las come en salir de su estado depresivo? ¿Cuánto tiempo pasa para que un hijo perdone a un padre que lo abandonó dos veces en la vida, el mismo tal vez que se toma un padre para reconocer cuál fue el día más feliz de su vida junto a un hijo?). Y un argumento que si bien no tiene -por suerte para mí, que no creo en las originalidades- nada de original, es absolutamente fresco.
Porque ese gran piano de cola volando, cayendo, estrellándose una y mil veces contra nuestras consciencias que es Papel Estrujado, tiene la sabiduría de reflejar, a través del entramado de sus personajes, cómo los diferentes miedos que tenemos a diario las personas que habitamos este mundo nos hacen hacer, deshacer y rehacer los caminos por los que nos vamos metiendo en la vida. Nadar nos recuerda, a golpe de dibujo en blanco y negro, de silencios prolongados, de caras habladoras que, así como generalmente los miedos construyen más miedos y suelen torcer historias, también puede pasar que se encuentren, en los lugares menos pensados (un asiento de un autobús, en la fábrica o en una casa a punto de ser comprada por un grupo inmobiliario poderoso) con otros miedos ya escarmentados y se conviertan en miedos superados.
La cosa es diferente cuando los miedos se transforman en culpa. En este caso ya no hay nada que hacer. Nadar lo sabe mejor que nadie, por eso, a lo largo de toda su novela hay un piano de cola gigante que siempre está volando pero que, a diferencia del resto, nunca cae. En este caso, más que buscar los trozos, les tocará a los lectores alzar la vista, protegerse los ojos de la oscuridad y, como puedan, tratar de reconocerlo.
Badalona, 14 de Abril de 2016
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neptunoyyo · 3 years ago
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Los uniformados
Odio los centros comerciales, me gustan tan poco que no he pisado uno desde que me largaron de aquella empresa. Ese era feísimo, una mole de hormigón y cristal en un polígono en medio de la nada, un fastuoso templo al comercio. Te parecerá una locura, pero estoy seguro de que, dentro de unos siglos, nuestros descendientes, confundirán sus ruinas con la tumba de un importante rey. Y casi mejor, esa versión de los hechos nos deja, sin duda, en mejor lugar que la realidad.
Aquel sitio me ponía enfermo, odiaba tener que pasarme el día entero allí metido, rodeado de todo aquel decorado perfecto y artificial, lleno de aire acondicionado, de la luz blanca de los focos, los maniquís de los escaparates, todo falso, incluso las plantas. Y no sabes lo que me jodía lo de las plantas, las ponían en las zonas de descanso, ¿sabes?, esos sitios en los centros comerciales modernos, con sillones y mesas bajas, llenos de maridos aburridos esperando a sus esposas. Pues en este centro comercial estaba decorado con plantas, eran verdes y frondosas, tenían un aspecto excelente. Pero cuando te acercabas lo suficiente se notaba que eran de plástico, y claro, a mí eso me sacaba de quicio. No había nada real allí dentro, un puto decorado. Y yo no podía evitar sentirme como una iguana en un terrario, como Thruman. Con lo poco que les hubiese costado comprar cuatro plantas de las de verdad e introducir algo de vida en ese mundo de plástico. Pero claro, las plantas de verdad producen oxígeno y podrían contaminar aquel entorno de aire acondicionado puro. Lo más parecido a un ser vivo allí dentro eran los clientes, pero el problema es que eran clientes, sólo compran y consumen, van a eso. Y yo no podía evitar ver el centro comercial como una enorme máquina. Por un lado, entra una persona y por el otro, unas horas después, sale un cliente. Y eso es una mierda porque las personas, cuando se enfadan, tiran piedras y queman contenedores, los clientes sólo ponen hojas de reclamaciones. Y con hojas de reclamaciones no vamos a cambiar el mundo, eso está claro, sólo es más burocracia para darle de comer a la bestia. Seguro que por eso hay tantos centros comerciales, y por eso yo los odio tanto. Y bueno, eso sin hablar del curro en sí, que era una mierda también. Podría estar el día entero contándote todas las cosas que odiaba de trabajar allí. Por ejemplo, lo del descanso, creo que eso era lo que más me tocaba los cojones. Resulta que le llaman descanso, pero yo lo tenía que hacer siempre a las 10:30, aunque a esa hora nunca estaba cansado porque entraba a las 9. Aún encima no nos dejaban salir a fumar nunca, ni un piti rápido, ni dos caladas para matar el ansia. Nada tío, ni siquiera, aunque la tienda estuviese vacía. Entonces claro, ya me veías a mí, todos los putos días, a las 10:30, descansando y fumando, aunque no me apeteciese una mierda ni fumar ni descansar. Mi jefe me explicaba que tenía que ser así porque eso era lo mejor para la tienda, o lo más eficiente, algo así. Y yo me preguntaba si me decía eso porque se creía que a mí me parecía más importante el bien de la tienda que el mío propio; que le jodan a la tienda, está claro. El caso es que al final me tenía que joder, como siempre. Y luego estaban los clientes, algunos eran majos, lo reconozco. Pero a otros daban ganas de partirles la cara. No sé qué coño se creían, unos me trataban con un desprecio de la hostia, como si fuera su sirviente. Otros me ignoraban, se comportaban como si yo no estuviese allí, a veces llegaban a hablar de mi delante de mis narices, como si fuese yo un animal y no les entendiese. El caso es que aquello era difícil de aguantar a veces, y tú me conoces, sabes que tengo la mano suelta. Además, que cojones, un puñetazo no es tan grave. Nadie se muere de una hostia y más de uno se lo merecía por joderme en el trabajo, eso no se hace, bastante putada es ya tener que trabajar. Pero no di ni una sola hostia en tres años, tres años encerrado en un centro comercial, hablando cada día con cientos de gilipollas diferentes y nada, todo paz. Si vieneses por aquella época a la tienda, a comprar un destornillador o un taladro, hubieses flipado conmigo. Me encontrarías allí plantado, con una gran sonrisa debajo de la nariz, con la camisa metida por dentro y bien peinado, los pulmones llenos de aire acondicionado y dispuesto a ayudarte en lo que necesitases. Podrías hasta insultarme y sólo recibirías de vuelta palabras amables y asesoramiento sobre cualquier producto de nuestro amplísimo catálogo. Pero ese no era yo, tú lo sabes, ese no era yo,
aunque en la plaquita que llevaba clavada en el pecho pusiera mi nombre. A más de un gilipollas yo le hubiese partido la cara en medio de la tienda. Pero, si yo aguanté todo eso durante 3 años, 3 años metido en aquel centro comercial, con todos sus clientes gilipollas y sus descansos absurdos, fue porque el tema tenía truco, pero truco de verdad, magia. No te estoy hablando de pasta, el sueldo era normal, 1.100, estaba guay pero no lo suficiente como para aguantar toda esa mierda. Te hablo de algo increíble de verdad. Pero tú te lo tienes que creer, aunque sea increíble, porque soy tu amigo, y porque te juro por todo lo que más quiero que lo que te cuento es cierto. Y es que aquel uniforme era especial, pero especial de verdad, como en las películas. El uniforme lo hacía todo y yo nada, literalmente. Me lo ponía cada mañana y él tomaba el control. Yo desconectaba completamente mientras él utilizaba mis brazos y mis piernas para conducir al trabajo, para reponer los pasillos y recorrer la tienda. El uniforme hablaba por mi boca con los clientes y les convencía por mí de que necesitaban aquel maravilloso cortacésped, yo no sabría hacer algo así. Me metía dentro de aquella camisa y esos pantalones y el resto sucedía sólo, así de simple y así de raro. Pero te juro que es verdad. Era una sensación extraña al principio, mi cuerpo se mueve y habla, pero no puedo hacer nada, lo veo todo desde dentro, como un espectador viendo otra vida en su propio cuerpo. Pero en cuanto me acostumbré me pareció cojonudo, eso reducía mi trabajo a rellenar el uniforme para darle consistencia y forma humana, nada más. Y por eso aguanté tanto tiempo, porque aquella camisa y aquel pantalón se tragaban por mí al jefe, los descansos, el centro comercial y los clientes estúpidos. Todo me seguía pareciendo una mierda, pero dentro de aquella ropa era lo suficientemente bueno como para no darme ganas de cortarme las venas. Y hoy en día te puedes dar con un canto en los dientes si encuentras algo así. Pero aquella mañana las cosas se fueron de madre, y la culpa fue del uniforme, que hizo algo que nunca debería haber hecho. Se metió en mi vida y me creo problemas. Yo creía que teníamos un pacto tácito, le cedía el control de mi cuerpo 8 horas, y él sólo podía usarlo para hacer un buen trabajo en la tienda, y estaba bien, todos contentos. Pero aquel día se pasó. El director me felicitó y salí en el periódico, sin foto por fortuna, cuatro líneas. Y no me gustó nada, el uniforme invadió mi espacio personal, la noticia hablaba de mí, no de él. Y aún encima, aparte de joderme a mí, jodió a aquel pobre tío, eso era lo peor. Aquella mañana yo regresaba a la tienda con mis compañeros después del descanso forzado. Estábamos llegando a la entrada cuando vi la escena, un pobre hombre forcejando con Tino, el de seguridad; yo me llevaba genial con Tino, pero aquel hombre sólo era un pobre hombre. Tino acabó en el suelo y el tío consiguió huir, llevaba en la mano un taladro robado y corría hacía nosotros. Cuando llegó a nuestra altura, el puto uniforme, porque yo nunca haría algo así, va y estira el brazo para agarrar al pobre hombre de la capucha de su sudadera y con la pierna le pone la zancadilla para que caiga al suelo. El tío acabó con una brecha en la cabeza y detenido. Yo me sentía como una mierda y estaba furioso con el uniforme, lo que había hecho iba en contra de todo lo que yo siempre había creído. Aún encima los clientes que había cerca en ese momento empezaron a aplaudirme, como si fuese yo un héroe. Todo el mundo se enteró en la tienda, me felicitaban y me pedían que les contase la peripecia, fue un día horrible. Pero cuando exploté fue a la mañana siguiente, cuando me enseñaron el periódico y, por si fuera poco, pegaron la noticia en el corcho de la oficina. “El empleado de una conocida tienda de bricolaje, ubicada en el centro comercial Marimierda City, detiene a un ladrón que había logrado escabullirse de la seguridad del establecimiento…” No podía ser cierto, primero porque se me atribuía un supuesto acto heroico, que para mí era despreciable,
y que yo en realidad no había hecho; yo sólo observaba el espectáculo indignado, desde primera fila. Y segundo, porque ese tío no era un ladrón, era un pobre hombre. No se puede llamar ladrón a una persona que va a robar con el único plan de coger el taladro y salir corriendo por un centro comercial lleno de seguratas. Un ladrón sabría que tiene que ponerse la capucha antes de emprender la huida, o directamente no llevar capucha. Porque mientras corres, la capucha ondea y cualquier gilipollas como yo puede agarrarte de ella y joderte la huida. El plan de aquel tío no era fruto del ingenio de un ladrón profesional, era producto del hambre de un pobre hombre. Y yo eso lo tengo clarísimo. Pero para los clientes, para el director, para el periódico y para la policía, aquel hombre sólo era una rata, mierda que meter debajo de la alfombra. Estoy seguro de que todo el mundo le echó el ojo nada más entrar, porque era distinto, se le veía distinto; en su cara, en su ropa, en sus manos, en su manera de moverse, en su olor…todo indicaba que no era cliente, eso se nota. Para ellos, ese hombre nunca debería haber entrado en un centro comercial, allí molestaba, si se hubiera quedado en su casa siendo pobre nada de esto hubiese pasado. Me sentía como una mierda y sabía que tenía que hacer algo, tenía que compensar de alguna manera lo sucedido si quería dejar de sentirme como un capullo fascista. Pensé en intentar buscar al tío, pedirle perdón, pagarle la multa y regalarle un taladro. Pero sería muy difícil encontrarle, además, esto ya era mucho más grande que ese tío y yo, había salido en el periódico y había recibido aplausos, así que lo desestimé. Y entonces lo entendí, el periódico, las felicitaciones, el aplauso de todos esos cerdos satisfechos, encantados de ver como cogía mi escoba y devolvía la mierda bajo la alfombra, de donde nunca debió salir. Y me di cuenta de que ese era el problema, para ellos solo son mierda, no los respetan, no los quieren ver, apartan la mirada cuando se los cruzan en la calle, no quieren ayudarles, simplemente preferirían que no existiesen. El pobre uniformado es tolerable, el pobre en chándal no, así de fácil. Y entonces lo tuve claro, supe lo que tenía que hacer, sólo había que levantar la alfombra y sacar la mierda. Y el uniforme me iba a ayudar. Por eso me colé el viernes por la tarde en el almacén. Pedí permiso para aparcar el coche unos minutos en la parcela de detrás de la tienda, es habitual que los empleados lo hagamos cuando compramos algo voluminoso para no tener que cargarlo a través de todo el parking. Dije que tenía que meter en el coche un cortacésped que había comprado para mi tía y no me pusieron ningún problema. Allí no había nadie de seguridad por que los únicos que accedíamos éramos los empleados, sólo había dos cámaras de vigilancia. Pero eso me daba igual, cuando viesen las imágenes sería demasiado tarde, si todo salía bien. Así que robé todos los uniformes del almacén, 200, los tenían ahí para darle a los nuevos empleados, o sustituir los rotos o gastados. Y con el coche cargado me metí de lleno debajo de la alfombra. Recorrí la ciudad repartiendo camisas y pantalones. Primero se los di a los yonkis que se chutan en la Plaza de la Constitución, les encantó el color verde de la camisa y lo dura que era la tela; me invitaron a sentarme con ellos a beber una litrona y me explicaron que esa ropa podía resistir todas sus caídas y revolcones, que a nadie le gusta ir con la ropa rota por ahí, por muy yonki que sea. Después fui hasta el poblado de Navia, dicen que nadie se atreve a entrar allí, ni la policía; pero yo creo que el problema es la actitud. Llegué cargado de uniformes de regalo y los gitanos me recibieron con los brazos abiertos; los polis llegan por allí haciendo ruido con sus sirenas, cara de mala ostia, la porra en la mano, y aún se extrañan de que los gitanos les reciban con hostilidad. El patriarca me invitó a cenar con su familia y me agradeció el regalo, dijo que era muy buen género. Sólo me quedaban 20 uniformes y me fui a la herrería, con las putas, y se los di
todos a ellas. También les gustó el detalle, pero me dijeron que no era la ropa más adecuada para su trabajo. A pesar de ello me invitaron a una paja, que rechacé, y después a tomarme una copa con ellas, cosa que acepté encantado; y bebí mientras las escuchaba quejarse sobre sus clientes, como hago yo, y me pregunté cuántos serían comunes, cuantos serían atendidos por ellas sólo unas horas después de haber sido atendidos por mí. Voy a comprar un taladro, después a que me la chupen y por último a casa, con mi mujer y mis hijos. Terminé el reparto y me acosté, cansado y nervioso, esperando que llegase la mañana siguiente, deseoso de que sonase el despertador para ir a la tienda. Pero cuando llegó la mañana, el plan que la noche anterior creía brillante, ahora, acechado por su inminencia, me parecía una locura que no podía funcionar, sentía que había hecho el ridículo. Las horas pasaban y nadie aparecía por la tienda, nos fuimos al descanso y no pasaba nada, volvimos y todo seguía normal. Hasta las 11. Cuando ya me veía humillado por el fracaso de mi plan, cuando solo esperaba ser despedido por robar los uniformes sin saber dar ninguna explicación de por qué lo había hecho, cuando pensaba que simplemente lo que pasaba es que estaba loco; dieron las 11, y llegaron todos esos pobres hombres para rescatarme de la locura. Fue precioso, mis compañeros y yo trabajábamos con normalidad y los clientes compraban con normalidad, cuando toda esa gente pobre y ajada, uniformada con la camisa y el pantalón de la empresa, irrumpió en la tienda dominada por su ropa. La casualidad quiso en ese preciso momento sonase en el hilo musical “show must go on”. Todos esas putas, yonkis y gitanos, parecían ahora un pequeño ejército en caótica formación, avanzando imparable hacía el interior de la tienda al ritmo de la mítica canción de Queen. La escena adquirió tintes de lo más épicos, era digna de un cuadro de Velázquez. Entraron decididos ante la estupefacción de todo el mundo y empezaron a reponer mercancía, ordenar pasillos e intentar atender a los clientes, que escapaban perseguidos por aquella pobre gente que corría tras ellos, exhibiendo sus sonrisas incompletas y amarillas y ofreciéndoles su ayuda. La situación se volvió incontrolable, cada vez llegaban más yonkis, putas y gitanos uniformados, los clientes huían y la seguridad, desbordada, trataba de expulsar a los intrusos que se negaban a irse sin trabajar. El director estaba acojonado, se sentía acorralado y se encerró en su despacho a llorar, como Hitler en el bunker, pero en vez de matarse acabó llamando a la policía; me hubiera encantado ver cómo les explicaba lo que estaba pasando. La poli, al principio, no sabía cómo actuar, miraban perplejos una situación a la que nunca se habían enfrentado, pero ante tanta duda acabaron actuando como casi siempre, expulsando a porrazos de la tienda a toda esa gente que sólo quería trabajar. Al día siguiente, cuando me vieron robando los uniformes gracias a las grabaciones de las cámaras de seguridad, me despidieron, obviamente. Pero mereció la pena. El cristo de aquella mañana fue tal que salimos en la portada del periódico. La empresa cambió los uniformes de toda España y la tienda cambió de ubicación. Han pasado 5 años y aún siguen apareciendo por el local, que ahora es una conocida cadena de ropa; putas, yonkis y gitanos, con el uniforme sucio y desgastado, reclamando trabajo. Supongo que todo lo que pasó compensa de sobra el episodio de la detención del pobre hombre, desde luego yo ya me siento tranquilo. Y eso a pesar de que no hice nada, como la otra vez, se encargaron de todo los uniformes, como siempre.
-Pedro Martí
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share-a-cuckold-fantasy · 4 years ago
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Convencer a una mujer que te haga cornudo no es una tarea fácil, siempre se encuentra con muchos prejuicios, que si no me quieres, que eso solo pasa en las películas porno, que eres un salido, etc. Mil cosas que dificultan poder empezar una relación cuckold. Lo mío no fue una excepción y me costó bastante tiempo, iniciando por comentarios en la cama, a ver películas porno juntos, a convencerla de vestir más provocativa de lo normal y otros datos más que por no aburriros no comentaré.
Mi culminación en el proceso de convencer a mi mujer vino con una conversación seria que tuvimos un día después de cenar. En esa ocasión muy seriamente le pregunté si había alguien que le excitase y le pareciera atractivo a fin de intentar algo con él. Como buena mujer que es al principio mantuvo que yo era el único, pero en un momento conseguí que admitiese que había un chico en el trabajo que sí que le gustaba.
Ella tiene 30 años al igual que yo, y el chico en cuestión es un compañero de 28 años en el restaurante donde ella trabaja. Le propuse intentar seducirlo a ver qué pasaba y después de admitir la vergüenza que le daba, aunque con mucho morbo, aceptó mi propuesta. Como los hombres nos conocemos le di algunos consejos que podrían ayudarla, como por ejemplo en la barra del bar, ya que el espacio es pequeño, pues podría intentar de vez en cuando rozar su culo con su miembro, intentar agacharse para que él se fije en su culo en pompa, desabrocharse algún botón de la camisa mientras hablaba con él o invitarle a tomar algo al salir del curro.
Pasaron los días, y parece que mis consejos iban dando fruto. Ella me comentaba que le había cogido gusto a eso de rozarse y que Sergio, su compañero, parece que empezaba a gustarle todo aquello. María me comentaba que siempre que se metía en la barra, parecía que inventaba alguna excusa para ir también a la barra sabiendo que María se rozaría con él. Lo del culo en pompa dice que también le había parecido excitante pero que a veces se encontraba con más de un cliente mirando y se le hacía todo muy descarado. No obstante de vez en cuando aprovechaba su oportunidad para exhibirse.
Lo de los pechos era lo que más gracia le hacía. Siempre que se desabrochaba los botones veía como las pupilas de Sergio caían vertiginosamente hacia abajo para después levantar los ojos y mostrar cierto gesto avergonzado. Poco a poco fueron cogiendo confianza y tomando copas algunas veces y que la amistad iba mejorando. Ahí fue cuando la animé a dar el golpe final.
Así, conseguí que ella un viernes por la noche, ella y Sergio descansaban, intentara acostarse con él. La idea era sencilla, yo me quedaría en casa esperándola y luego me contaría que tal le había ido. Aunque me hubiera encantado estar presente, consideraba que la primera vez era mejor que ella fuera sola. De este modo, ellos iban a estar más a gusto y desinhibidos y yo pues, evitaría si que ocurriese, un ataque de celos. Por si acaso. Ese mismo día por la mañana fui al supermercado a comprarles condones y de paso me pasé por una conocida línea de lencería a comprarle un hermoso tanguita negro con transparencias que supuse le agradaría a Sergio. Prácticamente le estaba arreglando el polvo a un tipo que ni me conocía ni sabía que estaba en el ajo.
Le pedí a María que se arreglase delante de mí. Fue una sensación muy morbosa verla salir de la ducha al tiempo que se secaba con el albornoz y veía sus piernas firmes y suaves. No pude resistirme a lamerle su sexo recién duchado y pensar que una polla distinta a la mía la penetraría en unas horas.
Apenas podía contenerme las ganas de follarme a mi mujer pero aquella noche era para Sergio y no quería cansarla. No os podéis imaginar lo bien que le quedaba el tanga que le compré y el morbo que me dio verlo subir deslizándose suavemente por sus piernas hasta ocultar lo que iba a ser el placer de Sergio aquella noche. Se puso un vestido también negro con escote que la convertía en todo un deleite para los sentidos. También tacones a juego y se maquilló minuciosamente para la ocasión. Mi mujer no podía estar más hermosa. La amo con todas mis fuerzas.
Me despedí de ella con un beso algo corto para no quitarle el pintalabios y la vi cerrar la puerta. Desde el balcón pude observar cómo se alejaba en la distancia y una vez que la perdí de vista me puse a ver la tele y a pensar como podía matar el tiempo hasta que llegase.
Estaba nervioso y excitado, algo celoso pero con ansias de saber que por fin era un cornudo. En más de una ocasión quise llamarla pero preferí no hacerlo. La noche era para ellos dos, no debía interrumpir. De todos modos, no me hizo falta, a las 22:30 recibí un mensaje de ella y la foto de una ensalada de marisco muy apetitosa. “Juan, cariño, Sergio se está portando como todo un caballero. No puedo enseñarte el restaurante donde estamos pero con lo ver lo bien montada que está esta ensalada te podrás figurar al excelente sitio que me ha traído. Luego te cuento”. De momento la cosa parecía ir bien, pero tenía muchas ganas de que algo sexual pasara entre ellos.
A la 1:00 volví a recibir un mensaje. “Cariño, hemos estado tomando unas copas y ya vamos a casa de Sergio. Besa muy bien. Te amo”. En ese momento me entró un cosquilleo por todo el cuerpo aunque también mi miembro parecía querer despertarse. “Besa muy bien” había dicho. No había pensando en los besos aunque pensándolo bien era algo lógico. Los preliminares son los preliminares. Todo apuntaba a que realmente esa noche iba a lucir unos hermosos cuernos. ¿Estaría preparado para ese paso que tanto tiempo me había costado dar?
A las 3:00 volvió a vibrar el teléfono. No había podido pegar ojo en toda la noche esperando que ella llegase y saber qué había pasado. El corazón me dio un vuelco cuando leí el mensaje. Primero una foto de un miembro de considerables proporciones sujetado por una mano que por el color de las uñas sabía que era la de mi mujer. Abajo un texto: “Cariño, estoy cansadísima. Sergio es todo un campeón, en breve voy para casa. Supuse que te gustaría la foto. No se ve mucho pero Sergio no sabe que tú querías que esto pasase y no quería ser muy descarada con la foto. Te amo precioso.”
No daba crédito a lo que veían mis ojos, al fin había ocurrido. Por fin era un cornudo. Mi miembro se despertó vigorosamente estaba súper excitado aunque ligeramente dolido. Algo de mi estaba resentido con que otro hombre había sido un “campeón”. No obstante, el morbo ganaba terreno a ese resentimiento. No tardó en regresar, a las 3:40 según mi reloj, noté que la puerta se abría lentamente y daba paso a María que venía con los tacones en la mano, y entraba a hurtadillas. Se sorprendió al verme despierto.
“Caray Juan ¡qué susto! Como no me contestaste al whatsapp pensé que te habías quedado dormido. Sé que lo viste por lo del tick azul pero digo se habrá dormido otra vez”.
“¡Qué va! ¿Cómo iba a poder dormir con todo esto? Estaba deseando que llegases”.
“Ay cariño, ¿te ha sentado mal que haya hecho algo? Pensé que te haría ilusión pero si no lo ves bien lo dejamos. Yo más que nada quería cumplir tu fantasía”.
“Y lo estás haciendo María, tranquila, no me siento mal. Estaba nervioso porque quería saber todo lo que había pasado. Si te soy sincero me calentó muchísimo tu último whatsapp”.
“¡Uf! Me has quitado un peso de encima. De verdad que estaba muy preocupada por ti. Si quieres te hablo de nuestro encuentro”.
“Por favor, jaja, por favor, me muero de ganas por saber todo lo que ha pasado. No te dejes detalles, eh”.
“Pues mira, cuando te dejé fui a la avenida donde habíamos quedado para que me recogiera...”
“Cariño, perdona que te corte, pero me gustaría mucho si saltásemos a la parte sexual jaja, no me aguanto”.
“Jajaja, perdona, tienes razón, me imagino que es verdad que el resto es irrelevante. Bueno, ya sabes que en el bar de copas ya nos habíamos besado. Sergio me robó un beso mientras me acariciaba la mejilla y yo le seguí el juego. Lo cierto es que como precalentamiento me vino muy bien. Ya te cuento lo que pasó llegando a su casa, que por cierto, todos los hombres sois iguales, cuando entré había más de una cosa desordenada y la mesa del salón tenía un vaso y un plato de lo que supuse fue su almuerzo. Me pidió disculpas por el desorden y nos fuimos directos a su habitación.
Su cuarto sí que estaba muy ordenado a conciencia, como si supiese o hubiera dado por seguro que me traería ahí. Nos sentamos en la cama, creo que los dos estábamos un poco indecisos o cortados porque parecía que queríamos atrasar el acontecimiento con temas tontos de conversación. Creo que notó que yo me estaba sintiendo rara de no hacer nada porque me volvió a besar al tiempo que acariciaba mi pelo. Me gustó, me gustó mucho. Yo por mi parte fui acariciándole el torso y su cuello. Parece que lo cohibido se le había pasado pues antes de finalizar la primera tanda de besos noté su mano recorriendo mi pecho. Eso provocó que me excitase aun más y casi involuntariamente arqueé un poco mi espalada como ofreciéndole mis pechos a él para que diera buen uso de ellos.
Dejó de besarme y su boca fue a parar a ellos, los cuales besaba y mordía con esmero, pero delicada y suavemente. Mi respiración y excitación iban en aumento. Tenía mucha curiosidad de ver como era su miembro pero me daba mucha vergüenza ir directamente al grano. Lo que hice fue agarrar la mano que tenía libre y dirigirla a mi sexo, el cual empezó a acariciar buscando mi clítoris con su dedo corazón. Ya llegados a ese punto estaba súper caliente y deseaba empezar a hacer cosas mayores con él.
Como imitándome, Sergio también me llevó una mano a la altura de su miembro y estuve un buen rato acariciándole por encima del pantalón notando el grosor de su paquete el cual pronosticaba un buen miembro. La curiosidad me estaba matando y decidí dar el paso. Lo tumbé en la cama y le desabroche los pantalones para luego quitárselos lentamente. El bulto parecía aun mayor cuando se quedó solo en bóxers, los cuales lamí con esmero alrededor del bulto que dejaba su miembro. No tardé en apartar hacia abajo. Su miembro firme y erecto apareció como si hubiera
esperado toda la vida para ser liberado. No te ofendas Juan, pero me encantó. Era realmente bonito y grande, no sé cuánto le medirá pero no tenía nada que envidiarle a ese que sale en las películas que vemos, sobre todo tú.
Me lo llevé a la boca. No podía aguantar más y tenía muchas ganas de probarlo. Él soltó un gemido cuando notó la humedad de mi boca devorando la cabeza de su miembro y yo no pude evitar hacer lo mismo. Me sentía súper excitada con la situación y feliz de llevarme esa polla, perdón por la palabra, a la boca. Quería darle su premio por lo bien que me estaba tratando y por supuesto por tener un miembro de tan considerables proporciones. Él me miraba muy morbosamente. Me encantaba ver su interés en observar como su miembro iba desapareciendo y apareciendo lentamente en mi boca.
Me gustaba mirarle a los ojos y preguntarle con la mirada si le gustaba lo que estaba viendo. Que pusiera ambas manos en mi cabeza y empujase un poco para abajo me dio la respuesta y me sentí orgullosa por saber que le estaba haciendo disfrutar. De repente, me acorde de ti, cariño, y tras no dar demasiadas excusas a Sergio salvo la de que me apetecía guardar una foto de su espectacular miembro, decidí mandarte la foto para que tú pudieras disfrutar también un poco”.
“Lo cierto es que esa foto me puso malito perdido... me calentó muchísimo” - le dije.
“Creo que tardé más de la cuenta en apartar su pene de mi boca pero al final lo hice. No quería que terminase y no haberle dejado tener la oportunidad de penetrarme. Me separé de él y empecé a desvestirme mirándole picarona para que intuyera lo que iba a suceder. Este Sergio es todo un caballero, tenía preservativos ya preparados en un cajón, pero por supuesto no le dejé cogerlos. Tú me habías comprado ya condones y era justo que ese gasto saliese de ti, cariño. Me lo puse en la boca para intentar ponérselo sin tocarlo con mis manos pero fue más bien un desastre, jaja, no me salió. Aunque claro era la primera vez que lo intentaba. Al final tuve que terminar de ponérselo con las manos, pero se nota que no le importó mucho ya que su erección seguía firme como siempre.
Me encantaba verlo tan excitado y quería ponerme a cuatro, pero tampoco quería intimidarlo, así que decidí subirme y cabalgarle un poco. El principio fue intenso, noté perfectamente cómo su miembro se iba abriendo camino en mi interior ayudado por la lubricación del condón. Fue irremediable que se me escapase algún que otro gemido pero eso lo único que hizo fue aumentar más las ganas de Sergio, quien se incorporó un poco para desvestirme por arriba y dejar mis pechos al aire. Le agarré de las manos y empecé a moverme de arriba abajo. Lo hice lentamente. Me encantaba cómo su pene me abría por dentro. Luego fui más rápido pero Sergio me interrumpió. Me dijo que por favor que me pusiera a cuatro, que era su posición favorita y que no quería correrse tan rápido.
Si te soy sincera estaba deseando ponerme así. Dejar que él tomara las riendas. Muy gentilmente me la introdujo en mi sexo pero en poco tiempo cogió impulsó y empezó a embestirme cada vez con más fuerza. Se le soltó una cachetada en mi culete y se disculpó. Yo le dije que no había nada que disculpar que me estaba gustando mucho lo que hacía, así que durante el tiempo que estuvimos lo repitió varias veces. Me encantó, la verdad. Notaba cómo estaba sudando y parecía cansado pero aun así no quería dejar de embestirme con toda su fuerza y eso lo que conseguía es excitarme aun más.
No pensé que en la primera noche consiguiera soltarme un orgasmo, pero lo consiguió, me corrí que no veas, casi con las piernas temblando. Estaba exhausta, así que me puse boca arriba. Sin perder de vista mi sexo volvió a introducirla, está vez más fácil gracias a la dilatación. Empezó de nuevo con sus embestidas, primero lentamente y luego más rápido tras haber recobrado un poco las fuerzas.
De repente noté su miembro más duro de lo normal, intuí que iba a correrse, así que le dije que no parase y le agarré de los brazos. Empezó a gemir y a cerrar los ojos deduje que se estaba corriendo. Tras un instante, empecé a moverme para escurrirle bien el poco semen que quedase en su pene. Se apartó de mí y pude ver su pene relajándose con el condón aun ceñido a él y blanquecino en la punta. Ufff, fue excitante verlo rendidito en la cama. El condón se lo saqué, lo anudé muy bien y me lo metí en el bolso. Luego nos duchamos y con su miembro limpito no pude evitar volver a metérmelo en la boca. Sergio no se lo esperaba y no veas cómo lo disfrutó. Eso fue después de llamarte para decirte que venía para acá. Luego ya me trajo aquí y aquí tienes el condón como prueba de tu fantasía cumplida y tus ansiados cuernos”.
“Bueno… no es de mucha utilidad un condón usado y tampoco era necesario, pero supongo que por lo que me has contado, hasta el condón me da morbo, jaja. Anda, vamos a tirarlo a la basura y vámonos a la cama. Quiero que me repitas lo bien que te lo has pasado mientras hacemos el amor, que estoy que no me aguanto”.
Así hicimos. Ella estaba cansada pero aun así mostró ganas e interés por hacer el amor. De hecho, le dije que si estaba cansada mejor que no, pero insistió. Yo por mi parte disfruté de lo lindo. Dejé la luz apagada lo cual me ayudaba a imaginarme a Sergio mientras embestía a mi mujer. Me resultaba súper morboso que ella hubiera probado otra polla que no fuera la mía y más aun que hubiera disfrutado de un tío con mejor tamaño y más potencia que yo. No podía estar más caliente. Me corrí como nunca.
Echado en la cama y cogiendo el sueño María me dijo algo que si no hubiera acabado de hacerlo, me hubiera provocado otra erección: “Juan, me encantaría volver a ver a Sergio”.
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lubay-nue · 5 years ago
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NigroDoll 2
Notas del cap:
 Muajajajajaajajaj… ustedes esperen que se viene lo bueno ¬u¬… además, una buena explicación de lo que significa la palabra NigroDoll ¬u¬… y cada vez, esto se pone mas y mas gore XP
 ¡A leer!
 2 - La bruja del pantano
 Una semana había pasado casi volando… no faltaba mucho para entrar a Febrero. Mi cabeza no paraba de pensar… ¿Qué podría darle a México para esta ocasión tan especial?… seria nuestro primer San Valentín juntos… tenia que ser algo realmente especial pero… ¿Qué?
 -¿Señor Urss?-  escuche la voz de algún hombre, regrese de mis pensamientos y lo mire, con un grupo de papeles en las manos, lentes gruesos, camisa blanca, corbata unida por un clip a la camisa y pantalón oscuro, completamente acorde a la indumentaria del lugar de trabajo y a un nerd escuálido
 -¿Qué necesitas?-  pregunte sin ganas de estar soportándolo, el solo se acomodo mejor sus lentes y se acerco cual perro asustado a mí; comenzó a mostrarme documento por documentos pidiéndome consejos y qué hacer con lo subsiguiente, yo le respondí, de un modo mas mecánico que nada. Cuando el me noto, trato de hablar bajito
 -¿Puedo preguntar que le sucede señor?-  hablo de nuevo, cuando habíamos terminado, yo solo lo mire fijamente… no sabía que decirle
 -No es nada de importancia-  finalice, el solo se encogió de hombros y marcho lejos a seguir con su trabajo. No soportando mas estar encerrado, salí a la cafetería a beber un café, en el camino escuche a un hombre y una mujer hablando, si bien, buscando ser discretos, podía escucharse a la perfección de lo que estaban hablando
 -Pero en serio Clara. Esa mujer puede ayudarte… no hay nada que sea imposible para ella-  hablaba el hombre asegurando
 -No lo sé Julio… me parece demasiado ir con una bruja solo para que el regrese… quiero decir… lo amo, pero pienso que es demasiado-  hablo ella temblorosa, yo solo enarque una ceja curioso ¿una bruja?
 -Te lo digo mujer… mi esposa volvió a mi lado apenas un día después del hechizo… ¡anímate! Es solo ir al pantano y ella te dará lo que más deseas a cambio de un poco de dinero-  dijo el otro de nombre Julio, haciendo la forma del dinero con su mano; aquella chica sonrió al final, si bien, no muy convencida, al menos aceptando ir a verla. Yo suspire molesto negando… y siguiendo con mi taza de café
 -Ha-a S-Señor Urss… provecho-  escuche la voz del mismo tipo que me había hablado hace no mucho para los documentos, el mismo cuatro ojos falco que ahora que veía, no podía recordar su nombre
 -A, tu-  le dije en cuanto note que el traía una charola de comida, el hombre me sonrió suavemente y yo suspire
-Quiero hacerte una pregunta-  hable, notando que él me miro curioso y tembloroso como si temiera que apenas me dijera algo errado fuera yo a despedirlo o a asesinarlo
 -D-Dígame señor… ha-hare lo que pueda por ayudarlo-  hablo bajito con el lema de la compañía, suspire girando los ojos en fastidio pero bueno, era mejor que nada ese sujeto
 -¿Qué sabes sobre una tal bruja del pantano? Me llegaron rumores y me da curiosidad-  respondo aburrido, el solo me mira, tal vez con algo de sorpresa y de miedo… su cuerpo se en joroba y su aspecto se vuelve sombrío. Se sienta sin mi permiso en la banca al lado de mí y comienza a hablar bajo, mucho más que los otros
 -Es una bruja que se puede encontrar en los límites de la playa hacia el sur. Encontrara un pantano al que se dice, debe de ir por la noche, la bruja lo recibirá y a cambio de cierta cantidad de dinero le cumple cualquier deseo… según tengo entendido, dependiendo de la dificultad del hechizo o del maleficio, cobra más o menos dinero-  bufe molesto
 -Es obvio que ningún trabajo va a costar lo mismo-  le dije como lo más obvio, el solo se disculpo, poniéndose de pie y desviando la vista
 -E-en cualquier caso señor, mucha gente recomienda que no se acerque porque la bruja en su mayoría solo hace trabajos que perjudiquen a la gente… es… una bruja mala… o obscura, como usted desee llamarle; ahora, si me permite, con su permiso, me retiro señor-  y estoy seguro que el casi salió corriendo lejos de mi. Negué un momento, encogiéndome de hombros… puede que sea solo una estupidez, pero también era consciente de ese tipo de cosas. Si bien, no llegaba a creer demasiado en ello, igual… dicen que no hace daño investiga un poco por cuenta propia ¿cierto?
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 Era el atardecer, la oscuridad ya estaba casi encima mío cuando por fin pude dar con un enorme pantano apestoso y lleno de fango, mire con desagrado la escena ¿Quién rayos podría vivir aquí? Negué un momento y camine hacia el interior del pantano donde, a lo lejos, podía ver algo parecido a una construcción de una cabaña. Me adentre con cuidado de no mancharme demasiado; a mitad de mi camino, cuando la oscuridad ya había alcanzado por fin a cubrir todo el cielo, me encontré perdido en el medio de la nada, sin nada ni nadie y con extraños sonidos brotando desde la distancia que no podía reconocer
 -Buenas noches…-  escuche una voz femenina y burlona, me detuve y mire a todos lados, no pude alcanzar a ver a nade, pero aun así, tenía esa sensación de que me estaban mirando fijamente, trague desconfiado
-¿A qué se debe que un countryhuman venga por mis territorios?... bueno, no debería de ser una “cosa” para sorprenderme… pero pase por aquí señor Urss… pase, ya sabe… está en su casa señor-  sonó la voz de la mujer, burlona y prepotente. Me sentí molesto aunque mi sentido animal gritaba más porque saliera corriendo de ese lugar
 No había dicho nada, ni una sola palabra y esa mujer ya conocía mi nombre, afile por lo bajo mi mirada y, al volver la mirada hacia el frente, en encontré con una cabaña de roble oscuro casi destartalada con la puerta abierta y una cálida luz en su interior, de verdad que mi primera idea fue alejarme pues esto era peligroso, pero… si esa mujer ya mostraba conocimientos lejos de lo que yo había dicho (que era nada)… valdría la pena escuchar un poco mas…
 Avance a paso lento y cuidadoso, preparado para lo que fuera a pasar, listo para la batalla. Entre a su casa y la puerta detrás mío se cerro, al volver la vista al frente había una mujer cubierta por una túnica negra que se veía vieja y picada en la base, incluso húmeda, la simple imagen me pareció repulsiva… pero ella simplemente se quito la capucha dejando ver algo contradictorio
 Poseía unos largos cabellos llenos de canas opacas, andrajoso y reseco se veía, nada cuidado, pero, a diferencia de ese cabello espeso que parecía ser de una mujer anciana, su rostro y piel contrastaban tan bruscamente que era confuso… puesto que su piel morena se veía joven y su rostro daba a aparentar que la mujer no tendría más de 19 años, de húmedos labios rojos, ojos penetrantes en un verde toxico y una malicia oculto en ellos que me tenso por unos instantes
 -Creo saber a qué viene usted a mi casa, pero por favor, siéntense y lo hablamos-  se burlo de nuevo, entre risas, mostrándome uno de sus sofás bien cuidados a diferencia del exterior de su hogar. Yo hice caso, algo me decía que no era conveniente tener a esta mujer como mi enemiga
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 Urss lo sentía, podía casi palparlo… esa sensación de que estaba en peligro delante de aquella mujer, pero no se movía; había algo aun mas grande, tal vez era su propia ambición la que le negaba a poder escapar de ese lugar como el realmente deseaba. Simplemente se quedo ahí, sentado en el gran sofá que se le había ofrecido, viendo a la mujer que delante de el abría una botella de agua y depositaba el liquido cristalino en un vaso de vidrio limpio, dejándolo delante del country poco después. Urss aun así seguía inseguro, listo para salir corriendo, era todo lo que su instinto podía decirle
 -Bueno, bueno, bueno, señor Urss… ¿Hay algo que le aqueje señor? Tal vez… un amor no correspondido con ese jovencito de 17 años… atado en su sótano, vestido como novia… que por cierto, buenos gustos tiene señor, el vestido es realmente hermoso, lo envidio-  se burlo la chica, dejando delante de ella otro vaso de agua que bebió como si nada, entre risas y comentarios burlescos que sorprendió al country. Cuando la bruja supo que había logrado que el mencionado le prestara completamente atención, ella también se sentó en un sofá individual y se recargo en el cruzando una pierna y viendo superior al contrario
-Sí, soy una bruja señor Urss, las brujas oscuras sabemos ese tipo de cosas-  se rio la mujer, notando el enfado de Urss y como parecía querer ponerse de pie para algo malo
-PERO, no es que a nosotras nos importe lo que le suceda a la gente… por algo somos “malas” y en cualquier caso, siempre son gente como usted, los que vienen a nosotras rogando nuestros hechizos-  se bufo nuevamente, como si de todos modos, no le tuviera miedo a Urss y a su carácter
 -¿Acaso puedes hacer algo al respecto?-  pregunta Urss molesto, la mujer solo ríe, sentándose más holgada en su sofá y viendo divertida al hombre que parece tenso en su lugar
 -Pero que dices cariño… de poder, puedo hacer muchísimas cosas… pero eso depende… ¿Qué quieres TÚ que yo haga? ¿Libero a ese pobre niño de ti y de tu locura? No, es seguro que no, además ¿Por qué lo haría? Es divertido ver su agonía… ¿Te libero a ti de ese amor enfermizo? Tampoco parece que quieras ser salvado… entonces dime ¿Qué crees que yo pueda hacer por ti cariño?- pregunta divertida, viéndolo, haciendo su propio monologo delante de Urss quien comprende y analiza cada opción que discreta he indiscreta, la bruja le va entregando… el country baja por fin la cabeza, analizando lo que él ya sabe de antemano…
 -Más temprano que tarde, mi loco amor por México me llevara al punto de asesinarlo… pero, no quiero perderlo… no quiero que aun después de muerto se aleje de mi-  susurra él, viendo a la mujer que deja de reír burlona y ahora sonríe con malicia
 -Entonces, no quieres que se aleje de ti y tampoco quieres acabar con tu propia locura… cariño, tu retorcida mente es música para mis oídos!-  chilla, pegando un brinco y poniéndose de pie sin problemas, dándole la espalda para sacar un libro de algún estante y ponerlo delante del country que, mirándolo confundido, comienza a hojearlo, encontrando fotografías, siempre parejas en cada foto, uno tomando al contrario. Lo curioso que nota casi al principio es que uno de ambas personas parece somnoliento o drogado, con una mirada perdida y el otro, casi sonriendo enamorado y loco como el… Urss no comprende, la chica solo ríe divertida y se deja caer pesadamente en sofá, sonriendo radiante cual niña pequeña mostrando su mayor tesoro en el mundo
 -Esos son mis mejores clientes… ellos, son NigroDolls- dice, apuntando con su dedo a las personas que parecen somnolientas o drogadas, Urss enarca una ceja confundido; la bruja continua hablando mientras el pasa cada página con lentitud, observando cada imagen con detenimiento
-Las NigroDoll son el boleto vip al infierno mi amigo…- aquellas palabras obligan a Urss a subir la mirada y ver a la chica que sonríe divertida, sus ojos verdes han cambiado a un rojo sangriento que parece brillar cual infierno, el traga por lo bajo, observado a la mujer que continua hablando como si nada
 -Las NigroDoll son muñecas hechas de porcelana, los huesos y la carne de las personas muertas, además de que poseen en su interior atrapada el alma de la persona muerta, encerrada en su interior; volviéndose al final un demonio que solo sirve al dueño que la ha mandado a construir… tendrás en una Nigrodoll al esclavo perfecto, siempre obediente, siempre leal, jamás hará nada que no desees, jamás dirá no, jamás se alejara de ti-  sonríe la chica, cruzando sus dedos y colocando entre ellos su barbilla, sonriendo divertida y maliciosa cuando nota a Urss con un mirar esperanzador
-Una vez ese chico tricolor sea asesinado por ti, yo podría convertirlo en una NigroDoll que corresponda (a la fuerza claro) tu amor enfermizo y que siempre se quede a tu lado… con su misma hermosa forma, con su edad, con su belleza intacta para la eternidad… una perfecta muñeca que nunca se pudrirá, nunca envejecerá y nunca dejara de obedecerte hasta que mueras y ambos sean llevados al infierno a sufrir por la eternidad-  sonríe divertida, Urss deja de ver las fotografías y mira a la mujer que sonríe victoriosa… ha conseguido su intención… ahora Urss está interesado
 -¿Por qué lo haces? ¿Qué ganas con hacer esta clase de cosas?-  pregunta Urss desconfiado, la mujer solo sonreí divertida
 -Bueno, en principio, el hechizo maldición de las Nigrodoll fue creado por un japonés albino que, obsesionado con el enfermizo amor y deseo hacia su gemelo fallecido cuando niños, creo la primera NigroDoll atrapando el cadáver de su hermano dentro de una de estas cosas… pero, desgraciadamente el maestro creador del hechizo termino siendo víctima de su propio estudiante, otro joven que, obsesionado con tener su amor, destruyo a la primera NigroDoll para volver a su maestro en una nueva muñeca… así ha sido hasta ahora, claro que con el pasar del tiempo el hechizo ha sido mejorado por todos los que han sido estudiantes de esta arte de nigromancia-  sonríe divertida la mujer, señalándole al country el inicio del álbum donde se muestra un hombre de más de 30 años albino, de ojos azul grisáceo abrazando felizmente a lo que parecería su propia copia pero en forma de un niño pequeño, una copia perfecta con la única diferencia del color de sus ojos dorado miel… la siguiente foto, era del mismo hombre albino y su muñeca, pero con un joven de cabellos negros azulados, de ojos azules y viendo hacia el maestro en vez de la cámara… la tercera foto dentro de la misma hoja era del muchacho de cabellos negros, ahora vuelto un adulto y ahora teniendo a un niño pequeño albino de ojos azules que fácilmente se podía comprender como el antiguo maestro, ahora vuelto una NigroDoll
 -¿Y qué es lo que quieres a cambio de crear a una Nigrodoll?- pregunta aun desconfiado Urss, la chica ríe divertida y se acomoda otra vez holgadamente en el sofá, como si no le prestara importancia o respeto a la persona delante suyo
 -¿Pues qué más? Dinero de la gente que lo tiene… además, si existe gente que vive toooda su vida haciendo el bien, para tener un lugar en el cielo… ¿Por qué no puedo vivir toda mi vida con esfuerzo para tener un lugar especial en el infierno?... estos son solo negocios mi buen amigo-  sonrió la chica superior, Urss comprendió entonces porque era que sentía esa desconfianza teniendo a la chica delante suya… mas no dijo nada al respecto, solo volvió la mirada hacia el álbum, volviendo a pasar hoja tras hoja
 -Está bien ¿Qué tengo que hacer y cuanto cobraras por ello?- pregunta al final Urss, sabiendo que tal vez ese sea el mejor camino para poder tener a México solo para él. La chica sonríe, oscuridad brilla en su mirada maliciosa, se endereza mejor y carraspea suavemente. Urss cierra el álbum y lo deja a un lado del sofá, prestando atención a la chica que habla ahora de un modo más serio
 -Nada sin importancia. Vive tu vida a su lado, disfrútalo vivo cuanto puedas, entre mas tortura le entregues será más sencillo tenerlo atrapado en la tierra de los vivos… pero, en cuanto muera, deberás traérmelo inmediatamente antes de que su carne comience a pudrirse. Una vez me lo traigas, yo tardare tres días en convertirlo en una NigroDoll-  sonríe a cada palabra, Urss asiente escuchando cada explicación y detalle que le va dando la mujer…
 El infierno de México parecía no acabar jamás
 Notas finales:
 ¡Me encanta como va tomando un rumbo todavía más retorcido! Muajajajajajajaajjaajjaaj… ok… me calmo y comienzo a explicar cosillas ¬u¬ porque hay mucho que no ha quedado completamente explicado… supondré yo…
 En principio, pido una disculpa si se ve medio (bastante) flojo el inicio antes de que Urss de con la bruja, lo que pasa es que no me salía un modo “natural” para que Urss se enterara de la bruja… esto fue lo que mejor me salió… aunque aún no termina de agradarme… por lo menos funciona... en fin…
 Datos extras:
 *Bueno… no se que mas decir… la bruja solo será importante por poco tiempo… solo lo necesario… y como tal, ya sabía que Urss iba a ir a verla… no lo dicen por ahora pero es una bruja con mucho poder muy reconocida
*Con el poder que tiene, ella puede hacer todo lo que dijo y mas… tanto liberar a México de la esclavitud en la que está atrapado con Urss, como liberar a Urss de ese amor enfermizo… pero eso sería “hacer una buena obra” además de que gusta de hacer maldad y ver a otros sufrir… también se podría decir que tiene ideas para joder aun mas al jodido… por algo es mala
*A veces ni es necesario que vea a la gente para saber qué clase de oscuridad habita en sus corazones y es cierto que ese tipo de amor enfermizo que tiene Urss es de los que más la alimentan a ella
*Ella está buscando juntar tantos pecados pueda para volverse un demonio cuando muera…volverse, su propia versión de “inmortal” y créanme ¬¬ va por buen camino… no es samaritana, sino que busca incrementar los pecados de los demás para aumentar los suyos propios, por eso, gente enferma y retorcida como Urss son para ella como un banquete XD
*(Ahora, la explicación más importante) (Y la más larga supongo yo) alguien me pregunto qué significaba la palabra NigroDoll… (yo creí que era obvio pero bueno) la palabra en si es la unión de dos palabras como ya se puede ver
 Nigro=Nigromante/nigromancia
Doll=Muñeca
 NigroDoll=Muñeca Nigromante o Muñeca de nigromancia
 Hasta donde creo, he dejado bien claro que es esta muñeca… por si no ha quedado claro… busquen en google la palabra “Dollfie” (creo que así se escribe) verán unas muñecas preciosas y articulables… en inicio, la idea surge de ahí y del videojuego “Mad Father” (del cual no hare spoilers) pero puedo asegurar que de ahí saque lo de que la muñeca nunca muera… lo demás, fueron cosas que se fueron juntando hasta volver a estas criaturas tan hermosas y perfectas como las NigroDoll ¬u¬
*Pff casi lo olvido… estaba explicando que son las NigroDoll… bueno, como decía, las NigroDoll son muñecas de porcelana creados a tamaño real, utiliza porcelana, huesos y carne del fallecido (estrictamente fallecido y la carne no es tan necesaria pero es bastante más útil) además de que encierra el alma dentro del contenedor (la muñeca)… al final, como el alma se queda encadenada al cadáver y porcelana (como el agua estancada) termina contaminándose y acaba volviéndose un demonio obligado por las cadenas a ser esclavo de su dueño (en este caso, de la persona que manda a hacer a la muñeca) esto, claramente te da un boleto directo al infierno y… para desgracia del muerto… al volverse un demonio, también él se va encadenado al infierno (además de que en busca de hacer pagar a su “dueño” por el pecado de traer a la vida a un muerto… se va con ellos al infierno para ahora hacerle pagar por sus pecados) (¿Ya ven porque dice la bruja que los de mente retorcida son lo mejor para ella?)
*Originalmente, a las originales y primeras NigroDoll (en todas en realidad) puedes elegirle la edad… si le envías una foto de como se veía la persona con cierta edad (obvio más joven que la actual) por ejemplo, de un adulto y lo quieres como un niño, le muestras la foto y la bruja lo hace con la forma y personalidad de un niño pequeño… o con la forma con la que muere (de adulto)… XD
*Ammm… originalmente, las NigroDoll ya existían (su concepto) ya lo había escrito previamente por un fanfic en el fandom de Inazuma eleven, el fanfic se llama “Doll” (joder, siempre olvido el nombre) y lo encuentran en mis usuarios de Mundo Yaoi y Amor Yaoi…
*El primer hechicero/brujo que creo a la primera NigroDoll es Shiro Fubuki (Del fandom de Inazuma) y hay una referencia más que clara a su historia cuando la bruja muestra el álbum y bueno… también hay un spoiler del final de la misma historia XP… pero no diré cual XD… aunque es obvio
*Amm… en principio, las NigroDoll tienen ciertas peculiaridades especiales mega gore (el fic es gore y lemon +18) y no sé hasta qué punto… algunos puntos los voy a cambiar, en principio porque quiero que se vea diferente, en segundo XD la historia la escribí hace como tres años atrás… no recuerdo bien como iba así que será como un reescribir con cosas nuevas XD… pero, si gustan saber de qué va el concepto de las NigroDoll… pueden verlo en ese fic… que, como vuelvo a decir, es gore, yandere y con un chingo de lemon ¬u¬…
 Errr… no sé si me estoy olvidado algo mas… pero bueno… si se me olvida, pues ya ni modo… a lo largo de la trama o en notas finales explico lo que haga falta (o en comentarios) XD… como sea
 ¿Les ha gustado?
Que tengan lindo día
¡Comenten!
 Pfff nadie debe de saberlo pero en teoría… la bruja es una idea de que quería que fuera mi oc de Lubay Nue la que lo recibiera… pero opte por cambiarla al final… aunque aún conserva algunos rasgos y características propias… ¬¬ lo único real que le cambie fueron las vestimentas (que poco importan) los ojos y el cabello… pero en teoría, podría decirse que soy yo XD hahahhaa ok… nadie vio esto ¬¬ shhhhhh
¿¿Les gustaría apoyarme con alguno de estos???
 Ko-fi 
 Patreon (No se muy bien como funciona) 
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mypatchseries · 4 years ago
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Hush, Hush - Capítulo 23
Las razones por la cual Nora había tocado mis cicatrices, las desconocía. Pero no había razón alguna para que ella cometiera semejante equivocación. Tocarle las alas, o las cicatrices a un ángel, o un caído estaba prohibido. La pena era la muerte. Ya de por sí una parte de mí estaba sedienta de sangre, este hecho le restaba un quince al cincuenta por ciento que la apoyaba. No era muy saludable para ella.
Alejé las manos de Nora, tirándola en la cama con sus manos por encima de su cabeza. En otras circunstancias, estaríamos en esta misma posición, pero mis manos en sus piernas y no sujetándola, y con mi boca pegada a la suya. Ya no creía muy probable que eso sucediera esta noche. No con lo que acababa de pasar. Si había algo que despreciara a sobremanera en este mundo, era que supieran sobre mi pasado. Eso hacía que odiara un poco a Nora.
—No se suponía que hicieras eso—le dije, haciendo todo mi esfuerzo por no abrirle la garganta en estos momentos y ponerme a gritar, como mínimo— ¿Qué viste?
En un acto de valentía, levantó su rodilla y la impactó en mis costillas. Si no hubiese visto el acto, ni siquiera lo hubiese notado.
—Quítate de encima—gruñó, tratando de soltarse.
Pues no, de aquí no saldría. Me senté sobre sus caderas, haciendo presión para que dejara de moverse tanto y eliminando el uso de sus piernas, por si acaso. Con mis manos aun sujetando las suyas, lo único que podía hacer era retorcerse.
—Quítate de encima o gritaré—me espetó.
Si no me estuviese hirviendo la sangre, me hubiese reído a carcajadas.
—Ya estás gritando. Y no vas a causar ninguna conmoción en este lugar. Es más un prostíbulo que un motel—le mostré una de mis sonrisas letales, una de esas que anuncian la muerte. Hice un poco más de presión en sus muñecas y la miré fijo a los ojos, sin parpadear—Última oportunidad Nora, ¿Qué viste?
Me di cuenta que estaba luchando con las lágrimas, y un poco del porcentaje perdido en un principio regresó a su antiguo hogar. Aflojé un poco el agarre, y me contuve de soltarla del todo. Necesitaba saber qué había visto.
—Me das asco—soltó— ¿Quién eres? ¿Quién eres realmente?
Otra sonrisa macabra, aunque esta era peor que la anterior. Odiaba esas preguntas. Eran precisamente esas por las cuales me había convertido en un asesino. Ya ni podía recordar las veces en las que había arrancado cabezas, y atravesado corazones por el simple hecho de hacer esas jodidas preguntas.
—Nos estamos acercando—murmuré.
Si había hecho esa pregunta, eso quería decir que…
— ¿Me quieres matar? —preguntó, con la voz rota.
Bien, ahora mismo no podía darle respuesta a esa pregunta. Seguía dudando. ¡Maldita sea, nunca en mi vida dudaba!
—El jeep no murió realmente esta noche, ¿verdad? —preguntó. —Mentiste, me trajiste aquí para matarme. Eso fue lo que dijo Dabria que quieres hacer. —Nunca dejaría de sorprenderme lo lista que llegaba a ser esta chica—Bueno, ¿Qué esperas? Haz tratado de matarme todo este tiempo. Desde el inicio. ¿Me vas a matar ahora?
Trataba de hacerse la fuerte, y eso era algo que siempre admiraría en ella. Sin embargo, se notaba desde lejos que hacía hasta lo imposible por tratar de no derramar una lágrima frente a mí. Miré su rostro fijamente, y luego me desvié a su cuello…
—Es tentador—murmuré.
Nora se retorció debajo de mí. Intentó rodar a la derecha, luego a la izquierda. Pero supuse que finalmente había comprendido que era algo imposible zafarse, así que se detuvo.
—Apuesto a que esto te gusta—soltó.
—Una buena apuesta, sin duda.
El enojo comenzaba a desvanecerse, en cambio, estaba mucho más concentrado en el hecho de que su cuerpo estaba debajo del mío.
— ¡Sólo hazlo! —dijo, con tono retador.
— ¿Matarte?
Asintió.
—Pero primero quiero saber por qué. De los billones de personas en el mundo, ¿por qué yo?
—Malos genes—respondí.
— ¿Eso es todo? ¿Esa es la única explicación que me das?
—Por ahora.
Bien, no entendía mucho el “por ahora” puesto que hacía unos minutos tenía un sesenta y cinco por ciento de probabilidades de matarla, pero en fin. No era como si Nora me mantuviera en un estado normal.
— ¿Qué significa eso? —su voz elevándose de nuevo. — ¿Obtendré el resto de la historia cuando finalmente pierdas el control y me mates?
—No tengo que perder el control para matarte. Si te hubiese querido matar hace cinco minutos, habrías muerto hace cinco minutos.
Rocé su marca de nacimiento con mi pulgar, maldiciéndola para mis adentros. Si no fuera por esa estúpida marca, nada de esto estaría pasando. ¿No pudo ser el descendiente de Chauncey un hombre? ¿Tenía que serlo una guapa, ardiente y terca mujer?
— ¿Y qué de Dabria? —Preguntó, jadeando—Ella es lo mismo que tú, ¿cierto? Ambos son ángeles.
Me bajé de sus caderas, pero aún sostenía sus manos. Escucharla hablar de ese tema, y ver la manera en la que se encontraba no me hacía sentir muy cómodo. Por primera vez en toda mi existencia tenía esa necesidad de contarle a alguien sobre mí. Alguien que no corriera asustado, ni que me juzgara. Y estaba comenzando a estar seguro de que ese alguien podría ser Nora. La persona a la que tendría que matar.
—Si te suelto, ¿me vas a escuchar? —le pregunté.
— ¿Qué más da si echo a correr? Me atraparás y me arrastrarás de nuevo hasta aquí.
Al menos era realista.
—Sí, pero eso sería una escena.
— ¿Dabria es tú novia? —preguntó. No puede ser. Ella se entera de que quiero matarla, ¿y le preocupara que Dabria todavía sea mi novia?
—Lo fue. Hace mucho tiempo, antes de que cayera en el lado oscuro. —le dije, tratando de reprimir una sonrisa estúpida que no entendía. Supuse que debió parecer una extraña mueca o algo parecido—También fue un error.
Lentamente, probando su reacción, solté sus brazos. Por tres minutos se quedó tendida en el colchón, respirando pausadamente, pero luego se lanzó hacia mí con toda la fuerza que tenía. Se acurrucó contra mi pecho, pero ni siquiera obtuvo de mí un leve tambaleo. Nada.
— ¿Ya está? —pregunté.
—No. —Condujo su codo hacia mi muslo— ¿Qué pasa contigo? ¿No sientes nada?
Se puso de pie para encontrar equilibrio sobre el colchón, y me pateó el estómago con lo que imaginé sería toda la fuerza que tenía.
—Tienes solo un minuto más—le dije—Para sacar toda la cólera de tu sistema. Luego me haré cargo.
Supongo que imaginó que el minuto que le daba era para escapar, porque enseguida se lanzó en dirección a la puerta. Sin embargo, la agarré en pleno vuelvo y la arrinconé contra la pared. Nuestras piernas estaban entrelazadas, frente a frente a lo largo de nuestros muslos.
—Quiero la verdad—dijo, haciendo esfuerzos para no llorar— ¿Has venido a la escuela para matarte? ¿Fue ese tu objetivo desde el principio?
Apreté la mandíbula.
—Sí.
Limpió una la lágrima que se atrevió a escaparse. No sabría explicar exactamente qué fue lo que sentí, pero no me agradó en absoluto.
— ¿Estás disfrutándolo en tu interior? ¿De eso se trata, no? ¡Convenciéndome para confiar en ti y así podrías gritarlo en mi cara!
—Estás enojada—murmuré.
— ¡Estoy destrozada! —gritó.
No sabría decir si fueron sus lágrimas lo que causaron un efecto dramático y decisivo, o el hecho de que me había grita algo que me hacía sentir mal. Pero la pregunta que me había hecho hace unos momentos retumbaba en mi cabeza de nuevo. ¿Podría seguir mi camino sin Nora en él? No, definitivamente no. Deslicé mis manos por su cuello, presionando mis pulgares suavemente en su garganta, inclinando su cabeza hacia atrás. Presioné mis labios con los de ella tan fuerte, que la detuve de decir lo que sea que fuese a decir. Mis manos cayeron en sus hombros, rozando sus brazos y llegando a descansar en la parte baja de su espalda. Mi cuerpo no registró el calor del suyo, pero había algo… algo que latía dentro de mí con necesidad, lujuria y admiración… algo que hacía que la necesitara más cerca de mí.
Ella, en cambio, sintió la necesidad de morderme el labio.
O eso creí.
Lamí mi labio inferior con la punta de mi lengua.
— ¿Acabas de morderme? —Pregunté, por si acaso.
— ¿Todo es una broma para ti?
Pasé mi lengua sobre mis labios de nuevo.
—No todo.
— ¿Qué no es una broma?
—Tú.
Parecía bastante tensa. <<Relájate, confía en mí. >> hablé en su mente.
—Oh, Dios mío—dijo, sobresaltada—Estás haciéndolo de nuevo, ¿No es así? Jugando con mi mente. Puedes poner más que palabras en mi cabeza, ¿no? Puedes poner imágenes, imágenes muy reales.
No lo negué, porque era cierto.
—El arcángel—dijo, como si acabara de comprenderlo—Intentaste matarme esa noche, ¿no es así? Pero algo salió mal. Luego me hiciste pensar que mi teléfono celular estaba muerto, así no podría llamar a Vee. ¿Planeabas matarme de camino a casa? ¡Quiero saber cómo estás haciéndome ver lo que tú quieres!
Mi cara estaba sin expresión alguna.
—Pongo las palabras e imagines allí, pero depende de ti si las crees. Es un enigma. Las imágenes superponen la realidad, y tienes que averiguar cuál es real.
— ¿Ese es un poder especial de los ángeles?
Sacudí mi cabeza.
—Sólo de los ángeles caídos. Ningún otro ángel invadiría tu privacidad, ni aunque pudiera.
Apoyé mis manos contra la pared detrás de ella, una a cada lado de su cabeza.
—Hice que el entrenador nos cambiara de sitio para estar cerca de ti. Te hice creer que caías del arcángel porque quería matarte, pero no pude seguir adelante. Casi lo logro, pero me detuve. En cambio me conformé con asustarte. Luego te hice pensar que tu celular estaba muerto, porque quería llevarte de vuelta a casa. Cuando entré en tu casa cogí un cuchillo. Iba a matarte entonces—mi voz se suavizó—Pero lograste que cambiara de opinión.
Ella tomó un fuerte suspiro.
—No te entiendo. Cuando te dije que mi padre fue asesinado, sonabas sinceramente dolido. Cuando conociste a mi madre, fuiste majo.
—Majo—repetí—Será mejor que eso quede entre tú y yo.
Estuve a punto de sonreír para aliviar la tensión, pero la expresión de Nora me detuvo. Inclinó su barbilla y estrechó sus ojos.
—Sal de mi mente. De inmediato. —soltó.
—No estoy en tu mente, Nora—le dije.
Se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos sobre sus rodillas, pidiendo aire.
—Sí lo estás. Te siento. ¿Así es como vas a hacerlo, sofocándome?
Intenté acercarme a ella, ya bastante preocupado, pero sacó su mano de inmediato.
— ¡Aléjate!
Apoyé un hombro en la pared y le di la cara, haciendo una mueca de preocupación.
—Aléjate – de – mi —Jadeó.
No lo hice.
—No – puedo – respirar—Se ahogaba, arañando la pared con una mano, y agarrando su garganta con la otra.
Maldita sea, Nora. La tomé en mis brazos y la coloqué en la silla que había al otro lado de la habitación.
—Pon tu cabeza entre tus rodillas—le ordené, guiando su cabeza hacia abajo.
Sus gemidos de frustración y asfixia fueron disminuyendo.
— ¿Mejor? —Pregunté, después de un minuto. — ¿Tienes las píldoras férricas contigo?
Sacudió su cabeza. Sencillamente genial.
—Mantén tu cabeza abajo y toma profundas respiraciones prolongadas—ordené.
—Gracias—Dijo en voz baja, al cabo de un momento.
— ¿Todavía no crees en mí?
—Si quieres que confíe en ti, déjame tocar tu cicatriz de nuevo.
La estudié silenciosamente por un largo rato.
—Esa no es una buena idea—dije.
— ¿Por qué no?
—No puedo controlar lo que ves.
—Ese es el punto.
Pues sí, el punto es que Nora vería los distintos asesinatos que había cometido antes de conocerla, o eso creía. Vaya, que genial.
—Sabes que no estoy escondiendo cosas—le dije, en voz baja.
Bueno, literalmente no lo estaba haciendo. Ya le conté todo lo que había hecho, ¿No? Lo que había sucedido antes de ella no tenía por qué incluirla.
Su labio tembló.
—Dame una razón para confiar en ti—susurró.
Suspiré. Fui a sentarme en la esquina de la cama, hundiendo el colchón bajo mi peso. Me incliné hacia adelante, apoyando mis antebrazos en mis rodillas. Lo más probable es que luego me arrepintiera de esto, pero bien, no podía seguir mintiéndole.
—Adelante—le dije, silenciosamente. —Ten en cuenta que la gente cambia, pero el pasado no.
—No quedare atrapada allí para siempre, ¿verdad? —Preguntó.
—No.
Pude sentir sus nervios mientras se sentaba junto a mí. Por segunda vez esta noche, su dedo rozo el borde de la cima de mi cicatriz. Éstas volvieron a tensarse, y Nora se vio envuelta de nuevo por la oscuridad de mi pasado.
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asttaeroth · 5 years ago
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Conferencia sobre la lluvia*
Conocí a Laura con el pelo mojado. Sonreía, como si no le importara haberse empapado. El pelo – negro, húmedo- le caía sobre el rostro como una planta. Le ofrecí un pañuelo. Pertenezco a la última generación que salió a la calle con un pañuelo. Le tendí el pañuelo, venturosamente limpio, y ella lo pasó sobre su pelo con suavidad, como si tocara una sombra.
Laura había ido a la biblioteca a revisar la sección de textos restringidos, recomendada por el Gordo Mendívil. Me gustó que alguien que se conducía con la delicadeza de un espectro quisiera asomarse a un libro muy pesado. La vi pasar las páginas, páginas tan antiguas que parecían pellejos. “¿Puede un ángel desollar un cuerpo?”, me pregunté. Me había enamorado de ella.
Sucedió como en un pasaje de Cortázar: “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella”. Fue lo que ocurrió con Soledad. Nos elegimos como se eligen las prendas de ropa. “A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige”, dice Cortázar: “No elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto”. Al ver a Laura sentí eso. No elegí: amé. Llovió encima de mí.
Me sentí tocado por un halo luminoso. Un resplandor despertó en mí insospechadas energías. ¡Amanecí, señoras y señores! Para entonces, ya hacía mucho que Soledad se había ido con su plumero.
Pregunté el nombre de la diosa. Se llamaba como la musa de Petrarca. Esto me pareció una señal, aunque todo me hubiera parecido una señal. El amor es un intérprete obsesivo.
Ahorraré los pormenores de mi nerviosismo.
Baste saber que la torpeza se puso de mi parte. Tropecé, tartamudeé, me rasqué la cara de un modo que a ella la resultó encantador. Fui vulnerable.  Laura venía de un santuario académico donde el más inculto de sus colegas traducía del griego clásico. Tuve la suerte del despistado; caí a sus pies cuando le llevaba unos tomos virreinales. Me vio en el suelo y me dirigió una sonrisa avasallante.
Era bastante joven pero su vista ya se había debilitado con la lectura. Cuando se quitaba los lentes miraba como si yo fuera un pez en un acuario, un pez pegado al vidrio, que trataba de nadar hacia ella. Me gustaba cómo me miraba sin enfocarme, aislado en mi pecera.
Parece dirigirse a alguien en el auditorio:
Laura me eligió como se elige un libro en una biblioteca. No sé qué clase de texto fui para ella. Pero una tarde definitiva me llevó a un hotel cercano, con esta frase prometedora: “Si no te parece suficientemente sórdido, buscamos otro”.
Bebe agua
Fui su rehén amoroso. Con ella conocí una dicha corporal que no creí que me estuviera destinada. “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan delicadas”. Un verso de Cummings. ¡Cómo me gustaría sentir ahora esas manos en mi espalda! Manos como una caricia de agua.
Aprendí a amar sus gestos. Cuando sus dedos reposaban sobre una mesa. Los movimientos que en los demás eran comunes en ella constituían un absoluto, un dogma de la perfección. La veía atarse la trabilla del zapato o doblar un klínex como quien contempla una anunciación. La amé con una intensidad desconocida, que no me da vergüenza confesar.
Pero yo sólo le interesaba parcialmente. No soy un hombre apuesto y carezco de ese magnetismo indescifrable que se llama “carisma”. No era una chica que pudiera deslumbrarse con yates o mansiones, pero sí admiraba las posesiones intelectuales, el prestigio del que sabe algo único. No soy una figura del pensamiento; tampoco soy un atleta que despierta aguerridos entusiasmos corporales. Ignoro lo que ella vio en mí, pero sólo deseaba una relación física. “Fuera del organismo, nada”, así me dijo.
Es posible que mi torpeza le haya parecido una forma de la sinceridad. Estaba harta de la sublime pedantería de sus colegas. Ante ella, mi cuerpo reaccionaba con la franqueza del que ama. Nuestro acuerdo táctil era perfecto, y no quiso nada más.
No aceptó ir a mi casa. Jamás fuimos a un restaurante ni paseamos por un parque. No supe los pequeños secretos que saben los amantes. Ignoré el sabor que más le gustaba, las cucharadas de edulcorante que usaba para el té.
Un día me comentó: “Nuestros encuentros son mágicos, ¿para qué quieres que sean normales?”. ¿Qué podía expresar mi estado de ánimo? Un verso de Verlaine: “Llora en mi corazón como llueve en la ciudad”. Sí, mi corazón lloraba. Es una frase exagerada, lo sé. También es verdadera. El amor tiene una sed de absoluto. No me refiero a su carácter posesivo, sino a la necesidad de compartirlo todo y conocer al otro, hasta donde es posible.
El Gordo Mendívil me había acusado de tratar a Soledad como a una sirvienta. ¡Ella era mi tirana! Su incultura no le impedía dominarme. Laura me sometió a un castigo refinado. Una tortura deliciosa, insoportable, la tortura de la dicha a medias. Me daba un placer extraordinario pero siempre parcial. En cambio, ella estaba satisfecha. Lo poco que yo le daba le parecía suficiente.
¿Quería demostrar que también un hombre puede también ser un objeto del deseo? No, estaba lejos de esa simple revancha feminista. Deseaba, así me dijo, permanecer en mi zona verdadera, mi zona de sinceridad, en la que yo no tenía secretos. No quería asomarse a mis defectos, conocer mi neurosis, abrir una ventana a mis caprichos.
Intuía que solo alguien con alguien con una mente muy revuelta podía tener mi cándida torpeza corporal, mi desorganizada manera de lidiar con sus botones. No quería conocer las aguas turbias que explicaban mis encantadores temblores físicos. “Fuera del organismo, nada”, ese era su lema.
Yo no podía rebatirla. Admito que no siempre soy agradable. Tengo manías y me irrito con facilidad. La mayoría de la gente me cae mal a priori. Odio la ignorancia y desconfío de los que creen saber. Me cuesta trabajo deshacerme de mis ideas fijas. No puedo ver un hombre en sandalias. Si es un campesino, lo respeto. Si no, siento una repugnancia sólo superada por la contemplación de unas sandalias con calcetines.
Me gustan los pies de las mujeres pero detesto la aparente soltura del hombre que desnuda los dedos de los pies. Hay demasiadas cosas que no soporto. Si alguien corta el espagueti con cuchillo, estoy a punto de encajarle el mío. No soy ameno. No sé hablar de películas ni puedo contar historias de mis viajes. Entre otras cosas porque no voy al cine ni hago viajes.
Pero para ser aceptado, el mal carácter necesita tener autoridad. Se acepta, e incluso se espera, que el gran pensador o el artista convulso sean hijos de la chingada. Su exaltada sensibilidad no puede estar de acuerdo con el mundo. Pero no soy un genio; mis manías son las de alguien que piensa demasiado sin que eso sea original. Laura conocía mis torpezas llevaderas, las del bibliotecario que usa los libros para tropezar con ellos, no quería entrar en los oscuros pasillos de mis obsesiones.
“Fuera del organismo, nada”. La frase aborrecible me persiguió durante nuestra relación. Hasta que un día, un día de lluvia, para ser precisos, encontré esas palabras en un libro. Laura, que celebraba mi organismo y quería desconocer mi interior, había usado una cita literaria. Pertenecía a una novela de Ledo Ivo; ahí, una puta decía: “Fuera del organismo, nada”. Su profesión se definía por no ver a sus clientes fuera de la cama. No pude asociarla con mi amada. Sus causas para separar la mente del cuerpo tenían que ser más complejas.
Se había dado el lujo de usar una cita para mantenerme lejos de su mundo interior. Me pregunté si otras de sus frases – acaso las que parecían más sinceras, producto del éxtasis físico -  serían notas de pie de página.
Laura era un libro que yo abrazaba sin comprender su significado. Un libro único, valiosísimo, escrito en una lengua desconocida. No formar parte del resto de su vida me hacía sentir que poseía un libro indescifrable. No me bastaba su cuidada encuadernación en piel, su tipografía atractiva, sus ilustraciones en miniatura. ¡Quería leer a Laura!
¿Otros sí podían hacerlo? Sentí celos indecibles de la persona capaz de conocer sus recuerdos, sus historias, sus chismes.
[…]
Cuando lo fui a ver [al gordo Mendívil] para hablar de Laura aún le quedaban cinco años de vida. “Laurita se ha prendado de ti”, dijo antes de que yo sacara el tema. “Ten cuidado, el amor es una caída que produce raspones. ‘To fall in love’. El que ama cae. Aunque supongo que tú más bien tropiezas”, sonrío con la plenitud que sólo puede tener un obeso.
¿Laura le había dicho algo de mi nerviosa conducta? Me pareció, más que nunca, una mujer escrita en arameo, la mujer que yo no podía leer.
Mendívil me devolvió los libros menos uno, Las mil y una noches, en la versión del capitán […] Sentí un tirón en el vientre cuando dijo que deseaba conservar Las mil y una noches algún tiempo más. Antes de despedirme me previno “A tu edad es arriesgado echar una cana al aire. Laurita ha destruido muchos corazones”. La verdad es que comenzaba a arrancar el mío, como una sacerdotisa azteca. Nuestra felicidad era perfecta pero yo quería algo más. Me molestó que el Gordo supiera cosas de ella y adivinara o incluso estuviera informado de nuestro romance.
¿Qué necesidad tenía Laura de marcar ese límite infranqueable? ¿Por qué no podía pasar yo a la otra parte de su vida?
Pausa. Mira el reloj.
Decidí confrontarla pero tardé en hacerlo. Su belleza me dejaba sin argumentos. Sus ojos me obligaban a darle razón. No quería perderla. Jamás le había visto un arrebato ni un ataque de ira. Ante mí había sido emocionalmente perfecta. Ignoraba lo que sería capaz de hacer en caso de que yo la hartara. Finalmente me decidí. Desesperado, miré las sábanas revueltas en nuestro cuarto de hotel y hablé con la fuerza interior de un burócrata cualquiera: “No quiero una relación mágica. Quiero una relación normal”.
Me miró de un modo maravilloso. Sus ojos color miel se llenaron de lágrimas. Mi simplicidad la había conmovido. Le costó trabajo encontrar algo que decir. Finalmente pronunció unas frases que había memorizado. Con toda calma, citó: “No se puede tener lo de hoy y lo de ayer, no se puede ser a la vez quien se ha sido y quien se es. Hay que escoger. La felicidad ha de ser una. No puedes tener el sol… y la luna”.
Yo quería una felicidad, ¡con ella! Se lo dije, mojando sus dedos delgados con mis lágrimas. “Eso sólo puede perjudicarnos , comentó, “¿De veras quieres que yo sepa cómo eres?”, me acarició el pelo.
Tenía razón: yo quería poseer sus historias, pero era mejor que ella no conociera las mías. Cada vez que se me acaba el jabón guardo en una caja de plástico el último trocito, que ya no limpia nada. Al cabo de unos meses mojo todos los trocitos y con ellos hago un jabón grande y amorfo, no muy agradable, con el que ahorro unos pesos. Laura no tenía por qué saber eso. Lo reconozco: no puedo ser agradable a cada rato.
Salí devastado del hotel. Me sentí tan mal que no traté encontrar la cita de Laura en un libro. La busqué en Google, ese laberinto de los desesperados. Las palabras eran de Ramuz. En Historia del soldado, el protagonista le pide dos felicidades al diablo y ésa es su ruina.
Por lo común, dos felicidades se asocian con dos personas. Yo quería una felicidad completa con ella: la vida física de Laura y su otra vida, hecha de historias, anhelos, sueños… A partir de ese momento enloquecí.
Mi ruina, por supuesto, fue un libro. Decidí seguirla sin saber que ese largo itinerario me llevaría a algo de mí mismo. Ella tenía un coche pequeño, de inspiración japonesa, que manejaba con temible celeridad. Me costó trabajo seguirla en taxi.
No me extrañó que se dirigiera al campus de la universidad. Se estacionó en una zona para profesores, bajé del taxi y la seguí a lo lejos. Vio su reloj y sonrió. Había llegado antes de lo previsto. Se sentó en una banca, bajo un árbol frondoso, y sacó un libro. ¡Las mil y una noches, en la versión del capitán Burton! El Gordo Mendívil se lo había prestado, por eso aún no me lo devolvía. Además de bibliográfica, ¿la relación con mi amigo también era táctil? No lo creo, necesito no creerlo.
Para tranquilizarme, para no tocar fondo en la locura, para mantener un anhelo, pensé que ella quería conocerme de otro modo. La vida de los gustos compartidos que me había vedado hasta entonces podía llegarle a través de ese volumen, el más codiciado de los míos. Leer eso era una forma de quererme. ¿Por qué no me preguntaba mi opinión? ¿Por qué no me pedía el libro? ¿Por qué no podíamos leerlo juntos?
Pasé varias noches en vela antes de nuestro siguiente encuentro. Cuando nos vimos yo tenía ojera de poeta ultraísta. Me costó trabajo pasar por los protocolos del deseo. Mi pasión carnal disminuía. Miré el techo de ese triste cuarto de hotel, manchado de salitre, y mencioné el libro que no me había devuelto el Gordo. “Me interesa lo bueno de ti”, dijo ella, en forma enigmática.
Mientras más angustiado está un amante, más vanidoso se vuelve. Necesita hacerse presente en cada gesto de la amada. Con gratificante egoísmo, pensé que leía los libros que yo le daba a Mendívil para conocerme mejor.
Mis ideales se movían en péndulo. De pronto, pensé otra cosa: lo mejor de mí era los libros, no mis opiniones sobre ellos.
Yo oía su brusca respiración cuando dormitaba entre mis brazos, el chorro de su orina en el baño, el soplido de vaho que arrojaba para limpiar sus lentes como la música más afortunada.
¿Qué sabía ella de mí? ¿Podía intuir mi personalidad a partir de lo que veía en mí, mi empleo en la biblioteca, el temblor de mis manos ante su sonrisa, la predisposición a quererla como solo puede hacerlo quien le imagina perfecciones?
Insistí en hablarle del codiciado libro que ella tenía: “Cada noche, Sherezade cuenta una historia para ahorrarse la muerte; nosotros vivimos nuestras noches para ahorrarnos una historia”. La frase era pomposa y técnicamente falsa, porque nos veíamos de tarde, no de noche. “Si eres feliz no necesitas una historia”, respondió ella: “Déjale eso a los que tienen que salvar su vida y compensan sus dolores contando cosas”. Rodó sobre la cama y me miró a los ojos: “¿Te gusto?”, preguntó. Era obvio que me gustaba pero por primera vez me pareció egoísta, presumida, segura de sí misma. No supe entender que si atesoraba sus gestos y sus ruidos minuciosos era, precisamente, porque no le conocía nada más.
Entonces imaginé otra posibilidad: quizá no fuera tan perfecta, quizá tuviera cuatro hijos –uno de ellos con labio leporino– a los que descuidaba por retozar con un bibliotecario. ¡Yo era la prueba de su imperfección! ¿Qué otra evidencia necesitaba?
Esa tarde ella olvidó un paraguas en la habitación. Un paraguas negro, como tantos otros, que la circunstancia volvió fúnebre. Dejó el cuarto de prisa porque tenía que dar una clase. El paraguas quedó en un rincón, como un pasaporte a su otro mundo. Quise devolvérselo.
Fui a la facultad y pregunté por ella. Me atendió una mujer con anteojos de fondo de botella, alguien que podía simpatizar conmigo. Le sorprendió que un bibliotecario se tomara el trabajo de devolverle algo a una investigadora. Me dio su dirección.
Me aferré al paraguas como a un talismán y fui a su casa, en un barrio apartado. Si la travesía hubiera sido más corta, habría llegado con menos especulaciones en la cabeza.
Una ventana estaba encendida. La ventana del desitno.
¿Puede alguien resistirse a un resplandor enmarcado en la oscuridad? Ya imagines lo que hice: me asomé a donde no debía. Vi lo peor que podía ver: Laura era feliz, lejos de mí, junto a alguien que a todas luces la quería. Conocía esa expresión de dicha porque ella la utilizaba conmigo. Laura sí tenía dos felicidades, pero ambas debían estar a la mitad para existir; no debían unirse, y yo lo había hecho. Lloré, enjugando mis lágrimas en el paraguas. Al cabo de un tiempo comenzó a llover y el agua cayó sobre mí como en un poema de Eliseo Diego, “como un ajeno llanto por mi cara”.
Regresé, pisando charcos, con el paraguas cerrado. Cuando ya era innecesario, lo abrí. Pasé a la casa de Mendívil. “Laura olvidó esto”, le tendí el paraguas y me fui.
[…]
No volví a ver a Laura, Bruno. Supongo que me descubrió en su casa, asomado a la ventana, porque tampoco ella quiso saber de mí. Me quedé demasiado tiempo bajo la lluvia, empapándome, sin abrir el paraguas. Tal vez ella se asustó al ver una mancha rosácea junto al cristal mojado, un molusco bajo la tormenta. Quizá en un principio pensó que yo era un ladrón o un pervertido y luego supo que era algo peor: el hombre que podía quererla a condición de no estar ahí. Entendió que yo había roto el pacto; la había traicionado. “Hay que escoger. La felicidad ha de ser una”. No aprendí la lección.
Laura recogió el paraguas en casa de Mendívil, sin la menor sorpresa o preguntar quién lo había llevado ahí. El Gordo me lo dijo, entornando su único ojo como un erudito que sabe “algo más”.
Ella no volvió a la biblioteca. Al día siguiente de la desdichada visita a su casa, un mensajero llegó a verme con una cesta en la que estabas tú. “Para tus ratones”, decía una nota, firmada por Laura con la ele líquida que tan bien trazaba.
Eras un gatito precioso, color café con leche, con un moño rojo y un cascabel en el cuello. Laura supo que serías mi compañía perfecta.
*Tomado de ‘Conferencia sobre la lluvia’, del escritor Juan Villoro. El siguiente fue un fragmento adaptado, omitiéndose gran parte del inicio del libro y contenido que se creyó irrelevante frente al tema.
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imagining-supernatural · 5 years ago
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Me Va Mucho la Anatomía
Parte 1 de La vida Cambia (Afortunadamente a Mejor) 
Sumario: Bueno, este capítulo comienza con Bucky Barnes despertándose esposado a mi cama. Así que, si eso no capta tu atención para comenzar a leerse esta historia, no sé que lo hará. (Y si me profesor de Octavo está leyendo esto, primero: ¡Que te den, pervertido! Y segundo: Mis amigos y yo para nada rodeamos tu casa con papel higiénico justo después de que me suspendieras en el trabajo de escritura creativa. Fue sin duda alguna otra persona.)
Advertencia: Piensa en la frase “aún esposado a mi cama” por un segundo. (Para aquellos de vosotros que aún seáis inocentes, estoy hablando de sexo. Así que no lo leas si no quieres leer conversaciones de este tipo) Además, mi profesor de Octavo te diría que está mal escrito, pero es un viejo arrugado así que… 
Recuento de palabras: 1.759
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El cuerpo humano tiene huesos, poca gente lo discutiría. Pero, ¿cuándo me levanté esta mañana? Bueno, desde luego que parecía que mis huesos se habían licuado y transformado en pilares de lodo bien saciados. Mi habitación estaba iluminada por una suave luz que desprendía la hilera de lucecitas que tenía colgadas, lo que significaba que no me había preocupado en desenchufarlas la noche anterior. Desde luego, eso no había sido una prioridad, y el pecho desnudo en el que estaba reposando me recordó el por qué.  
Despertar al lado de Bucky se estaba convirtiendo en algo familiar y esperado. Sin embargo, lo que noera familiar era la ausencia de su brazo que en otra ocasión estaría curvado a mi alrededor, ya que a él le encantaba abrazar. Si abrazar fuera un deporte Olímpico, él sería medallista de oro.
Me costó un rato de silenciosa charla interior, convencerme a mi misma de que tenía que abrir los ojos, y aún me costó más convencer a mis ojos de que tenían que permanecer abiertos un poco más de unos cuantos segundos. Por supuesto, eso no era nada comparado con el esfuerzo que tenía que hacer para convencer a mi cuello de que se moviera lo suficiente para poder ver a dónde había ido su brazo. El esfuerzo se vio recompensado y no pude evitar soltar una risilla ante la visión que se abría ante mis ojos. Mi carcajada, combinada con mi vano intento de controlarme presionando la frente en el pecho de Bucky le despertaron. 
“¿Qué pasa?” murmuró, tratando de moverse. Mi carcajada aumentó cuando se quedó inmóvil, dándose cuenta de que no podía mover el brazo derecho más que un par de centímetros, por cortesía de las esposas que aún anclaban su muñeca derecha al cabecero de mi cama. “Mierda, joder.” 
“Espera, Bucky,” me las apañé para jadear. “Voy a buscar la llave.” 
La sonrisilla que apareció en sus labios contrastaba con el gruñido de frustración. Tuve que soltar unas cuantas risillas más, y prepararme mentalmente antes de poder enderezarme y comenzar el viaje sobre su cuerpo que me llevaría a la mesilla de noche donde estaba la llave. Dios, moverse había sido un error. Después de todo lo que hicimos ayer, mis músculos noquerían moverse bajo ningún concepto y estaban gritándome que parara. El brazo izquierdo de Bucky estaba tenso sobre mis hombros y al gruñir noté la preocupación en sus ojos. 
“Estoy tan jodidamente dolorida,” le tranquilicé con una sonrisa para hacerle saber que no me había hecho daño ni nada parecido. Finalmente logré moverme hasta quedar encima de él, a distancia suficiente para llegar a la mesilla de noche y alcanzar la llave. 
Mis palabras hicieron aparecer en su rostro esa media sonrisa tan confiada y se relajó lo suficiente como para dejarse caer de nuevo entre los cojines. “Demasiado dolorido para moverme, y aún esposado… joder, se me da bien esto.” 
“Ten cuidado, Barnes. Puede que no te suelte las esposas si te sigues portando como un bastardo arrogante.” 
“Lo dices como si fuera algo malo, muñeca.” El brillo travieso de su mirada me dejó sin tiempo para prepararme para el frio del metal de su brazo prostético colándose entre las sabanas para pellizcarme el culo y el gritito que escapó de mis labios junto con el saltito de mis músculos en respuesta al pellizco alimentaron el fuego de su sonrisa. “No estoy diciendo que no quiera que me mantengas aquí todo el día.” 
“Vale, pero mi cuerpo está diciendo que no. Necesito un respiro.” 
Como atestiguando mis palabras, seguí jugueteando con las llaves en un intento de liberar a Bucky de las esposas. Tío, estaba agotado. La simple tarea de abrir unas esposas era casi demasiado, y Bucky tenía la mirada clavada en mi rostro. Cada segundo que pasaba hacía que su sonrisa se ampliara. 
“Cállate,” murmuré. “Esto es culpa tuya, ya lo sabes. Fuiste tú el que me pidió que llamara al trabajo diciendo que estaba enferma y quien no me ha dado un momento de respiro durante todo el día.” 
“Y también soy el que te ha dado ¿Cuántos orgasmos dices que fueron?”
“Cállate.” Las esposas finalmente se abrieron y él estiró los brazos con alivio antes de rodearme con ellos y hacerme rodar hasta que estuve firmemente arropada a su lado. Cuando comenzamos a acostarnos hacía unos cuantos meses, no había esperado que se quedara a dormir, y mucho menos que se acurrucara a mi lado toda la noche. ¿Quién se iba a imaginar, que Bucky Barnes, el arrogante hijo de puta, el malote entrenado para la guerra, era el mayor cabroncete abrazador que había conocido?
Y hablando de partes de él que la gente a penas conocía… me acerqué un poco más a él y esperé uno poco para hablar. “¿Qué pasó ayer?” 
Con la cabeza apoyada sobre él, sentí su pecho subir y bajar mientras daba un profundo suspiro. “Es… no lo sé. Fue todo una mierda.” 
Alguien más valiente que yo podría haberle insistido. Pero lo que Bucky y yo teníamos era… complicado. Y simple. Simplemente complicado. 
Empezó simple. Veras, yo tenía una compañera de cuarto en mi primer año de universidad, Natasha. Yo estaba medio enamorada de ella. Un cuelgue inmenso. Sin embargo, era demasiado tímida y cobarde para hacer nada al respecto. Y unos cuantos meses después, se echa un novio, Steve. Y ahí es donde acabaron mis posibilidades de algo con ella. 
Pero un día me arrastra a una fiesta y conozco al compañero de cuarto de Steve, Bucky. No me costó mucho darme cuenta de que él también estaba colgado por Nat. Aunque honestamente, ¿Quién no estaría colgado de ella?
Pero no fue hasta que encontré mi propio hogar, un apartamento barato, y Natasha aún me arrestaba a fiestas en las que acababa borracha sololo justito, cuando vi a Bucky mirarle el culo a Nat e hice una broma descarada sobre nosotros dos enrollándonos para así dejar de pensar en la pelirroja que no estaba disponible. Se rio, pero una semana más tarde me llamó y a la mañana siguiente me desperté con él en mi cama. 
Eso había pasado hacía seis meses. Cuando ver a su compañero y a Nat por el apartamento le parecía demasiado, encontraba la forma de colarse en mi cama dejando las ropas esparcidas por todo el apartamento. Después solía llamarme cuando tenía un mal día, incluso si era por algo que no tenía nada que ver con Nat. Siempre acababa siendo solo sexo, pero, de alguna forma, nuestro acuerdo funcionaba. 
Veras, generalmente no me va el sexo casual. Yo era demasiado tímida para iniciar esa clase de conversación. Y necesitaba algo más. Necesitaba alguna clase de conexión. Supongo que el gusto de Bucky por acurrucarnos compensaba la conexión emocional que generalmente necesitaba sentir. El sexo era divertido. Aún lo es. Generalmente acababa arrepintiéndome de las conversaciones que tenían como aliciente el alcohol, pero la conversación con la que empezó todo esto era algo de lo que desde luego nome arrepentía. 
Así que esto de no tener ataduras está bastante bien. Y hace un mes, te habría dicho que yo me ceñía a la parte de sin emocionestambién. Él era un amigo. Nada más. 
Bueno, aún es un amigo. 
Nada más. 
Pero hay algunas emociones colándose. Y, en su mayor parte, soy bastante buena ignorándolas. De vez en cuando, sin embargo, se colaban como lo hicieron esa mañana, y yo acababa por hacerle alguna pregunta personal, como qué había sido lo que le había impulsado a meterse entre mis sabanas. Ya que el hecho de que me hubiera buscado a mi cuando tenía un día de mierda tenía que significar algo, ¿verdad? Era a mi a quien acudía en busca de confort.
Eso tenía que significar algo. 
Aún así, apenas hablábamos de nada más profundo que las discusiones filosóficas sobre por qué el restaurante chino de la octava tenía mejores rollitos de huevo que el sitio de comida para llevar que había en la otra punta de la ciudad. 
Qué manera más tortuosa de explicaros por qué no fue una sorpresa para mi el hecho de que no respondiera a mi pregunta.
“¿Vienes a la fiesta de Steve esta noche?” me preguntó tras unos cuantos minutos de cómodo silencio. 
“Dudo que pueda moverme para entonces, así que no.” 
Se rio. “De nada, por cierto. Pero en serio, ¿Vas a venir?” 
“Probablemente no.” Las fiestas no son lo mío. Por eso solo voy a fiestas cuando algún amigo me arrastra con ellos. Si tuviera que estar entre una multitud rodeado de extraños, sería con música en directo y un espectáculo de luces. 
“Eh, si yo tengo que ver a Nat y Steve comiéndose la cara en uno al otro toda la noche, entonces tu tam—“ 
“No es por eso,” le interrumpí. “Yo… bueno, estoy bastante segura de que ya lo he superado. Es que no me apetece estar con gente hoy.” 
“O que no te apetece perder al beer pong * de nuevo.” 
“El juego estaba amañado.” 
“Lo que pasa es que tú estabas borracha.” 
“Amañado.”
“Perdedora enferma.” 
“Enferma simplemente.” 
La tensión en sus músculos fue la única advertencia que tuve antes de que me pusiera de espaldas, con su rostro a centímetros del mío y una sonrisa diabólica en la cara. “Sabes, la mejor cura para las agujetas es hacer trabajar los músculos de nuevo.”
“Bucky,” le advertí sin fuerza, pero es que, maldición, no podías resistirte a esa condenada sonrisa y a ese brillo en los ojos. 
Y encima tuvo que bajar la sonrisa hasta mi cuello, dejando caer besos desde mi hombro hacia mi pecho, deteniéndose en el estomago para mirarme. “¿Qué tal si hacemos una apuesta, muñeca?”
“¿Sobre qué?” 
“La fiesta de esta noche. Si logro que te corras en menos de cinco minutos desde ahora mismo, te vienes a la fiesta de esta noche.” 
No me malinterpretes, la boca de Bucky era toda una maravilla. Pero a penas me acababa de despertar después de estar horasfollando con él el día anterior y estaba exhausta. Ni siquiera él podía tener tanto talento. “Y cuando pierdas, yo me quedo en casa, y tú tienes que ir a comprarme pizza antes de marcharte.” 
“Te compraré la pizza de camino a la fiesta de esta noche, muñeca.” Dijo con un guiño, justo antes de desaparecer bajo las sábanas. 
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¿Logró Bucky ganar la apuesta con su boca mágica? ¿Tendré que ir a la fiesta con el esa noche? Encuentra la respuesta en el siguiente capítulo: 
A Veces Tienes Que Hacer Una Apuesta Para Emborracharte. Simplemente Tienes Que Hacerlo
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eiri3m-blackw3lls · 5 years ago
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Que infortunio, encontrarse con el mal y no reconocerlo. Doblando la esquina estaba decidida la suerte. Era un acto sencillo, ensayado cientos de veces, podría salir bien como siempre o... lamentablemente podría salir mal. El truco estaba en haber nacido para esto, siempre listo...porque una eventualidad mínima no esperada y el precio a pagar, sería de muy alto costo. El tiempo haciendo esto, era el suficiente como para determinar, si se podía proceder o no. Un vistazo rápido al entorno, un análisis simple pero meticuloso era todo lo necesario para poner el plan en marcha sin imprevistos.
Todo acto tiene consecuencias, recordaba uno de ellos en boca de su madre, mientras su compañero señalaba una posible víctima y este asentía con la cabeza. Conciencia oscura y corazón frío esa era la ropa a vestir, un arma cargada con determinación y la sangre para no titubear. Apagaron la motocicleta y encendieron el sigilo, era el hábito. Se acercaron sin advertencia y con una oración de dos palabras, sentenciaron.
— ¡entrégame todo!
Si ese momento tuviera nombre sería: "mala suerte" y es que siempre ha sido así, los hombres van por ahí tomando malas decisiones que terminan rodando como papel arrugado por la calle.
Aquel hombre levanto lentamente la mirada y entonces, de manera extraña, se rió.
— jajaja muchacho— dijo despacio y bajo el sombrero que traía, su joven rostro se mostró a la escasa luz de la farola de la calle. — estás perdido.— termino diciendo. Bien pudo ser una afirmación, pero su tono sonó intimidante, y pareció más una amenaza.
— ¡tú eres el que lo estará, si sigues hablando amigo, dame todo lo que traes!. — Con nervios de acero y el profesionalismo de la experiencia, le apunto con aquella arma. El joven, vestía elegancia sin extravagancia encajada en un traje, que solo la gente poderosa de la ciudad podía costear, un reloj de aspecto refinado y un sombrero que ocultaba parcialmente su rostro de manera sutil y con clase. Esa sin duda era el tipo de gente que él más odiaba, así que enfatizó cada palabra que dijo.
— Te morirás, maldito!.
Había leído al sujeto. "Ningún arma" dijo para si, y se sintió confiado, seguro, pero intranquilo. Había algo en ese tipo, que disparaba su alerta interna.
— Ustedes dos, dejen sus vidas aquí. Que desdichados, encontrarse conmigo, justo cuando salía a caminar sin ningún propósito.— aquel hombre no parecía entender la situación, ellos eran los malos y estaban armados, le arrebatarían la vida y aún así le robarían, eso era un hecho. Además, que rayos, decía incoherencias, para ser alguien rico, estaba loco, las 4 de la mañana no era un buen momento para salir a caminar, "¿dejen sus vidas aquí?" Que locura es esa. Con suerte todo terminará en dos minutos máximo. Esto pensaba y su compañero de paciencia corta, ya hartó, hizo lo propio. Dos tiros a la cara y moriría sin sentir lo que pasó. El ruido del disparo hizo eco en a todas partes, pero igual el murmullo de la ciudad se lo tragó y nadie noto nada.
Él no se sorprendió, así funcionaba, tus bienes te son quitados por los malvados y si estaban de buen humor, podías conservar tu vida, si no, tu vida también se iría con ellos, es lo más natural en este asqueroso mundo.
Con cierto orgullo, se jactaba de ser un villano, había que tener coraje para elegir esa vida y a él, le sobraba mucho de ello. Apreciaba siempre la iniciativa de su demente compañero, así, su trabajo era menos.
No sé percató de que había cerrado los ojos unos breves instantes, segundos tal vez, sea como sea, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, no podía entenderlo...
Aquel joven seguía de pie, frente a ellos, inmutable e inalterable, sin ningún rasguño. Su sonrisa seguía sobre su cara. Instintivamente, dió varios pasos atrás, miro al compañero, no podía creerlo. Su compañero tenía la misma cara de asombro. "¿Que diablos, no le acabas de disparar en la cara?", pensó. Su amigo levanto el miedo desesperado y la angustia y la descargo con su pistola sobre el jóven citadino. Empezaba a cobrar sentido, lo de; "dejen sus vidas aquí".
— ¡mata a ese maldito!.— grito histérico. Las balas llovieron sobre el jóven sonriente y sin embargo, el chico seguía imperturbable, con las dos manos metidas en sus bolsillos, en un acto desconcertante.
Su sombrero salió disparado y él solo lo siguió con la mirada, le estaban disparando, pero, era como si el viento soplará sobre su cabello. Aquellos tontos ignoraban que, ante ellos se encontraba el gran lobo feroz. El monstruo entre los monstruos, y eso le inflaba el ego. Pudo haber terminado todo aquello con solo parpadear, pero la situación le divertía, así que dejó que continuará aquel pequeño espectáculo.
Dejo de sonreír y los miro serio por primera vez, y había oscuridad y fuego en sus ojos, en ellos vieron la muerte; sus muertes, de tantas formas, que los sentidos de supervivencia, escandalosamente daban toda clase de alarma, gritaban sórdidamente: ¡peligro!.
Cuando el ruido cesó, el tipo fue por su sombrero, caminando de la mano de la paciencia, se inclinó y la oportunidad se presentó, era el momento de huir, de escapar, si se podía escapar de alguien así. El viento resoplaba, la prisa urgía, y el corazón aceleraba tanto como la moto que los distanció de aquel individuo. Su amigo temblaba hasta los dientes, y él, tenía tanto miedo que queria vómitar las entrañas, jamás había vivido algo parecido. Pero agradeció por las tantas veces en las que sus vidas peligraron, por haberles dado un alto sentido de supervivencia, si no, no habría forma en las que sus cuerpos actuarán antes que sus cerebros. Otros habrían quedado presos, paralizados, víctimas del pánico, cómo animales indefensos.
Sea como sea, ¿que diablos había sido todo eso?. Su cabeza intentaba aferrarse al sentido común, a la razón, a lo lógico, a lo que sea que pudiera explicar con un mínimo de sentido aquello, porque de no ser así se volvería loco. Su compañero seguía acelerando y acelerando, de seguir así se matarían, pero era preferible a quedarse a ver que les haría aquel sujeto. Sus palabras no dejaban de repetirse en su mente; "dejen sus vidas aquí".
— ¡¿haz visto?! ¿¡Haz visto!?
— ¡claro que lo he visto, yo estuve allí!
— !dejen sus vidas aquí!— dijo su compañero.— ese tipo es el diablo!, ¡Es el diablo!— osea que no solo él, también su compañero tenía esas palabras repitiéndose en su cabeza. Se sintió mareado, todo era confuso. Pero entre el revoltijo que había en su cabeza una idea llegó rápido, eso le dió un atisbo mínimo de alivio, aquello comenzaba a esclarecerse, un poco.
— deja de decir estupideces, solo estamos bien drogados, ese maldito Daniel, tenía razón! Esa droga que nos vendió era bien fuerte y lo admito, bien buena, tendremos que comprarle más cuando volvamos.
— ¿Que?
— eso explica, el aceleramiento del corazón, las alucinaciones, el sudor en las manos y el porque el maldito estómago se me quiere salir por la boca.— con desespero quería creer que era eso. Tenía que serlo, porque lo otro no podía ser verdad, era imposible. Todas las historias extrañas que escucho en toda su vida comenzaron a sonarles menos locas y más reales. Su amigo comenzó a rezar y balbucear cosas, vómito y siguió balbuceando.
— ¡es el diablo! ¡es el diablo! yo no, yo, no me drogue, no llegue a hacerlo. ¿¡Cómo puede estar vivo?!. Le disparé en la cara y no se murió, ¡oh jesus! Vendrá por nosotros, por todo lo que hemos hecho.
— ¡quieres callarte!.— El mal siempre llega hasta los corazones perversos, decía levemente su conciencia sin voz, aquella que tantas veces mutilo para cometer todo tipo de atrocidades sin sentir remordimiento y poder dormir por las noches. Su cabeza no dejaba de escribir tragedias y empezaba a creerlas. Estaba enloqueciendo. Toda su vida empezaba a parecerle un error, un terrible error.
En la calle perpendicular, cuando el cemaforo cambio, el destino los interceptó abruptamente. Fue un choque rápido de 6 segundos, un impacto poderoso contra un vehículo que iba con la misma o con más prisa que ellos. La moto, giro, rodo y se doblo en forma de "U" por la mitad, desparramando con vistosas chispas todas las partes que la componían en todas direcciones, y de una forma violenta ambos sujetos volaron por encima del techo del vehículo.
Con un golpe seco que le partió varias costillas, una pierna y un brazo, se estrelló contra un poster del tendido eléctrico y su amigo, que no tuvo tanta suerte, fue arrastrado unos metros más adelante medio a medio de la calle, posiblemente con más rupturas que él... Con la columna rota, yacía boca arriba y escupía sangre y aún así seguía balbuceando.
— ¡ahhhh! ¡Aghh! ¡oh! Dios mío, Dios mioooo sálva...me.— el joven citadino estaba frente a él, suspendido a escasos metros del suelo, mirándolo, con ambas manos en los bolsillos.
— me abandono a mí por intentar ser como él. ¿Y no te abandonará a tí por ser como yo? ¡Vamos Javier!— dijo, e inclinado como estaba, flotando en el aire, levanto la cabeza en dirección al otro tipo que había corrido con más suerte.
— ¿¡tú, tú, sssabes mi mimi nonom, nombre!?— dijo, espantado y sorprendido, con dificultad, sintiendo que se moría. Estaba convencido de que él, en definitiva, era el diablo, si no, ¿cómo demonios llegó hasta allá?. Ellos lo habían dejado demasiado lejos, unos dos kilómetros de distancia, tal vez.
— Soy el mal, yo lo sé todo.— como si fuera un trapo lo levantó con una mano, mientras seguía con la otra en el bolsillo, agarrándolo del cuello, sus pies tocaron delicadamente el suelo y camino en dirección al poster del tendido eléctrico, donde yacía en el suelo, el otro.
"El diablo camina entre los hombres". Pensó; siempre vió esa frase como un simbolismo que representaba el mal en el corazón de los hombres, pero nunca creyó que fuera literalmente. Ver a este tipo, levantar a otro que a simple vista tenía el doble, no el triple de cuerpo que él, sin el mínimo esfuerzo, con una mano y caminar como si nada, con una actitud amenazante y un aura que anunciaba la muerte, le llenaba de horror, de miedo, se le iba la conciencia, sentía que se desmayaría en cualquier momento, quería huir, debía huir, pero no podía, se lo impedía las múltiples fracturas que tenía. Ciertamente, no se puede escapar de alguien así. Pensó. ¿A dónde iría?.
Giro la cabeza y vió a otro hombre a la distancia, tenía las manos en la cabeza y se le veía agitado, entonces entró en el carro a su lado y con un rechinado de gomas, se fué. No necesito de mucho para entender que aquel hombre, era quien los había embestido y ahora se daba a la fuga.
— ciertamente, no lo sabían, pero...cómo dije antes, están perdidos. Es una osadía, un atrevimiento, una estupidez; amenazarme, intentar asaltarme, pero más que eso creer que podían irse luego de faltarme el respeto. Ignorar mis palabras trae repercusiones. Les ofrecí una muerte simple, pero me obligan a ser creativo. Ustedes le dan propósito a mi existencia.— termino diciendo, mientras miraba al tipo en suelo. El viento susurró malas cosas y lo que venía no era bueno. El mal estaba en todas partes y es absoluto esto; nadie escapa de el.
—¿Que?— le dijo, al que sostenía por el cuello—No te escucho— se lo acerco hasta el oido—¿Te duele?. No te atrevas a morir, sin mi permiso.— aquel sujeto, bien podría estar muerto o aún con vida, lo que si era muy cierto es que, estaba roto por todas partes y agonizaba de dolor. Lo alzó nuevamente mostrandolo a su amigo...con la sencillez con la que se saca algo de un saco, asi le sacó la columna vertebral por la espalda. Desde el suelo, la expresión en el rostro de aquel hombre que sabía que pronto sería su turno, se acentuó significativamente. El cuerpo insistía en hacer toda clase de movimientos brusco y violentos, y la sangre cubría de manera aparatosa toda la calle, no dejaba de caer y ensuciarlo todo. Menos el traje y los zapatos de quién lo sostenía.
— ya me aburrí— dijo, y tomó a su víctima como si llevará una maleta, arrastrándolo, sosteniendo por la columna a aquel pobre infeliz sin suerte, sin ningún esfuerzo lo tiro al lado de su amigo.
Escupió, sobre la hierba, y de su saliva un humo negro empezó a alzarse, anunciando un fuego que efectivamente no tardó en aparecer. Llamas negras y azules se comían toda la hierba, la incineraban y avanzaban por la pierna del otro sujeto. Dicen que cuando mueres, no sientes miedo, dicen que tu vida pasa ante tus ojos, dicen, pero no es verdad...todo lo que sentía en ese momento era miedo, un miedo atroz, y lo que veía ante sus ojos no era su vida, si no su muerte, una muerte espantosa.
El fuego sobre su pierna, pesaba, pesaba una infinidad, tanto así, que el hueso no pudo soportarlo más, se astillo y se rompió brutalmente. Imaginarse el dolor que sentía ese sujeto, era imposible. Su agonía era tal que, se desmayo. El fuego seguía devorando su pierna sin compasión alguna. Este era un fuego normal, pero solo en apariencias, quemaba cómo la lava y pesaba con el acero. En pocos segundos, ya le había destrozado y quemado hasta el hueso, y seguía avanzando, subiendo, comiéndose la carne del infame inconsciente.
— ¡oh! ¡Mierda nooo!!— gritó sobresaltado, espantado a Daniel y Samuel.
— ¿¡Que diablos!?, ¡Estás loco maldito idiota!— dijo Daniel, mientras observaba y toqueteava el celular que le habían traído, estos dos. Samuel se le acercó, y le quitó la colilla encendida de un, mal enrollado e improvisado cigarro.
— mierda, Isaías, ¿tan buena es esta mierda?, Déjame probar joder.— Isaías había vuelto de un trance, una alucinacion increíble, provocada por la droga que, recién le había dado un jalón tan hondo, que lo había dejado paralizado inmóvil, viendo la nada, mientras lloraba con el corazón latiendole a mil. Se sintió aliviado y hasta sonrió. Se pasó la mano por la cara y estallo en una risa salvaje y descontrolada.
— jajajaja ajajajajaa ajajaja.— aquella vivencia tan aterradora fue la cosa más horrorosa que jamás había sentido en toda su vida. Era un alivio, que solo fuera un mal sueño, una maldita pesadilla. Miro a Samuel irse hasta el sillón más próximo d��ndole la espalda, y pensó en la imagen grotesca de un Samuel sin columna tendido como un trapo sobre la acera.
— ajaja este maldito, grita con una cara que da más miedo que encontrarse al cuco de noche, y luego se ríe solo, como si le contarán el mejor chiste del mundo. Esta mierda debe ser buenísima.— Termino diciendo Samuel y poniéndole los labios al cigarro le dió un jalón y se hundió sobre el sillón satisfecho.
— he tenido la alucinacion más jodida de todo el puto mundo. — Daniel le miró y sonriendo le preguntó:
— ¿alucinacion?— cuando dijo esto, su rostro empezó a cambiar, y junto con el todo el entorno. Se encontraba nuevamente con el citadino, quién le miraba complacientemente. Se había desmayo brevemente por el insoportable y agonizante dolor.
El supuesto Diablo, se alzaba sobre la cúspide misma de la arrogancia y no ponía ningún empeño en disimularlo. Este sabía créer que, cuando la desesperación estaba en su punto máximo, es justo ahí cuando el espíritu humano es más vulnerable y porsupuesto, tenía razón. Por ello aprovechaba para proyectarles sueños en medio de la inconsciencia y hacerles créer que estaban a salvó, que todo era producto de un mal sueño, que todo estaba bien. Era lo que veían en ese pequeño trance que, cuando se desvanecía, los quebraba mentalmente, terminaban exhaustos, débiles, a merced de la muerte suplicando que los alejé de él.
Por capricho, porque lo había disfrutado bastante y por aburrimiento, aquel hombre al que llamaban Diablo, extendió la mano al aire y como si agarrará algo cerró el puño y el hombre en el suelo se retorció sintiendo el dolor más inhumano e indescriptible, en el pecho. Le aplastó el corazón.
Ya no sentía dolor, ya no palpitaba nada, ni se oía nada, solo sentía el frío, cosa que no podía entender, porque, ¿cómo es que pierdes la sencibilidad y aún así, sientes frío?. La vida se le iba y sus ojos se apagaban, lo último que vio antes de que la noche callera sobre él, fue a aquél hombre que se desvanecía como el humo y desaparecía, quedando solo la calle, el cemaforo cambio de rojo a verde, luego a naranja y nuevamente a rojo, se preguntaba si tendría algún buen recuerdo al que ir. Pero no había nada bueno para recordar. Solo cosas como; "somos escoria, moriremos y nadie lo notará, cómo basura que rueda cuesta abajo arrastrada por la lluvia" palabras de su mejor amigo, al que mató por una mujer. "vivirás una vida de arrepentimientos, llena de penas, tristezas y lamentos y tendrás una muerte tan terrible, que hasta el diablo tendrá partida en ella" su madre, la que siempre insistía en que dejara ese trabajo de mala vida nocturna. Que un día, le pasaría factura, por todas las cosas malas que ha hecho. Se preguntaba si debió escucharla, pero pensó; "Nahh! Solo fue mala suerte" "malo una vez, malo para siempre y que el infierno me espere". El cemaforo cambio otra vez. Pero ya no había nadie viendo, solo dos cadáveres tendidos a un lado de la calle.
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lexxryott · 5 years ago
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Introducción
Soy Lexx. Me apasiona el arte y la astronomía.
En este blog voy a estar subiendo dibujos propios, sólo por gusto y amor al arte, claro que probablemente llamar “Arte” a lo que hago sea demasiado por lo pronto. Por el momento voy a estar haciendo fanarts, pero ya verán a futuro mis planes son mucho más grandes, igual hacer fanarts es muy divertido, así que probablemente lo siga haciendo.
Ahora voy a proceder a nombrar de lo que voy  hacer fanarts, mis fandoms, y lo que más disfruto.
Empezaré por My Little Pony y South Park.
A ver, esas dos son bien diferentes. Resulta que las series animadas para adultos en realidad no son lo mío, pero un día una animadora que sigo en YouTube subió una corta escena de South Park re-animada por ella. Fue tan genial, la vi muchas veces, y me anime a investigar un poco sobre la serie, leí muchos artículos, vi varios videos sobre los peores capítulos y leí muchas criticas que fueron las que, finalmente, me animaron a realmente ver la serie. Así que hasta ahora he visto las dos primeras temporadas y me han encantado, es una autentica maravilla esa serie. Básicamente lo que hago es verla e ir anotando los momentos que vale la pena re-dibujar en mi estilo, así que eso es lo que haré acá empezando por esas dos primeras temporadas.
Sobre My Little Pony. Debo decir que solía criticarla bastante y me irritaba que personas cercanas a mí disfrutaran tanto de ella. Pero en los últimos meses, o más bien, el último semestre he seguido cuentas en Instagram que, curiosamente, también la disfrutan y sin querer le cogí cariño y empecé a verla desde el inicio. Es curioso porque según sé ya terminó, me pasa muuucho eso, como no cuento con demasiado tiempo para series voy muy atrás respecto a lo normal. En fin, decidí hacer algo parecido a lo que haré con South Park, pero acá además del re-dibujo, será un cambio mayor. Siempre he pensado que las ponies están algo, quizás muy, humanizadas en está última versión de Friendship is magic, así que decidí hacerles una versión con cuerpos más humanos pero que no sean humanas, sino una especie de hadas, unas con magia, otras con alas, y otras terrestres. Con Cutie Marks, no en sus rostros, no en su ropa, sino en sus muñecas, que probablemente se muestren sobre la ropa cuando tengan un buso o algo encima. Me parece una idea encantadora y que vale la pena intentar. Será como dije en el caso anterior, voy viendo capítulos y escojo escenas.
Vale y en cuanto a series, mi favorita actualmente es Campamento de verano o en inglés Summer Camp Island. probablemente les haga algunos fanarts, especialmente a Max y Erizo, son mis personajes favoritos y los shippeo, además
Haré algunos cambios en la historia a series y cómics que en un punto me decepcionaron. Normalmente el daño es en aspectos románticos, porque creo que mis ships son muy raros o algo, pero nunca resultan, y lo peor es que la pareja que sí queda, la veo como algo que está totalmente mal, por donde se le mire. Me arruina la historia y normalmente la dejo, especialmente en el caso de los cómics. Las series a las que les haré esto serán SVTFOE (Star vs las fuerzas del mal) , porque siento que puedo darle un giro interesante y mejor a la serie, en ciertos sentidos, y sí el starco me parece algo muy forzado. Naruto, en realidad amo Naruto, es una serie muy importante para mí, sólo me gustaría que hubieran mejores personajes femeninos, y menos forzados para mi amado Naruto, lo que haré será crear un personaje nuevo y contar la historia desde su perspectiva, mas o menos. Y dos comics Hooky y Super Secret, pueden encontrarlos en WebToon. Hooky fue bastante molesto una vez introdujo a Monica, si bien el cómic seguía valiendo totalmente la pena, su relación con Dorian me irrita cantidad. Ella sólo coquetea mientras lo manipula y lo molesta al mismo tiempo, me irrita su forma de coqueteo, me hubiera encantado que al menos hubieran mostrado una amistad entre ellos, pero pasó al amor casi al instante. Me parece que la persona para Monica es Will, él es con quien debería estar, están perfectos juntos, pero en el cómic muestran como sí lo quisiera como un hermano o algo así. Todos disfrutan tanto las parejas del cómic que me abrumé y me sentí fuera de lugar, decidí dejarlo. Super Secret probablemente no sea tan conocido, pero tiene un estilo de dibujo super dulce. Trata de una chica cuyos vecinos son monstruos, lo que me molesta es que termina en una relación algo forzada con su mejor amigo, cuando había otro chico que me parece que hubiera estado bien sí se hubieran dado otra oportunidad. La protagonista y su amigo son muy lindos como amigos, pero como algo más no me parece realmente.
Vale, sí alguien sigue acá voy a continuar ahora con los juegos, realmente son solo dos juegos para celular. Moe Ninja Girls, esta es una historia genial sobre un ninja legendario que es el mejor de su generación y deja su aldea para vivir una vida normal en el instituto, pronto se da cuenta de que no puede dejar de ser un ninja por completo. En este caso lo que haré será dibujar escenas que no nos muestran y que valen totalmente la pena ver. Y Blustone, es sobre unas personas que viven en un lugar muy apartado y muy frío, entre la nieve, para tener energía deben buscar unas piedras azules y volar en equipos con sus capitanes trabajando en equipo. En este caso dibujaré al protagonista, que amo, me encanta inmensamente, me agrada mucho, y algunas escenas que se me ocurran con otros personajes que me encantan y vale la pena verlos más.
Creo que ahora sólo me falta mencionar los cómics de WebToons. Tengo tres favoritos, el primero, Room of Swords (léanlo por favor), me encanta lo amo, y dibujaré fanarts de los personajes y seguro de mi ship Kodya x Gyrus, probablemente sea de lo primero que publique. El segundo, Odd Girl Out, mmm, no creo que dibuje nada de este, pero el estilo de dibujo me encanta, tercero y último, Acception (también léanlo por favor),  probablemente dibuje algunos personajes en mi estilo, y algún ship.
Si alguien leyó todo lo aprecio mucho, sé que no es muy agradable leer textos largos en Tumblr, o virtualmente, aunque hay quien lo prefiere. Bueno, sé que suena como muchos proyectos pero espero poder dibujar de todo un poco. También, aún estoy aprendiendo, especialmente en cuanto al dibujo virtual, pero espero poco a poco mejorar y que lleguen a disfrutar y sentir, esos dibujos o “arte” sí algún día merecen la palabra.
Saben, sí no querían leer todo, o no quieren, pueden leer las letras en negritas para ver de qué voy a estar dibujando.
Gracias por leer.
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elpoetaroto · 6 years ago
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La mujer mas guapa de la ciudad. Por Charles Bukowski
Cass era la más joven y la más bella de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio aindiada, con un cuerpo extraño y flexible; un cuerpo de serpiente fiera con ojos a juego. Cass era fuego fluido en movimiento. Era como un espíritu atrapado en una forma incapaz de contenerla. Su pelo era negro y largo y sedoso y ondulaba por ahí tal como lo hacía su cuerpo. Su espíritu estaba siempre demasiado alto o demasiado bajo. No había punto medio para Cass. Algunos decían que estaba loca. Los aburridos lo hacían. Los aburridos nunca entenderían a Cass. Para los hombres ella era simplemente una máquina de sexo, y en realidad no les importaba si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y los besaba, pero, a excepción de una vez o dos, cuando era hora de hacerlo con Cass ella siempre se escabullía, los eludía.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no usar lo suficiente la cabeza, pero Cass tenía mente y espíritu; ella pintaba, bailaba, cantaba, hacía cosas con arcilla, y cuando la gente estaba lastimada, de espíritu o de cuerpo, Cass sufría profundamente por ellos.
Su mente era distinta; simplemente impráctica. Sus hermanas estaban celosas porque ella atraía a sus hombres, y estaban enojadas porque sentían que no sacaba el mejor provecho de ellos. Tenía el hábito de ser amable con los más feos; los hombres guapos la aburrían. “No tienen agallas”, decía, “cuentan demasiado con esos pequeños y perfectos lóbulos y esas bien formadas aletas de la nariz… pura superficie, sin entrañas…”.
Su temperamento era cercano a la locura, algunos lo llamarían locura. Su padre murió alcoholizado y su madre huyó, abandonándolas. Fueron a parar donde un familiar que las llevó a un convento. El convento era un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Todas las chicas estaban celosas de ella, y había peleado con la mayoría. Tenía cicatrices de hojillas en todo el largo de su brazo izquierdo, producto de defenderse en dos peleas. También tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, pero más allá de afearla, parecía embellecerla.
La conocí en el bar West End, cuando había apenas salido del convento. Por ser la más joven, fue la última en ser liberada. Simplemente entró y se sentó a mi lado. Yo era, probablemente, el hombre más feo de la ciudad y puede que tuviese algo que ver con eso.
“¿Bebes?” le pregunté.
“Claro, ¿por qué no?”
No creo que hubiese nada de inusual en nuestra conversación esa noche, simplemente ese era la sensación que Cass me transmitía. Ella me había elegido y era tan simple como eso. Sin presiones. Le gustaron sus bebidas y tomó varias. No parecía ser mayor de edad pero de igual manera le servían. Tal vez había olvidado su identificación, no lo sé. De cualquier manera, cada vez que volvía del baño y se sentaba a mi lado tengo que admitir que sentía algo de orgullo. No era tan solo la mujer más bella de la ciudad sino una de las más hermosas que yo había visto nunca.
Le rodeé la cintura con el brazo y la besé.
“¿Piensas que soy bonita?” me preguntó.
“Sí, claro, pero hay algo más… hay algo más allá de tu apariencia…”
“La gente siempre está acusándome de ser bonita. ¿Realmente crees que soy bonita?”
“Bonita no es la palabra, difícilmente te hace justicia.”
Cass alcanzó su bolso. Pensé que buscaba su pañuelo. Sacó un alfiler largo, de esos para fijar sombreros. Antes de que pudiese detenerla se clavó el alfiler en la nariz, atravesándola de lado a lado, justo encima de las aletas. Sentí asco y terror. Ella me miró y se rió.
“¿Todavía crees que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, hombre?”
Le saqué el alfiler y detuve el sangrado con mi pañuelo. Varias personas, incluyendo el bartender, habían presenciado la escena. El bartender se acercó:
“Mira,” le dijo a Cass “lo haces de nuevo y te vas. No necesitamos tus actuaciones aquí.”
“Vete a la mierda, hombre.” le respondió.
“Haz que se comporte.” me dijo el bartender.
“Estará bien.” dije.
“Es mi nariz, puedo hacer lo que quiera con mi nariz.”
“No.” le dije “Me hace daño.”
“¿Me estás diciendo que te duele cuando me clavo una aguja en la nariz?”
“Sí, me duele. De verdad.”
“Está bien, no lo vuelvo a hacer. Anímate.”
Me besó sonriente mientras sostenía el pañuelo contra su nariz. Nos fuimos a mi casa cuando cerraron. Tenía algo de cerveza y nos sentamos a hablar. Fue ahí donde comencé a percibirla como una persona llena de amabilidad y preocupación. Se entregaba a sí misma sin darse cuenta. Y al mismo tiempo se refugiaba en zonas de salvaje incoherencia. Shitzi. Una hermosa y espiritual Schitzi. Tal vez algún hombre, algo, la arruinaría para siempre. Esperé no ser yo. Nos fuimos a la cama y luego de apagar las luces Cass me preguntó:
“¿Cuándo lo quieres? ¿Ahora o en la mañana?”
“En la mañana.” Le dije y me volteé de espaldas.
En la mañana me levanté e hice un par de cafés, le llevé uno a la cama. Ella se rió.
“Eres el primer hombre que lo ha rechazado en la noche.”
“Está bien.” Le dije “No tenemos que hacerlo.”
“No, espera, ahora quiero. Déjame refrescarme.”
Cass entró en el baño y salió poco después, maravillosa; su pelo largo y negro brillando, sus ojos y labios brillando, ella brillando… Mostraba su cuerpo calmadamente, como se muestran las cosas buenas. Se metió bajo las sábanas.
“Ven, amor mío.”
Me metí a su lado. Besaba con abandono pero sin prisa. Dejé que mis manos recorrieran su cuerpo, se metieran entre su pelo. La monté. Era caliente y estrecha. Comencé a moverme suavemente, queriendo que durase. Me miraba directamente a los ojos.
“¿Cómo te llamas?” le pregunté.
“¿Qué maldita diferencia hace?” me preguntó.
Me reí y continué. Luego se vistió y la llevé de nuevo al bar, pero era difícil olvidarla. No estaba trabajando por lo que dormía hasta las 2, luego me despertaba y leía el periódico. Estaba en la bañera cuando ella entró con una hoja grande ¾una oreja de elefante.
“Sabía que estarías en la bañera,” dijo “así que te traje algo para cubrir esa cosa, hijo de la naturaleza.”
Me arrojó la hoja de elefante.
“¿Cómo sabías que iba a estar en la bañera?”
“Lo sabía.”
Casi todos los días Cass llegaba cuando estaba en la bañera. Eran horarios distintos pero casi nunca se equivocaba, y siempre traía consigo la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.
Una o dos noches me llamó por teléfono y tuve que pagar la fianza para sacarla de la cárcel por ebriedad y peleas.
“Esos hijos de puta.” decía “Sólo porque te compran un par de tragos piensan que pueden quitarte los pantalones.”
“Una vez que aceptas un trago creas tú misma el problema.”
“Pensé que estaban interesados en mí, no sólo en mi cuerpo.”
“Yo estoy interesado en ti y en tu cuerpo. Dudo, por otra parte, que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.”
Dejé la ciudad por seis meses, deambulé por los alrededores, volví. Nunca olvidé a Cass, pero habíamos tenido una especie de discusión y yo tenía ganas de ponerme en marcha. Cuando volví imaginé que se había ido, pero no había pasado ni 30 minutos en el West End y ella entró y se sentó a mi lado.
“Bueno, bastardo, veo que volviste.”
Ordené una bebida, luego la miré. Tenía un vestido de cuello alto. Nunca la había visto con algo parecido, y bajo cada ojo, clavados, estaban dos alfileres con cabezas de cristal. Solo podías ver las cabezas, pero los tenía clavados en la cara.
“Maldita, ¿todavía intentas destruir tu belleza, no?”
“No, es la moda, tonto.”
“Estás loca.”
“Te he extrañado.” me dijo
“¿Hay alguien más?”
“No, no hay nadie más. Solo tú. Ahora trabajo, cuesta diez  dólares, pero para ti es gratis.”
“Quítate los alfileres.”
“No, es la moda.”
“Me ponen muy triste.”
“¿Estás seguro?”
“Claro que estoy seguro.”
Cass se sacó las agujas lentamente y las guardó en su bolso.
“¿Por qué peleas con tu belleza?” le pregunté “¿Por qué no vives con ella y ya?”
“Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada, no dura. No sabes lo afortunado que eres al ser feo, porque si la gente te quiere, sabes que es por otra cosa.”
“Ok.” dije “Soy afortunado.”
“No quiero decir que seas feo, la gente lo piensa. Yo creo que tienes una cara fascinante.”
“Gracias.”
Tomamos otro trago.
“¿Qué estás haciendo?” me preguntó.
“Nada. No puedo hacer nada. No tengo interés.”
“Yo tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.”
“No creo que podría mantener contacto con tantos extraños. Es agotador.”
“Tienes razón, es agotador. Todo es agotador.”
Nos fuimos juntos. La gente miraba a Cass por la calle. Era una mujer hermosa, tal vez más hermosa que nunca. Llegamos a mi casa y abrí una botella de vino y hablamos. Entre Cass y yo las cosas eran fáciles. Ella hablaba un rato y yo escuchaba y luego hablaba. Nuestra conversación fluía, parecíamos descubrir secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno Cass reía con esa risa ¾de la única forma en que sabía. Era como una alegría fogosa. Mientras hablábamos nos besábamos y nos acercábamos más y más. Luego nos calentábamos y decidíamos irnos a la cama. Fue luego, cuando Cass se quitó el vestido de cuello alto, que la vi ¾la fea y áspera cicatriz cruzándole la garganta. Era larga y gruesa.
“Maldita seas” le dije desde la cama “Maldita seas ¿qué hiciste?”
“Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Todavía soy bonita?”
La atraje hacia la cama y la besé. Se alejó riendo.
“Algunos hombres me pagan los diez y me desvisto y luego ya no quieren hacerlo. Me quedo con los diez. Es muy gracioso.”
“Sí” le dije “No puedo parar de reírme… Cass, perra, te amo… deja de destruirte; eres la mujer más viva que he conocido.”
Nos besamos de nuevo. Cass lloraba silenciosamente. Podía sentir las lágrimas. El largo cabello negro yacía a mi lado como una bandera de muerte. Nos juntamos e hicimos el amor de forma lenta, sombría y maravillosa. En la mañana Cass se levantó para hacer el desayuno. Parecía calmada y feliz, hasta cantaba. Me quedé en la cama disfrutando de su felicidad. Finalmente se acercó a la cama y me sacudió.
“¡Despierta, bastardo! ¡Échate agua fría en la cara y en el pajarito y ven a disfrutar el festín!”
La llevé a la playa ese día. Era un día de semana y todavía no era verano así que todo estaba espléndidamente desierto. Los vagabundos de la playa, con sus harapos, dormían en el césped que nacía sobre la arena. Otros estaban sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas sobrevolaban distraídas. Ancianas de 70 u 80 discutían, sentadas en los bancos, si vender propiedades dejadas por sus esposos, asesinados hace mucho tiempo por el ritmo y la estupidez de la supervivencia.
Todo esto hacía que se respirara paz en el aire y caminamos y nos estiramos en el césped y no dijimos demasiado. Simplemente se sentía bien estar juntos. Compré un par de sándwiches, unas papas y bebidas y nos sentamos a comer en la arena. Luego abracé a Cass y nos dormimos como por una hora. De alguna manera era mejor que hacer el amor. Era un flujo sin tensiones.
Cuando nos despertamos volvimos a mi casa y cociné la cena.  Luego de comer le sugerí que viviésemos juntos. Esperó un largo tiempo, mirándome, y luego lentamente dijo “No.”
La llevé de nuevo al bar, le compré un trago y me fui. Conseguí un trabajo como parquero en una fábrica así que al día siguiente y el resto de la semana estuve trabajando. Estaba demasiado cansado pero el viernes fui al West End. Me senté y esperé a Cass. Las horas pasaban. Luego de que estuviera lo bastante borracho el bartender me dijo:
“Lo siento por tu novia.”
“¿Qué pasó?” pregunté.
“Lo siento ¿no lo sabías?”
“No.”
“Suicidio. La enterraron ayer.”
“¿Enterraron?” pregunté. Parecía que en cualquier momento fuese a entrar por la puerta. ¿Cómo podía haberse ido?
“Sus hermanas la enterraron.”
“¿Un suicidio? ¿Te importaría decirme cómo?”
“Se cortó la garganta.”
“Ya veo. Dame otro trago.”
Bebí hasta que cerraron. Cass era la más hermosa de cinco hermanas, la chica más bella de la ciudad. Logré manejar hasta mi casa y seguía pensando, debí de haber insistido en que se quedara conmigo en vez de conformarme con ese “No.”. Todo decía que yo le había importado. Simplemente había sido demasiado indeciso al respecto, demasiado flojo, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Yo era un perro. No. ¿Por qué culpar a los perros?
Me levanté y conseguí una botella de vino que bebí entera. Cass, la chica más hermosa de la ciudad, estaba muerta a los 20 años. Afuera alguien tocaba la corneta con insistencia. Dejé la botella de vino y grité:
“MALDITO SEAS, HIJO DE PUTA, ¡CÁLLATE DE UNA BUENA VEZ!”
Y la noche siguió pasando y no había nada que yo pudiese hacer.
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you-moveme-kurt · 6 years ago
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Glee «The stupid new electronic scoremarker» Part II
Junio de 2025
-¡Vaya día!… —exclamó Blaine dejándose caer en su cama de cualquier forma. -¡Lo se!... ¿cuanta energía tiene los niños menores de 10 años?… te juro y pensé que seria una batalla meterlos en la cama… —agrego Kurt moviendo el cuello de un lado a otro como si necesitara descontracturarse o algo parecido. -Al menos tanta actividad los tendrá durmiendo hasta mañana… y no lo tomes a mal… pero creo que yo mismo me quedaré tirado aquí el resto del verano… —dijo Blaine hundiendo su cara en las almohadas. -Creí que técnicamente aún no era verano… —contestó Kurt quitándose el exceso de ropa y colgándola donde correspondía. -No lo es… pero aun así me quedare un par de estaciones aquí tirado… —insistió su esposo estirándose entero. -Eso Blaine Anderson-Hummel, hazte el agotado para que yo termine encargándome de todo,… —murmuró metiéndose al baño.. -Escuche eso… -Lo dije para que lo escucharas… —sentencio asomando la cabeza— ¿el bolso con las cosas de nuestros hijos?, ¿tu lo tomaste? —preguntó mientras se lavaba las manos. -¿Como?... —dijo Blaine cambiando de posición para quedar de medio lado. -Las cosas de nuestros hijos… —repitió saliendo— me gustaría meter todos en la lavadora ahora mismo, así es que, aunque estés muriendo de agotamiento, quiero eso que tienes puesto también… —dijo Kurt moviendo sus manos como si le quitara la ropa a su esposo mediante telepatía.
-¿Me quiere desvestir Señor Hummel-Anderson?... —pregunto Blaine dando un tono sexy a sus palabras, luego se desabotono un poco la camisa y movió sus cejas de manera coqueta. Kurt soltó una pequeña risa y se le quedo viendo con los brazos bien cruzados— ¿eh? —añadió enseñando parte de su pecho descubierto. -Por muy tentador que eso se vea… ¿no era que estabas tan cansado que querías dormir hasta navidad o algo así?... —contestó Kurt acercándose un poco a la cama. -No exactamente hasta Navidad… pero... —Blaine se incorporó un poco y de una mano y lo jalo  hasta donde él estaba, Kurt dio un pequeño grito al verse de pronto de manera horizontal y con su esposo encima— puedo buscar y encontrar nuevos bríos para complacerte —añadió mientras le besaba el cuello, la línea de la quijada y tras la oreja. -¿No… no escuchaste que dije que tengo ropa que lavar?… —dijo Kurt cediendo ante las caricias de todas formas, Blaine siguió con los besos mientras le sacaba el pañuelo del cuello para bajar con sus labios hasta casi el comienzo del pecho— oh por dios…—agregó suspirando— has eso de nuevo … —pidió al sentir que Blaine convertía uno de los besos en un mordisco suave y sexy. -Creí que preferías ir a lavar ropa… —dijo su esposo mirándolo a la cara, trepó un poco por su cuerpo hasta terminar montado sobre su regazo, Kurt se acomodo a sus formas y le agarró el trasero con las dos manos. -¡Al diablo con la ropa!… ni que nuestros hijos tuvieras esos únicos atuendos o algo… —respondió alzando ambas cejas, luego sonrió coqueto y terminó de abrirle la camisa de un solo tirón. -Justo eso es lo que tenía en mente.. —dijo Blaine mirando como los botones saltaban en todas direcciones. -¿No era tu camisa favorita?, ¿o si?... —quiso saber Kurt llevándose las manos a la boca. -Tu eres mi camisa favorita… —contestó sonriendo. -¿Que?... —pregunto Kurt enseguida arrugando el entrecejo. -Ok, eso no sonó como debería… -Da igual, nada en la vida lo es… —agregó Kurt soltandole el cinturón. -Me alegra que ya estés de buen humor… -¿Cuando estuve de mal humor? -¿No lo estabas? —insistió Blaine al tiempo que tiraba su camisa lejos -No… ¿por qué lo dices?... -No lo se...es lo que creí cuando comenzaron a mencionar los marcadores electrónicos nuevos… -Los estúpidos marcadores electrónicos nuevos… —corrigió Kurt haciendo una mueca infantil con su cara. -Los estúpidos marcadores electrónicos nuevos… —repitió Blaine mientras le abría la ropa de a poco— creí que te habías puesto celoso y molesto... -No… bueno, un poco… pero lo usual cuando esa parte de nuestra historia decide aparecerse… además él no estaba y eso  fue super sensacional. -Te dije que no tenia porque estar… —dijo Blaine acariciándole la cara. -Cosas más raras se han visto Blaine Anderson-Hummel… -Pues te dije… —añadió su esposo acercándose de a poco, le tomó ambas manos y le llevo los brazos hacia atrás hasta que toparon con la almohada, Kurt sintió que era presa de un asalto sexy y caluroso, Blaine se inclinó hacia él acortando distancia entre sus labios, tanto, que el aliento de ambos se hizo uno y continuo— te diré…y te seguiré diciendo en el futuro… que no tienes nada  porque preocuparte… nada… —dijo dándole un beso que duró casi un minuto entero. -Ok… —dijo Kurt tomando un poco de aire— pero… ¿sabes que?... -¿Que? —pregunto de vuelta Blaine soltándole las manos para acariciarle parte del cuerpo. -Aun no estoy del todo convencido… ¿podrías…?.. —agregó Kurt apuntando sus  labios. -No hay problema… —dijo Blaine volviendo a inclinarse sobre él, esta vez le tomo la cara mientras su esposo le recorría la espalda desde el cuello hasta el trasero. -¿Papá?... ¿«Papáblen»?... —escucharon ambos seguido de un par de golpes en la puerta. -¿Es Henry?... —dijo Blaine preguntando lo obvio. -Creí que estaba dormido… —susurro de vuelta Kurt poniendo oído hacia la puerta. -¿La puerta esta cerrada? —añadió su esposo mirando por sobre su hombro. -No lo se… no… no me acuerdo… —dijo Kurt irguiendo la cabeza para mirar también en dirección de la entrada del dormitorio. -No, no lo esta… —contesto Blaine bajándose de un salto al ver que la perilla de la puerta comenzaba  a moverse. -¡Demonios!… —exclamó Kurt abotonándose de cualquier manera, Blaine recogió su camisa y al recordar lo de los botones, optó por sacar rápido su camiseta de dormir, se la puso en menos de dos segundos, se acostó en la cama y encendio el televisor  aparentando normalidad, Kurt se arreglo un poco el pelo y se sentó en una orilla tapando con una de las almohadas el arrebato masculino que evidenciaba su entrepierna— ¡pasa cariño!… —agregó tomando una revista desde la mesa de noche, la abrio en cualquier pagina y fingió leer de lo mas interesado.. -Papá… «Papáblen»…hola... ¿estaban durmiendo?... —quiso saber Henry entrando al dormitorio. -Por supuesto que no cariño… yo estaba leyendo y el «Papáblen» miraba televisión —dijo Kurt señalando ambas cosas—  lo que si creíamos, era que tú sí estabas dormido… ¿que paso?... —añadió Kurt dejando la revista a un lado y dando unos golpecitos en el colchón para que Henry se acercara y se sentara junto a él. -No encuentro algo mio… -¿Qué cosa hijo?... —dijo Blaine haciendo ademán de levantarse. -Mi jirafa… la que me dio Liang y que gano en eso de las pistolas… —respondió Henry subiéndose a la cama y gesticulando un par de armas con sus manos. -Pero si la trajimos cariño… ¿no la dejarías en el auto?... —pregunto Kurt mientras le acariciaba el cabello. -No… yo la saque, y me acuerdo porque el Señor Jenkins dijo que era bonita… -Por supuesto… —dijo Kurt recordando aquello— ¿Blaine?... —añadió mirando a su esposo en busca de una respuesta. -Pues si no esta en el auto… —agregó este levantándose— es porque Lizzie la tomo cuando tu le ayudabas al Papá con el bolso… —concluyó Blaine como si hubiera resuelto un caso de misterio. -¡Ah!, problema resuelto, tu hermanita la tiene… ¿te acompaño a tu cuarto? —dijo Kurt haciendo como que se ponía de pie. -¿Y por que?, es mi jirafa… -No lo se hijo, tal vez porque pensó que podía jugar con ella mientras tu no lo hacías… -Pero «Papáblen»... ¡es mía!… -Lo sabemos cariño, tranquilo… ¿que tal si vamos a buscarla?— dijo Kurt levantándose del todo— seguro y tu hermanita aun no se duerme… ¿qué te parece?... —agregó estirando su mano para que Henry la cogiera, el pequeño no respondió nada y se limitó a  encogerse de hombros— ¿qué sucede bebé?... —quiso saber su Papá agachándose en frente de él, Henry volvió a responder con el mismo gesto sin emitir sonido, Kurt miró a su esposo con cara de preocupación y este rodeo la cama para acercarse donde ambos estaban. -Hijo, estoy seguro y la intención de Lizzie no es quedarse con tu jirafa, ella sabe bien que te pertenece… —dijo Blaine arrodillándose al lado de Kurt. -... -¿Bebé, estás enojado porque Lizzie tomo tu juguete? -... -¿Cariño?... -Lo hizo sin permiso… —dijo Henry con el ceño bien fruncido. -Eso es verdad hijo… y no debió hacerlo, pero Lizzie es más pequeñita que tú, hay cosas que olvida o que aún no conoce… —dijo Blaine tomándole una de las manos, Henry blanqueo los ojos al escuchar por enésima vez aquello de que su hermana era más pequeña que él. -Cariño… —comenzó a decir Kurt al advertir el gesto de fastidio de su hijo— se que tal vez te molesta que siempre digamos que Lizzie es más pequeñita que tú, pero lo es y… -¡¿Y por eso siempre esta tomando mis cosas?!… yo no tomo las de ella… debería respetarme, yo no tomo sus juguetes… —interrumpió Henry cruzándose de brazos más molesto que antes. -Lo sabemos bebé, pero tú debes entender que no lo hace con mala intención, sino porque no lo sabes y es deber del «Papáblen» y mío enseñarle aquello así es que si tienes que enojarte con alguien es con nosotros… ¿verdad Blaine? -Muy verdad, lo lamentamos hijo y lo que podemos hacer ahora, además de ir a buscar tu jirafa, es prometerte que hablaremos con ella sobre esto, ¿te parece bien? —dijo Blaine buscando la mirada de su hijo que permanecía disgustado y cabeza gacha. -Cariño… debes saber que Lizzie te quiere mucho y si le explicas que hay cosas que son importantes para ti, ella respetara eso… ¿verdad Blaine? —repitió Kurt mirando a su esposo. -Muy verdad…  —volvió a decir el aludido gesticulando de manera positiva con su cabeza— hijo, como dice el Papá, tu hermanita te quiere mucho, tú eres como su héroe… —Henry esbozó una pequeña sonrisa y se irguió un poco como sintiendo un orgullo repentino— ¿sabes por qué? -No… -Porque eres su hermano mayor y eso es súper importante… -Lo más importante... -¿De verdad Papás? -Por supuesto cariño… —se adelantó en responder Kurt incorporándose para sentarse a su lado nuevamente— ¿no has notado que ella repite todo lo que tú haces?... ¿y que escucha muy atenta lo que tú le quieres contar o enseñar? -Un poco… —dijo Henry sonriendo. -Pues yo diría que más que un poco… —agregó Blaine sentándose al otro lado de su hijo— hoy vi que la ayudabas mucho cuando ambos se subieron al carrusel y si no hubiera sido por ti, creo que ella no habría logrado ni siquiera subirse… —aseguro dándole un beso en al cabeza.  -Es porque tenía miedo, pero yo le dije que no pasaba nada porque yo ya me había subido una vez cuando fuimos a una ciudad donde tenía que cantar el  «Papáblen». -¡Pero buena explicación! —exclamo Kurt como sorprendido al máximo— yo creo y es la que un hermano mayor daría… ¿cierto Blaine? -No, un momento… —dijo este haciendo la señal de alto con una de sus manos— yo creo que más la que un simple hermano mayor daría… yo creo que es la que un super sensacional hermano mayor daría… —sentencio sonriendo, Kurt sonrió a la par con su esposo y Henry hizo lo propio sintiéndose más importante que nadie. -Ahora bebé… ¿quieres que el «Papáblen» y yo te acompañemos a buscar tu juguete? -No Papá, esta bien… «Rizzie» debe estar durmiendo, y los niños pequeños necesitan dormir… —respondió Henry creyendo que tenia el triple de edad de la que en realidad había vivido, sus padres se miraron mutuamente haciendo esfuerzos por no reír. -Y hablando de eso hijo… ¿que tal si tu también vuelves a la cama?...los hermanos mayores también necesitan dormir... ven… —dijo Blaine tomándolo en sus brazos, Henry se abrazó de él con los brazos y las piernas para ir bien sujeto— despídete del Papá... -Buenas noches Papá… —dijo el pequeño estirando sus labios como pidiendo un beso. -Buenas noches cariño… te amo… —contesto Kurt besándolo en la frente, -Y yo te amo... —agrego Henry despidiéndose con la mano. -Y yo… —alcanzo a decir Blaine ante de salir— vuelvo enseguida —agregó guiñándole un ojo a su esposo, Kurt suspiro pensando que de todas las cosas sexys que tenía Blaine, el que fuera un  padre excelente, era la mejor de todas.  
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thestoryoflevenbanner · 6 years ago
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Leven. -Digo y abro la puerta del todo. Llevo mucho tiempo sin verte, y verte ahora, hace que sienta una dulce sensación de felicidad, aunque me sorprende que estés aquí y no en clase, porque son poco más de las diez de la mañana, y es viernes.
Es escuchar tu voz al otro lado y que algo dentro de mí se remueva haciendo imposible que no sonría. La he recordado el tiempo que he estado sin verte, pero no es igual y, cuando la puerta se abre, aunque solo sea un rendija, yo ya me siento más completa que antes. Pero no es hasta que veo esa sonrisa y tu cara cuando abres la puerta, que lo estoy realmente del todo. Y lo bonito que me parece que pronuncies mi nombre.- Te he echado de menos... -Digo porque quiero que lo sepas. Me atrevería a darte ese abrazo que llevo conmigo para ti, pero me quedo unos segundos mirándote, sonriéndote sin poderlo esconder. Es verdad, te he echado de menos y, ahora que te tengo enfrente, me doy cuenta de cuánto.
Me miras sonriendo, pero son tus palabras las que hacen que mi corazón de un vuelco, y abra los ojos sorprendido-. ¿Me has echado de menos? ¿Tú a mí? -Pregunto como si no me lo pudiera creer, pero al mismo tiempo que lo pregunto, estoy sonriendo, porque ese hecho, el hecho de menos, me hace sentir especial. Trago saliva y me humedezco los labios-. Yo también te he echado de menos a ti... -Digo y aparto la mano de la puerta, bajando el brazo-. Mucho... -Digo y después miro por encima de mi hombro, hacia la escalera del salón, antes de volver a mirarte con una sonrisa-. ¿Has venido a ver el mundo desde mi ventana? -Te pregunto con una sonrisa.
Parece sorprenderte que alguien pueda echarte de menos. O que yo pueda echarte de menos. Y yo no tengo ninguna duda de eso.- Yo. A ti. -Afirmo fijándome en la sonrisa tan hermosa que tienes en los labios. Pero cuando escucho que tú me has echado de menos a mí, dentro de mí se remueve todo este tiempo sin verte, Simbelmynë, aquel estanque, el río, tus lágrimas, tu sonrisa, ese dolor que me confesaste... Todo. Bajas el brazo y miras atrás. Yo siento todavía más acelerado mi corazón pero, cuando me haces esa pregunta, no puedo evitar la emoción.- Te dije que vendría... No puedo perderme tu mundo. -Y, puede que no debiera, puede que te moleste pues recuerdo tu reacción cuando puse mi mano en tu rodilla, pero te he echado mucho de menos y tú a mi también. Atreverse, es el primer paso para lograr lo que se quiere. Por eso, despacio, doy un paso adelante para abrir mis brazos levemente para que veas mi intención de darte ese abrazo que no llego a darte del todo porque no quiero rodear tu espalda sin ver cómo reaccionas, pero sí me acerco poco a poco, buscando tu respuesta.
Sonrío cuando me confirmas que sí, que me has echado de menos. Me pregunto cómo alguien como tú, con una vida plena, feliz, radiante, puede echar de menos a alguien como yo... Pero no por eso me gusta menos, al contrario, me gusta más. Me dices que me dijiste que vendrías y que no puedes perderte mi mundo. Un mundo que de no ser por Edward, no sería mío. Voy a responderte, pero lo que haces, el gesto que haces al abrir los brazos, acercándote a mí, me acelera el corazón. Estoy a punto de dar un paso atrás, de detenerte, pero lo único que puedo hacer, es tragar saliva y quedarme quieto, mirándote en silencio, pero sonriendo casi sin querer, a la espera de que me des ese abrazo que quieres darme.
No sé qué sientes... No podría tampoco intentar saberlo porque, lo que sentimos, está solo en nosotros. Pero a mí me sirve que te quedes quieto, en silencio, mirándome pero sonriendo. Podrías haberte echado para atrás, podrías haberme detenido con una voz, con una mano, pero no lo haces y yo me siento feliz por eso. Pero no tanto como cuando te rodeo con mis brazos y me apoyo en ti, aunque mi corazón late con mucha rapidez y fuerza y temo que lo sientas pero, al fin y al cabo, ¿qué hay de malo en que sientas los latidos de mi corazón? Nada... Y la sensación de calma que me invade cuando te abrazo y cierro los ojos apoyando mi barbilla en tu hombro, es infinita. Una calma llena de felicidad que no frena mi corazón porque lo dispara.
No sé qué es lo que se siente, cuando se siente todo, pero debe de ser algo parecido a lo que siento yo cuando me rodeas con tus brazos y apoyas tu barbilla en mi hombro. Trago saliva sintiendo un cosquilleo recorrerme todo el cuerpo, y cierro los ojos, rodeando despacio tu cintura con mis brazos. La sensación que siento es mágica, más mágica que esa Symbelminë, más mágica que toda la magia que he visto. Ya he abrazado a otras personas antes, pero nunca he abrazado a alguien que fuera como tú... Te siento pequeña entre mis brazos, pero enorme a la vez, por eso sonrío y te llevo un poco más hacia mí, dándome cuenta de que a ti te late el corazón tan rápido como a mí-. Te he echado mucho de menos... -Repito sonriendo, sintiéndome mejor conmigo mismo.
Un vuelco dentro de mí sacude mi cuerpo cuando me rodeas con tus brazos. Ahora sé cómo se siente la más absoluta felicidad. Es como si mi corazón estuviera completo junto al tuyo. Tanto que, cuando me llevas más contra ti, puedo sentir tus intensos latidos y la emoción que siento es tan diferente a todo que no se parece a nada. Me siento grande abrazándote porque tú eres inmensidad. Y, saber que me has echado de menos, que lo repites porque quieres que lo sepa, me llena de felicidad.- Voy a hacer lo posible para que no vuelvas a echarme de menos...-Digo notando más tu corazón que el mío. Y es que me gustaría memorizar ese latido para dormir con ello como si te estuviera abrazando a ti porque es hermoso poder abrazarte. Has sufrido mucho y has recibido más golpes que abrazos. Yo tengo para ti todos los que quieras.
Mientras te abrazo, sintiendo el ritmo acelerado de tu corazón contra mi pecho, algo que hace que me ruborice al sentirte tan cerca, pienso en que ojalá nunca me abraces por última vez. A pesar de los nervios, de esa presión en el pecho que apenas me deja respirar, me siento bien conmigo mismo al abrazarte. Sonrío al escuchar lo que me dices, aún con los ojos cerrados. Ahora que te abrazo por primera vez, no sé como desprenderme de ti, por lo que sigo abrazándote, no con demasiada fuerza, pero sí con intensidad-. ¿Por qué has tardado tanto? -Pregunto casi sin querer, pero sonriendo al hacerlo.
Con los ojos cerrados, abrazada a ti, sintiendo tu corazón. Así podría estar durante tanto tiempo que terminara perdiendo la memoria. Pero qué forma más hermosa de perder hasta la memoria sin importar el tiempo... Hueles bien, eres cálido, dulce y sensible y me abrazas fuerte, como si no quisieras soltarme o no quisieras que te suelte. Y, cuando escucho esa pregunta, me siento mal conmigo misma. Ojalá hubiera podido venir antes, pero a veces es el reloj el que corre en nuestra contra. Podría darte una respuesta real, que has sido por la escuela, por los exámenes, la falta de tiempo. Algo así. Pero prefiero decírtelo de otra manera y darte una excusa para que puedas valorar este momento tanto como yo.- El tiempo ha estado en contra... Pero, ¿sabes una cosa? -Pregunto echando la cabeza hacia atrás para abrir los ojos y poder verte, aunque siento mis mejillas arder.- Creo que no nos estaríamos abrazando así...
Escucho lo que me dices sobre el tiempo, algo que me hace sentir un escalofrío, porque el tiempo me asusta. Niego con la cabeza a tu pregunta, y cuando te echas hacia detrás, yo hago lo mismo y abro los ojos para poder verte. Me doy cuenta de que tienes las mejillas sonrosadas, como si te diera vergüenza abrazarme, algo que hace que mis mejillas ardan más, y trago saliva, parpadeando. Al escuchar lo que me dices, siento vértigo, y es algo raro, pero siento como si se me fuera a caer el corazón del pecho, y no tuviera tiempo de cogerle con las manos. Pero no puedo hacer más que sonreír mientras te miro. Tienes los ojos marrones más grandes y bonitos que he visto en mi vida, el pelo castaño que más suave me resulta, la piel blanca que más bonita se me antoja, los labios de un color rosa muy intenso, y además ahora, tienes las mejillas muy rosas, por lo que no puedo hacer otra cosa, que decirte lo que llevo mucho tiempo pensando, mientras aparto mis brazos de tu cintura porque me da vergüenza seguir abrazándote-. Me recuerdas mucho a Blancanieves.
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cuadernodeliteratura · 7 years ago
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«Gestos incomprensibles dentro de una bolsa de plástico transparente», Mario Bellatín.
Se me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir un rol semejante? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor?, me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo que hallé, tirado en el suelo, de manera casual. Alguien muy cercano, otra ave de rapiña como yo, me lo hizo notar. Afirmó que semejante regalo podía significar un paso atrás en la relación que habíamos edificado. Aquel pañuelo —fabricado, me parece, con poliéster que, seguramente, alguien había dejado caer sin advertirlo— podía ser motivo de confusión sobre la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos tanto al esclavo como al amo. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? El esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. Aceptamos por esa razón vivir en este falansterio. En esta construcción donde todo estuvo por hacerse. Donde yo he encontrado la rama mayor de un tronco seco. Lugar desde el cual puedo establecer mi reinado. El piso es sinuoso. Agua, lodo y maderas podridas. Ladrillo y cemento vuelto verde por los hongos. Toda una maleza conformada por varas de fierro oxidado.
* * *
El sistema que comenzamos a establecer, tanto el esclavo como yo, al momento de conocernos pasó, como es lo acostumbrado, por distintas etapas. La primera fue la aceptación, por su parte, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Canes habitando este espacio donde los límites son inexistentes. Allí lo veía yo, desde mi rama preferida, la del árbol olvidado, todas las mañanas. Más bien escuchaba, como un vago rumor, cómo sacaba a pasear a los veinte perros con los que contaba entonces. Esa acción, de salir de los límites del falansterio donde todo es agua empozada, plantas acuáticas, nubes de insectos de muchas formas y colores, con los animales domésticos, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Yo me quedaba tomando el sol, con algunas otras aves de rapiña que venían de otras empresas abandonadas, de casas que nunca llegaron a habitarse, de estructuras que poco a poco estaban llamadas a desaparecer por el fango en el fango sobre el que se sostiene la ciudad. Aves de rapiña que, como yo, habíamos logrado esclavizar a un humano dueño de un —más que evidente— complejo de inferioridad. Aquel esclavo se preocupaba de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que requerían los perros. De la compra —casi siempre al por mayor y en lugares distantes— del alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar a esos animales como mínimo cada tres meses. Porque a pesar de la apariencia que ofrece el lugar donde vivimos, nosotros los habitantes, tratamos de llevar el orden hasta sus últimas consecuencias. Un orden que hace que para muchos este falansterio dé la impresión de ser un lugar deshabitado. Cuando, en realidad, aquí vivimos yo, el ave de rapiña, mi esclavo, y los veinte perros que ese esclavo tiene la misión de mantener en la mejor de las condiciones posibles. Aparte de cuidarlos, otra de sus misiones es llegar a amar de manera profunda a cada uno de los animales de los que se ocupa. Yo miro, desde mi altura —como ya lo señalé— cómo va encariñándose con aquellos canes.
* * *
La manera en que, muchas veces, ese amor se vuelve recíproco. Aunque sólo permito que aquel intercambio llegue únicamente hasta cierto punto. Ninguno de los dos, ni los perros ni el esclavo, cuentan con la autorización necesaria como para relacionarse entre ellos a un grado mayor al amor que están ambos, tanto los perros como el esclavo,en la obligación de profesarme. De experimentar hacia mi persona, al ave de rapiña que decidió, en determinado momento, mantener a las dos especies, hombre y perro, bajo su dominio. Aunque puedo, de alguna manera, imaginar el mecanismo que utiliza el esclavo para mantener la situación dentro de los límites impuestos por mi voluntad soberana —parece tratarse de un esclavo con experiencia, de nacimiento, puede decirse—, me declaro incapaz de entender lo que sucede en la psique de los canes como para llegar a mostrar semejante fidelidad nada menos que a un ave, mi persona, subida en la rama de un árbol, que no les quita los ojos de encima. Lo repito, es para mí un verdadero misterio. De una magnitud semejante a la que me produce habitar en este lugar escarpado, ajeno, más allá de todo lo permitido, esta mezcla de cemento, hierro, madera, ladrillo, agua, plantas salvajes, que se erigen nada menos que en el mismo centro de la ciudad. Ignoro, repito, la manera en que los perros saben, sin titubeos además, a pesar de las muestras de cariño que les ofrece el esclavo, quién es el verdadero amo. Hacer que mi esclavo cuide y se encariñe con los perros, que los llegue a amar de manera profunda, era uno de los pasos más sencillos. Lo que me impresionaba también era el estoicismo que mostraba este mismo esclavo cuando llegaba el momento en que tomaba la decisión de ir desembarazándome de cada uno de los canes. Yo, esta ave de rapiña, por la misma extraña razón por la cual sentía, de pronto, la necesidad de vivir rodeado de perros, por un impulso semejante me veía obligado, de un momento a otro, a deshacerme de cada uno de los ejemplares. El esclavo nunca dijo una palabra, ni de aceptación ni de rechazo. Fue de ese modo como aquella pulsión, de mantener la mayor cantidad posible de perros alrededor mío —allá abajo, en el mundo de las criaturas pedestres— era avalada siempre por el esclavo en la mejor de las condiciones posibles. Era avalada de esa manera también mi repentina decisión de desaparecerlos de un momento a otro. Me parece importante señalar la manera en la que encontré un esclavo semejan te. Sucedió de manera un tanto vulgar. Por medio del Facebook, que como algunos deben saber se trata de una red social en constante decadencia. Recuerdo que, de pronto, cierta persona comenzó a hacer comentarios en mi cuenta de manera recurrente. Empezó a enviarme fotos que se tomaba a sí mismo. Las imágenes, como cualquiera podría prever, no guardaban en realidad concordancia con su aspecto real. Eran fotos que más bien reflejaban la imagen física que podía tener el esclavo de sí mismo. Las fotos eran, casi todas, de la época en que el esclavo llevaba el pelo largo, que se rizaba de tal modo que podía guardar algún parecido a una versión precolombina de los autorretratos de Durero. Me pareció curioso que alguien de sus características —desde el primer mensaje enviado dejó en claro su rol de esclavo— se atreviera a mostrar una imagen semejante: la de un pintor renacentista. Me llamó la atención, además, a mí, a un ave de rapiña en toda la extensión de la palabra, verme dispuesto a hacer comentarios a las figuras que se me iban presentando de vez en cuando en la pantalla de mi computadora. En esa época me consideraba dueño de mis sentimientos y pulsiones. Me encontraba en un estado que a veces parezco olvidar para caer en el caos mental más absoluto. Es en estos momentos en los cuales debo emprender, con mayor celeridad a la de costumbre, el vuelo y buscar a como dé lugar alguna presa que mataré con la fuerza de mis garras sobre su cuello. Es quizá por una situación semejante, por el olvido constante de la situación en la que me siento dueño de mí mismo, por la que seguramente sufro el actual desconcierto propio de alguien que, de pronto, se enfrenta a la rebelión absoluta de un esclavo. Como en ese entonces me encontraba en un relativo momento de lucidez, le pregunté, por medio de la red, qué era capaz de ofrecerme. Qué pensaba sería lo que pudiera interesar a un escritor mayor, como lo soy yo. «Te puedo ofrecer mi cuerpo», contestó sin mayor trámite. «¿Su cuerpo? », pensé. ¿Sería acaso realmente interesante involucrarse, en ese nivel, con semejante copia indígena de Durero? ¿Con un estudiante de letras en una universidad pública? ¿Es que ese esclavo no conocía acaso las decenas de maneras, casi inmediatas además, con las que cuenta la ciudad para establecer en cualquier momento del día la relación sexual que se desee? Estoy seguro de que lo sabía a la perfección. Que era consciente de que ese argumento —el de ofrendar el cuerpo— no iba a movilizar en lo más mínimo mi interés. Sin embargo, en el hecho de expresarlo —en su aparente falsa inocencia— es que advertí —de manera vaga en un principio— su condición de esclavo por naturaleza y convicción. Creo que eso fue lo que me llevó a interesarme en su propuesta. Convinimos entonces en una cita. Recuerdo que hizo un vano intento de establecer —en el momento de ese acuerdo, no antes ni después— una cierta distancia. Intentó introducir, en este primer acuerdo, la duda sobre la hora y el lugar. Quiso hacer evidente una determinada dignidad. ¿Una incitación más para llevar a cabo sus planes? Comprendí entonces que me estaba poniendo a prueba. Yo debía, en aquel preciso instante y no en otro, establecer quién era el amo y quién el esclavo. Dejar en claro qué clase de amo era yo, además. Señalé entonces una fecha y una hora como únicas para el encuentro. O se hacía presente en ese momento o se acababa por completo la incipiente comunicación. Por supuesto, al percibir la contundencia de mis palabras, la copia autóctona de Durero dejó de lado los aparentes compromisos pendientes y lo encontré sentado frente a la mesa señalada, incluso algunos minutos antes de la hora que yo había dispuesto. No muchos, pues haber llegado con demasiada antelación podía ser visto también como un anticipado gesto de rebeldía. La conversación fue relativamente breve. Para que el acuerdo quedara sellado no se necesitó mucho. Ni tiempo ni palabras innecesarias. Nos dirigimos pronto a mi casa y comenzamos, ese mismo día, con la rutina que yo había entrevisto en los mensajes. Desde ese momento han pasado casi tres años. Tiempo en el que las leyes del intercambio se han visto sometidas a una serie de modificaciones, pero nunca cambiadas en lo esencial. Casi al instante comenzaron a aparecer los perros en la casa, y descubrí esa misma noche un hecho fundamental: la especialidad profesional del esclavo era la de servir de asistente a académicos renombrados. Ya me lo había expresado, no sólo que estudiaba en una universidad nacional sino que se dedicaba, nada menos, que al estudio de monjas. Se trataba de un monjólogo en ciernes. Esclavo y monjólogo ¿Qué más podía pedir un ave de rapiña, colocada casi todo el día sobre la rama de un árbol, que, aparte de ave de rapiña era un escritor? No podía haberme ocurrido algo mejor. Desde hace varios años sufro de la carencia de alguien que se encargue de los aspectos administrativos de mi trabajo intelectual. Fue en ese momento, luego de conocer de manera física al esclavo, cuando no sólo tuve a una persona a quien podía tratar como sirviente en lo cotidiano —siempre dispuesto a cumplir con el menor de mis deseos— sino que, además de encargarse de los perros y otros asuntos, iba a llevar adelante los aspectos tediosos de mi labor de ave de rapiña que se dedica a escribir. A partir de ese momento confirmé que la relación no iba a detenerse en el sexo. Estoy seguro de que algo de esa naturaleza hubiera desvirtuado, muy pronto, la naturaleza del vínculo que estábamos estableciendo entonces. Con sexo habitual de por medio, sé que la esclavitud en ciernes hubiese tomado una senda trillada y aburrida. Creo que —además de que semejante sujeto no despertaba en mí una libido en especial— el intercambio habría durado el limitado tiempo en el que el interés por lo desconocido, por la sexualidad del otro enfrentada a la nuestra, hubiese quedado satisfecha. Por otra parte, no me podía imaginar copulando, con mi gran cuerpo de águila con las alas extendidas, con aquel hombrecito desnudo que se me ofrecía agachado ligeramente de espaldas. Sus pequeños pies encorvados y la raya corta de su trasero serían incapaces de soportar, estoy seguro de ello, el más mínimo aletazo de mi parte. Mi vínculo con este esclavo daba la impresión de estar destinado a convertirse en algo más importante. Parecía llevar en sí mismo la esencia, más allá de cualquier accidente como puede ser considerado lo sexual, la esencia de lo que se necesita para que se logre una sumisión absoluta. En un momento que nadie delimitó de manera explícita, el esclavo comenzó, antes de mis viajes, tanto como ave de rapiña como de ciudadano normal, a hacerme las maletas casi a la perfección. Igualmente, y con una rapidez extraordinaria, puso en orden los archivos de mis textos literarios. Consiguió no sólo resolver los asuntos internos de mi trabajo, sino también los que involucraban a otras personas e instituciones. Especialmente con las del zoológico nacional, que solicitaba en forma constante mi residencia en sus instalaciones, con el fin de convertirme en una de las atracciones mayores del recinto. El esclavo llevaba documentos firmados, avalados por notarios, donde se demostraba que era más importante para la nación mi permanencia en la rama de un árbol que mi presencia en la jaula más importante del zoológico nacional. Socialmente, el esclavo solía presentarse ante los demás como mi asistente personal. En determinada ocasión —estando los dos en una ciudad del interior del país, donde compré una bicicleta— yo regresé en avión y él llevando el vehículo, que yo acababa de adquirir, en las bodegas de un autobús interprovincial. Realizando un viaje incómodo, de más de 48 horas, mientras yo viajaba plácidamente en primera clase de un avión. El esclavo debía hacer un viaje semejante porque había decidido, contra toda lógica, porque yo decidí que la bicicleta que utilizaría un ave de rapiña debía ser transportada en un autobús. Sin embargo, a pesar de esta claridad aparente en los roles, muy pronto dejó de saberse quién era realmente el amo y quién el esclavo. Poco a poco, como advertí, comenzó a hacerse indispensable. Aparte de empacar el equipaje, saber los números y claves de las cuentas bancarias, los passwords de las computadoras, conocía también el lugar exacto donde se encontraban guardadas las tijeras o los sacapuntas, los focos recién comprados, el par de calcetines buscado hasta la saciedad. También los lugares donde anidaban las liebres cuya caza no sólo me entretenía, sino que degustarlas me otorgaba el placer necesario para sentirme una verdadera ave de rapiña. En esa etapa, una de sus compensaciones —aparte de las obvias de una situación semejante— era hacer pública su condición de esclavo de alguien tan importante como yo. Parecía encontrar un placer extremo mostrando a los demás que yo lo había elegido como esclavo. Se lo contaba, con gran orgullo a los demás monjólogos con los que se cruzaba. En un comienzo, una situación semejante no llamó demasiado mi atención. Pensé que, incluso, algo tan fuera de lugar, podría aumentar la fuerza del mito que acostumbro estructurar en torno a mi persona. Tanto como humano como en mi faceta de ave de rapiña. Curiosamente, fue precisamente en esa época cuando comenzó una de las mayores crisis emocionales que he sufrido en toda mi vida. Me sorprende que haya ocurrido en ese tiempo, pues entonces contaba con el liderazgo simbólico de todo el árbol que habitaba y, también, con un esclavo que se ocupaba hasta en los mínimos detalles de los veinte perros que le debían lealtad y amor exclusivamente a mi persona. Repito, se me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir el rol? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor?, me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros temas, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo recogido de manera casual en una vía pública. Yo iba en pleno vuelo, rasante, con mis alas extendidas a su mayor envergadura cuando, de pronto, noté el trapo tirado en medio del piso. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio podía significar un paso atrás en la relación que supuestamente habíamos edificado. Aquel pañuelo —fabricado no recuerdo con qué material— podía ser motivo de confusión en la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? Mi esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. El sistema que comenzamos a establecer al momento de conocernos pasó por distintas etapas. La primera pudo haber sido la aceptación, por parte del esclavo, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Allí, desde la rama de mi árbol, yo lo iba viendo, durante las mañanas en las que no había decidido irme de viaje. Más bien escuchaba, a lo lejos —pues yo, por lo general, había utilizado la noche para salir de cacería y a esa hora me encontraba un tanto adormilado— como un vago rumor, los ruidos que producía cuando sacaba a pasear a los veinte perros. Esa acción, de salir con los animales, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Se preocupaba asimismo de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que los animales requerían. De la compra —casi siempre al por mayor y en lugares especializados—, del alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar como mínimo cada tres meses. Sin embargo, pese a la calma que mostraba desde mi rama me atacó, de un momento a otro, una de las mayores crisis emocionales que he sufrido durante mi existencia.
Empecé, poco a poco, a padecer de una creciente depresión y a sufrir cada noche de ataques de pánico, que me impedían incluso salir en busca de una liebre o siquiera de un ratón perdido en medio del parque cercano. Felizmente contaba con mi esclavo al lado, quien se iba a encargar no sólo de los perros, sino también de la organización de los papeles propios de mi oficio de escritor, de ayudarme a llevar a la práctica —pese a mis condiciones emocionales— mi instinto de cazador de aves nocturnas, así como de los tratamientos psiquiátricos que iba a necesitar para salir de la crisis que se avecinaba. Fue así como empezamos a visitar juntos a profesionales de prestigio, quienes comenzaron a recetarme una serie de medicinas que empeoraron, ya no sólo mi estado mental sino también el físico. Engordé de manera inusitada. Tuve que comenzar a utilizar ropas de medidas especiales. Las alas no me servían ni para ir de una rama a otra de mi árbol de costumbre. Curiosamente, los médicos comenzaron a mostrarse cada vez más ineptos. Recuerdo que el esclavo los consultaba por teléfono, y volvía con el nombre de un nuevo medicamento, que se apresuraba a comprar. Una vez pasada la etapa de estos doctores, hubimos de acudir a los diferentes hospitales especializados en salud mental que existen en la ciudad. Para eso tenía al esclavo. Para que tuviera lista, desde el día anterior, la ropa que debía llevar la mañana siguiente. Preparadas las alarmas para despertar a la hora precisa, las rutas que habríamos de seguir desde muy temprano para llegar a los respectivos sanatorios. Los documentos que seguramente nos iban a solicitar en cada una de las instituciones que visitáramos. De esa manera recorrimos decenas de hospitales, donde ningún médico parecía entender el origen del mal. Nunca vi a mi esclavo cumpliendo de manera tan diligente su rol de verdadero amo. Tal vez lo había visto de esa manera cuando prohibió que siguiera utilizando mi cuenta de Facebook, o cuando se enfrentaba a las autoridades del zoológico nacional para impedir mi exhibición. Eran impresionantes los elementos de su conducta, que se hacían evidentes en tales circunstancias. Había momentos —creo que eran los extáticos— en que parecía olvidarse de sí mismo para entregarse a su misión de amo esclavizado. Finalmente, al ver que ninguno de los tratamientos surtía efecto, pregunté a un investigador científico de mi confianza lo que él haría si estuviera en una circunstancia semejante. Me contestó que había una suerte de acuerdo entre los médicos del área. Si alguno mostraba un cuadro de una naturaleza semejante, no recurrirían a los tratamientos que se les ofrece de rutina al resto de los pacientes —era obvio que esos métodos no me estaban produciendo ningún resultado—, y se someterían, sin titubeos, a uno de los últimos adelantos de la ciencia para tratar este tipo de desorden: la terapia electroconvulsiva. Me advirtieron que sonaba como algo extremo —el famoso y denigrado electroshock— pero que ahora, con el pasar de los años, se le consideraba como un método benigno, el cual se aplicaba especialmente a mujeres embarazadas y a personas con problemas hepáticos, quienes estaban incapacitadas de soportar las medicinas de uso común. Aquel investigador dirigía un hospital psiquiátrico, también era escritor, pero no de rapiña como yo. Acepté de inmediato su ofrecimiento. Me informó que me podrían someter a un tratamiento semejante sólo si yo lo deseaba y firmaba un documento oficial. Le pedí entonces al esclavo que me preparara la pequeña maleta de los viajes y que limpiara luego la rama del árbol donde solía dormir. Para llevar a cabo la terapia de choques eléctricos debía internarme en el hospital, donde era director el científico amigo a quien consulté. Me informó que, luego de la firma, me someterían a una serie de sesiones, para lo cual utilizarían una suerte de camilla provista de dos electrodos diseñados para ser colocados en las sienes de los pacientes. Al observar con mayor detenimiento mis características físicas, el científico me expresó que no me preocupase, que él mismo se encargaría de mandar a fabricar unos chupones electromagnéticos acordes a mi cerebro de águila. Lo único que me preocupó en esos momentos fue abandonar el falansterio donde habitamos yo, algunas otras aves de rapiña que llegan de manera ocasional, el esclavo —como una figura de arcilla deformada de algún Durero— y los veinte perros, de los que se debía encargar hasta en los más mínimos detalles. Aquel espacio tan único, a medio construir y a medio ser destruido, inundado hasta el punto perfecto, con los materiales ajados a la vista, ubicado en el centro de la ciudad. En el cuarto del hospital psiquiátrico, en el que pedí ser internado, dormíamos tres pacientes. Aquella habitación estaba situada enfrente de las que ocupaban las mujeres. A la derecha de mi cama había un joven que daba la impresión de ser autista, y a la izquierda un albañil que parecía haber sufrido un fuerte golpe, mientras se encontraba trabajando en alguna obra, que le afectó de manera severa la razón. Nunca vi que nadie acudiera a visitar al joven mudo. En cambio, todos los días aparecía la mujer del albañil, a la hora de las visitas, con un portaviandas rebosante de comida casera. Aquella, la hora del almuerzo, era el único momento en que los internados podíamos salir a los jardines del hospital. Durante el resto del tiempo nos encontrábamos recluidos, aparte de los cuartos y el baño que debíamos compartir, en una suerte de patio techado con una plancha de acrílico transparente. En ese tiempo, la misión del esclavo pareció alcanzar una suerte de plenitud. Yo pensaba que, mientras estuviera allí internado, no me iba a sentir tan mal, entre otras cosas, por no sentir deseo de cubrir, con mi gran cuerpo de ave desarrollada, a aquel minúsculo esclavo, que cuenco— que un elemento capaz de producir algún tipo de placer. Sin embargo, o precisamente por lo contrario, por haber salido nuestra relación —ya por completo— de cualquier orden de tipo sexual, el esclavo se convirtió, en aquel entonces, ya en la persona indispensable por excelencia. En alguien que efectúa, de la mejor de las maneras posibles, las gestiones burocráticas de la vida cotidiana, los exámenes médicos que hacían falta para mi internamiento, las gestiones para evitar que pase el resto de mis días dentro de la jaula principal del zoológico de la ciudad. Muy temprano en la mañana se ocupaba, además, de los veinte perros. Cuando acababa con todo. Cuando dejaba el falansterio mostrando el aspecto que yo había ordenado. Haciendo creer, a cualquiera que lo observara, que se trataba de un espacio abandonado y vacío, llegaba al hospital respetando, de manera rigurosa, los horarios de visita. Me gustaría dejar en claro que el esclavo no se trata de una persona limitada mentalmente. Al contrario, cuenta con un intelecto no deleznable —una memoria casi fotográfica, lo que le permite dedicarse a estudiar las vidas secretas de las monjas—, aunque por una serie de problemas —creo que de orden psíquico— es poco probable que llegue a ser alguna vez una persona destacada. Ni como esclavo ni como ciudadano me parece que vaya a alcanzar ningún rango mayor. Es por ese motivo, porque se trata de un individuo con un consciente medio superior, que me llama la atención que en ningún momento hubiese puesto en cuestionamiento ninguno de mis deseos. En el caso de la terapia médica, como ya lo he señalado, fui yo y no los médicos quien pidió que se aplicara el tratamiento radical al que fui sometido. En el caso, tanto con respecto al sometimiento a la esclavitud al que sometí a esa suerte de Durero autóctono, como al asunto con los perros —que llegaban y eran intercambiados de manera insistente y cambiante— sucedía lo mismo. Todo se hacía por mi voluntad, y el esclavo no mostró jamás ninguna conducta por impedirlo. Parecía no importarle ninguna de las consecuencias que podrían causar mis actos, por más descabellados que parecieran. ¿Dónde estaba situada la presencia del esclavo en ese entonces? ¿Su misión era la de obedecer con una diligencia extrema, ciega, el menor de mis caprichos? Puede sonar absurdo plantear algo así en este momento, pero, por supuesto, aquello formaba parte del pacto establecido con el amo: obedecer de manera total cualquiera de sus exigencias. De otra manera, resulta inexplicable que alguien con sus capacidades mentales hubiese permitido no sólo hacerse cargo de la supervivencia de veinte perros, que siempre iban siendo reemplazados además, sino, sobre todo, el internamiento de nada menos que un ave de rapiña en semejante institución mental. ¿El esclavo en realidad busca el aniquilamiento del amo? Todas en cemento puro. Sin puertas ni ventanas. Con las varillas de cemento sobresaliendo en los lugares más insospechados. En otras palabras, el lugar ideal para sodomizar a un esclavo nativo. Para obligarlo a obedecer el menor de mis deseos. Cuando lo poseía, recuerdo que preferíamos para hacerlo los lugares anegados, mi tremendo peso de ave de rapiña hacía que su cara permaneciera durante prolongados instantes debajo del agua verdosa que brota bajo los terraplenes. Recuerdo que mis alas, y las garras clavadas en su diminuta espalda, le impedían de manera libre la más mínima libertad de acción. Eso daba la impresión de hacerlo feliz. Al menos en la zona donde se encuentra situado el falansterio, no es común que un esclavo tenga como amo nada menos que a un ave de rapiña. Visto a la distancia, es extraño que alguien que estudie, de manera diligente además, la vida de las monjas, disfrute de las ocasionales sesiones de ser poseído por un ave gigante —de un tamaño tal que las autoridades del zoológico nacional no cejaron nunca en su empeño de convertirme en una de sus atracciones mayores—, al que un par de aletazos soltados en la nuca hubiesen podido no sólo dejarlo sin sentido —aquello ocurría con frecuencia cuando lo obligaba a mantener más de la cuenta la cabeza debajo del agua— sino dejarlo muerto al instante. Para esas sesiones servían de manera perfecta las instalaciones que habíamos elegido como lugar de vivienda. Las paredes de ladrillo al descubierto, las varas de madera con las que alguna vez intentaron sostener los cimientos, seguramente, mientras el cemento se iba secando. Pero ahora el esclavo se encontraba en el hospital psiquiátrico donde yo mismo había decidido internarme. Cuando llegó, allí, a ese patio techado con una placa de plástico semitransparente con el que contaba el patio del pabellón donde estaba recluido, me encontró en pleno ataque de claustrofobia. Sin tener ya a mi disposición mi cuenta de Facebook —que hubiera utilizado en ese momento para pedir a alguno de mis contactos ayuda para abandonar un lugar semejante— yo, cuando arribó el esclavo, estaba tratando de volar y me estrellaba, de manera estrepitosa además, con aquella superficie de plástico opaco con la que estaba recubierto el sector. Los demás pacientes, así como el personal médico, se encontraban aterrorizados con el estruendo que causaba mi conducta. Para ese entonces, ya había sido sometido a cuatro sesiones de descargas eléctricas. Las dos primeras pasaron casi inadvertidas. Me acostaron en la camilla, me aplicaron la anestesia, colocaron unos terminales en mis sienes que, en efecto, habían sido acondicionados para las cabezas aguileñas con las que contamos seres como nosotros, y desperté como si nada fuera de lo normal hubiese sucedido. En el tercer tratamiento las cosas fueron diferentes. Parece ser que recobré la conciencia antes de tiempo y, por acostumbraba presentárseme, de espaldas y desnudo, algo encorvado, mostrando, como si estuviese a punto de someterse a un sacrificio, un trasero que más parecía un objeto de uso artesanal —una taza, un Por supuesto, su obsesión por obedecer tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido. Debe servir y servir, en una mecánica incesante, hasta que el amo deje de ser amo, convertido en un deshecho, para poder encontrar así el esclavo a otro amo, al cual servir de la misma manera hasta el momento de su destrucción. Cuando tomé consciencia de lo absurdo y peligroso que significaba encontrarme dentro de aquel hospital, decidí salir de inmediato. Hablé con el director, aduje que estaba allí por voluntad propia, y logré el alta instantánea. Cuando el esclavo arribó a la hora habitual de las visitas, mostró su diligencia de costumbre para llevarme nuevamente al lugar que habitamos. Al falansterio gigante, lleno de infinitos cuartos. Cierta vez le ordené al esclavo que contara el número de habitaciones y me informó que eran cuatrocientas. lo visto, el relajante muscular que me habían aplicado antes de someterme a la descarga había dejado de surtir efecto antes del tiempo calculado. En otras palabras, desperté y advertí que me encontraba rígido y sin poder respirar. Fueron segundos desesperantes. No podía abrir el pico para quejarme, lanzar quizá un graznido, ni mover las alas para indicar que me estaba asfixiando sin poder comunicárselo a nadie. Luego me enteré de que durante las sesiones me aplicaban respiración artificial por medio de un fuelle, que abrían y cerraban con celeridad. En esa ocasión desperté y advertí que el movimiento de aquel aparato no coincidía con mi necesidad de aire. Mucho menos con mi ritmo respiratorio. Pero nada de eso parece importar ahora. Aquel espacio donde estuve recluido no guardaba ninguna relación con el espíritu espectacular que posee el falansterio donde he decidido habitar junto a un esclavo y veinte perros. El diseño de este hospital es absolutamente convencional. Extraño, no sólo el falansterio y su constitución, sino también humillar, una y otra vez, a mi esclavo, conversar con las otras aves de rapiña, que vienen de vez en cuando a visitarme. Añoro solazarme con la observación —con paciencia y sintiendo un desbordamiento amoroso que da la impresión de desbordarse— del esclavo estableciendo un vínculo profundo con alguno de los perros. Observarlos con la misma expectación que puede llegar a causarme observar la reacción sumisa que acostumbra mostrar el esclavo cuando, de improviso y sin mediar razón evidente alguna, lo obligo a que se deshaga del ejemplar querido para siempre. Apostado en la rama escondida que me han acondicionado, oculta de tal modo para que los demás piensen que habitamos en un lugar deshabitado para siempre, he desarrollado la facultad de detectar el punto exacto en que el vínculo entre el esclavo y algún perro llega a su punto más intenso. Una vez que lo advierto, nada puede ocurrir para que ese can sea expulsado, casi de inmediato, de los límites del falansterio que habitamos. Si el perro elegido se trata de uno de esos ejemplares tercos, que se empeñan en volver al territorio, en constante construcción-destrucción, pese a mi deseo, debo entonces abandonar la rama donde, como de costumbre, me encuentro apostado y atacarlo, hundiendo sin piedad mis garras de ave de rapiña en su lomo, destruir sus ojos a picotazos, hasta dejarlo sin vida. El esclavo debe introducir entonces el cuerpo en un saco, y conducir a un basurero lejano aquellos restos amados. Es precisamente en momentos semejantes cuando, tanto el esclavo como yo, como los perros restantes recobramos la particular armonía que nos permite vivir en un estado de felicidad plena. Ahora que el esclavo ha huido recuerdo, con una intensidad que me parece casi anormal, la ocasión en que el esclavo, sin acuerdo previo, comenzó a hacerme por primera vez las maletas a la perfección. Además, con una rapidez extraordinaria, ponía en orden mis archivos literarios. Fue aquella la época en que empezó a presentarse socialmente como mi asistente personal. La vez en que tuve el ataque de claustrofobia y comencé a estrellarme contra la plancha de acrílico con la estaba recubierto el patio del pabellón, el esclavo acudió, como de costumbre, al hospital con el fin de cumplir con su visita diaria. Llevaba consigo sólo la bolsa con los libros, los que trataban en su mayoría acerca de la vida secreta de las monjas, que estudiaba en forma constante. En ese tiempo, el esclavo estaba a punto de obtener un título profesional, y se había impuesto como meta ser mejor que sus demás compañeros. Me había prometido, además, colocar mi nombre en la dedicatoria de su tesis. Daba la impresión, a cualquiera que lo observara desde afuera, de que su necesidad de dependencia hacia el otro estaba colmada con la relación que mantenía con su amo, un ave de rapiña en alerta constante como era yo en ese entonces. Parecía que esa sumisión exclusiva le daba la fuerza necesaria como para creer que era considerado sobresaliente en los demás aspectos de su vida. Eso no era cierto. En verdad, se trataba de un pésimo estudiante. Uno de los peores monjólogos del país. Se ganaba la vida con trabajos modestos como servir de guía de turistas, trayectos durante los cuales inventaba los datos en la mayoría de los casos. Creo que fue por eso que acepté desde un comienzo la relación: porque, en apariencia, no iba a ser excluyente. El esclavo iba a continuar con su vida de todos los días. Sobre todo, con sus supuestas investigaciones académicas. Estoy seguro de que la intensidad con la que me mostraba su esclavitud hubiese sido desesperante sin esta suerte de punto de fuga. Pero el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros asuntos, recuerdo que después de volver de un viaje anterior le obsequié un pañuelo recogido del suelo. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio de mi parte podía significar un paso atrás en la relación que se había edificado. Aquel pañuelo, un poco sucio por las pisadas de los transeúntes, iba a ser motivo de confusión acerca de la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. Hoy el teléfono ha sonado varias veces. Yo me encuentro en Kassel, Alemania. En la Documenta 13 a la que he sido invitado tanto como Curador Honorario como Expositor fuera de Programa. Donde fui invitado tanto como ave de rapiña como como ciudadano normal y corriente. Es por ese motivo que arribé a la ciudad portando una maleta perfectamente ordenada como un trozo de la rama en la que suelo apostarme en el falansterio.
Para subir al taxi que me transportó al aeropuerto tuve que aguardar que oscureciera, con el fin de que ningún vecino advierta mi presencia. Salir de uno de los departamentos a medio construir. Atravesar las aguas empozadas y verdosas, donde en esa ocasión advertí la presencia de algunas alimañas. Una pequeña serpiente se escondió debajo de una tabla de madera, y la nube de moscos empezaba a emerger del fango. Aquí en Kassel es medianoche. Dudo. Es desconocido el número que aparece en la pantalla de mi teléfono. Sin embargo, contesto. Oigo una suerte de respiración. En ese instante comprendo que se trata de una llamada del esclavo, de aquel sujeto que apareció por primera vez en mi vida a través de un mensaje de Facebook. En ese instante advertí —ignoro las razones por las que de pronto se me reveló la verdad completa— que durante el tiempo en que estuve imposibilitado para fungir como amo —es decir, entre otros asuntos, durante mi internamiento en el hospital, mis viajes, en las noches dedicadas por entero a la escritura o a cazar a los animales nocturnos—, semejante sujeto, aquel con aspecto de un Durero precolombino, buscaba de inmediato, casi de manera desesperada, la presencia de otros amos. Aquella respiración, a través del teléfono, fue lo último que supe de su persona. Espero, de todo corazón, que a alguno de sus amos posteriores, a los que debe haber hallado luego de haber escuchado aquella respiración a través del teléfono, se le haya pasado la mano en los acostumbrados juegos de amo y esclavo a los que, seguramente, les debe encantar someterse. Y deseo, lo repito, que al último amo que le toque en suerte, al definitivo, le parezca que se trata de una pantomima más, de otro de los juegos acostumbrados, las muecas grotescas que muestra dentro de la bolsa de plástico sin agujeros con la que ha cubierto su cabeza durante los últimos quince minutos seguidos. Lo único que me daría lástima de una escena semejante es que no ocurra aquí, en el falansterio, entre los roedores, serpientes y bichos, que no han dejado de multiplicarse desde su partida. Que la escena de las bolsas no se lleve a cabo al lado de los putrefactos cuerpos de los perros, que dejó amarrados a una de las varillas de construcción antes de partir.
Autor: Mario Bellatín
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mylittleheavenaw · 4 years ago
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Eleventh Month / Fifth Month Married (2020.05.30)
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✠ Eleventh Month / Fifth Month Married ✠ 30.05.2020
Mi gatito bebé:
Este mes ha estado cargado de miles de sentimientos, miles de emociones que jamás pensé sentir. Hoy cumplimos once meses juntos oficialmente, pero ya hace un año que nos conocemos.Y honestamente, eres la relación más larga que he tenido en mi vida, eso es algo que pasó por mi mente en el momento que me senté a escribir esta carta para ti. También, tengo muy claro que serás mi última relación, porque eres tú mi alma gemela y después de ti, no hay nada más.
Es por eso que hoy me he tomado el tiempo para poder sacar todos esos sentimientos que se agolpan en mi pecho, dejando que las palabras fluyan y puedan llegar a ti, para que entiendas lo loco que siempre está mi corazón por ti.
El amor que yo siento por ti es como ninguno, es un amor que siento que está por encima de todas las cosas que rigen mi vida, he incluso está por encima de mi existencia. No importa vivir si no es a tu lado, no hay significado de existir si no es por él, no hay trascendencia en esta vil vida si no es por tu amor, porque es simple explicar lo que el amor nace por mí.
Tu amor es el palpito que da mi corazón desde el primer momento que me enamoré de ti, es esa fuerza que me hace caminar hacia delante y nunca retroceder, tu amor también son lágrimas de tristeza y alegría que si supieran hablar te dirían que nunca te separes de mí, tu amor es esa medicina espiritual que la vida te dio como el don de curarme.
Tu amor para mí, es el sentido común de un ser humano, tu amor para mí es la rosa hermosa de dulce aroma, tu amor para mí, en resumen, es alegría infinita, paz y descanso para mi alma que se arrastra en la vida, tu amor es mío, yo me lo gané, es mío, y yo correspondo a ese amor, lo mejor posible y entiendo que nadie te ama como yo, y si alguna persona dice amarte mucho más… sé que está mintiendo, porque yo te amo como esa clase de amor que haría lo posible por estar contigo, yo te amo porque eres mi alma y mi ser, nunca me dejes de amar que es por ti que vivo todavía.
¿Qué será de mí, si algún día no te tengo? No quiero pensar en ello, pero mi inconsciente me obliga, como me obliga pensarte tantas horas de mi vida, no quiero pensar no tenerte. Prefiero soñar y contar cuando te tengo. Decir lo que siento, siento mi corazón latir tan fuerte, fuerte es verte llegar y pensar que estás conmigo y yo contigo, pensar cuando somos uno y dejamos de ser dos, que estamos unidos por cuerpo, mente y corazón que me haces volar más alto que el cielo.
Me cuesta escribir sobre ti, porque me distraigo pensando y pensando en lo que hicimos, lo que hacemos, lo que podemos hacer mi mente se va, tan lejos que no logro alcanzarla para encontrar una rima, o la palabra justa para armar la oración perfecta.
Tengo que confesarte que hasta el día que tú llegaste a mi vida, yo no sabía lo que era el amor. Siempre pensé que se trataba de una atracción, de una pasión, de un deseo y además las palabras no podían explicar, ahora me doy cuenta de que todo eso no es si no pequeña parte de lo que siento por ti mi amor me encierra un profundo compromiso.
Una promesa interior, que nos hace sentir que lucharemos por la felicidad, aunque muchos no lo quieran así, aunque tengamos que enfrentar la vida entera para estar juntos, ahora entiendo que no importa, pero yo a ti te amo.
Amor solo espero que comprendas todo el amor que desborda en mí, todo el sentimiento que vive en mí y que va girando en pro a ti, para que nunca lo abandones y sigas en este camino que cada vez es más largo y lleno de obstáculos, pero que contigo lo camino evadiendo cada acción que trata de perturbar nuestro gran amor.
Este amor llena mi corazón y mi vida, soy un hombre inmensamente feliz por lo que soy y por lo que tengo. Eres la persona que siempre había buscado, que hoy la vida me ha regalado y es el mejor obsequio que he recibido. Tú alimentas y nutres todos mis sentimientos. Pensar en ti es vivir la vida misma, donde todos los pensamientos se dirigen a un solo ser: tú. Soy feliz, es una felicidad que no se puede describir, que no se puede expresar con palabras, solo sé que eres la persona perfecta en todos los aspectos, que vino a mi vida en el mejor momento. Contigo quiero estar el resto de mi vida. No olvides que, a ti, te amo.
Solamente eres tú, quien ilumina mi vida, eres mi cielo, mi sol y mi todo.
Tú eres lo que necesito, la persona más bella del mundo, la que anida en mi corazón. Tú eres el brillo que tiene mis ojos y algo especial en mi alma. Tú das toques de alegría, chispazos de esperanza, tú llenas todos mis momentos. Eres el dulce encanto con quien quiero compartir las delicias o las dificultades que me toque vivir, soy completamente feliz a tu lado.
Solo tú, te manifiestas de una manera especial, tú despiertas en mí sentimientos muy particulares. Quiero que estemos siempre juntos, porque mi corazón y espero que el tuyo, sientan cosas maravillosas, que palpiten en cada encuentro y puedan vivir más allá de los pensamientos. Hacer realidad tantas cosas, traspasar las fronteras de un amor normal; quiero que nuestro amor sea diferente y especial. Vivir más allá de lo que pensamos, que nuestros corazones estallen y se mezclen con una energía única, que no sea parecido a nada, que salten todas las emociones y que se escuchen desde cualquier altura, en todos los lugares.
El tiempo en nuestras mentes ha pasado rápidamente, pero en nuestros corazones perdura esa caliente sensación de satisfacción al estar uno junto al otro. No sólo satisfacción y deseo es lo que siento contigo, si no esa confianza de contarnos todo lo que pensamos y sentimos sin temores a perdernos, porque sabemos cuánto nos amamos.
A veces me pongo a pensar que no existe en el mundo una persona como tú, una persona que en el primer momento en que la conocí, despertó el sentimiento más hermoso que he llegado a concebir en mi corazón, ese sentimiento tan hermoso, tan especial, tan maravilloso es “el amor”, solo un sentimiento que una sola persona me ha hecho sentir… y ese eres tú.
Tú eres mi gran amor porque desde que supe que te amaba, aprendí la responsabilidad de convivir con una persona que siempre quiere lo mejor para ti, aprendí que contigo la vida se vive con más pasión, con madurez de afrontar los momentos difíciles.
Soy tan feliz de estar a tu lado. Desde el primer día que nos conocimos, he pasado los mejores momentos de mi vida y por eso te agradezco cada momento tan especial que hemos compartido.
Te amo, sí, te amo más que ayer, te amo con todo mi corazón y con toda mi alma.
Tu esposo, Ezra.
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